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Lafforet había recibido la llamada de su novia
Raquel. Su tono de voz le hizo presagiar que la conversación que iban a
sostener no sería de su agrado. ¿Quizás Raquel había tomado la decisión de
terminar con la relación? Mientras iba camino a la fuente de soda donde lo
había citado, Lafforet meditaba en el hecho que pudo ser él y no ella quien
diera aquel paso. No. La noticia sería otra, aunque el destino de la pareja
estaba ya marcado.
A continuación extracto del cuento “Presentimiento del fin” de Edmundo
Paz Soldán, que forma parte de su
libro de cuentos Amores Imperfectos.
El amor tiene la rara característica de atemorizar a
algunas personas o de hacer a otras poco sinceras. Es que muchos lo
conceptualizan sino como una pesada cadena, como un obstáculo; pero al margen
de ello, no pueden mantenerse alejados de él.
Es que el amor no es ni será perfecto, es raro y eso
lo hace un sentimiento único.
“Presentimiento
del fin”
Y aunque él
Salir huyendo prefiere
No llega a esa decisión
Porque esperar es mejor
A ver si la regla viene
Ruben
Blades, “Decisiones”
…
─Si sucede lo que tememos. Quiero
tener al hijo.
─Pero. La ingeniería…
─No me importan mis estudios, la
reacción de mis papás, el qué dirán. Hay cosas que no se me cruzan por la
cabeza, quiero dormir tranquila el resto de mi vida. Por supuesto, jamás te
presionaría a hacer algo que no quieres. Que te quieras casar conmigo por
obligación, por ejemplo.
─Apoyo cualquier decisión que
tomes ─decía Lafforet admirando la fortaleza de Raquel, descubriendo en sí
mismo una sorprendente capacidad para la cobardía. Recordó una tira cómica de
Mafalda. A Miguelito le gustaba una chica en la escuela, pero no se animaba a
hablarle. Se preguntaba si era un hombre o un ratón. ¿Le hablaría? En el último
cuadro, Quino había dibujado a Miguelito comiendo un queso. Esto no habría
pasado si yo hubiera actuado siguiendo la decisión que tomé. ¿Es que era tan
difícil cortar? ¿Me sentía tan culpable? ¿Me creía tanto que realmente pensaba
que ella no sabría qué hacer con su vida si la dejaba? Soy un ratón y ahora me
toca comerme el queso. Un ratón de primera.
Y ahora… ¿ahora qué? Pensaba en
tantos amigos que a través de los años habían debido afrontar una situación
similar: Ricky, que se jactaba de cuatro abortos. Wiernicke, que había pagado
trescientos dólares por uno (la segunda vez que le sucedió no tuvo valor para
hacerlo, se casó con una chica con la que había estado apenas tres meses, se
divorciaron un mes después de que naciera el bebé, lindo y gordo, parecido a la
madre). Tiburón, que un fin de semana había tenido una aventura con una mujer
casada, y que meses después había recibido un llamado de ella, que no se
preocupara de nada, sólo quería que la ayudara a pagar la cuenta. Había sido
tan fácil, en esas ocasiones, adoptar una postura de superioridad moral,
criticar y decepcionarse de los amigos, prometerse que él jamás lo haría
llegado el caso. No, Wiernicke, eso no se hace. ¿Y tú qué harías en mi lugar?
Cualquier cosa, menos lo que tú hiciste. ¿Te imaginas? ¡Era sangre de tu
sangre! Era otra cosa ponerse los zapatos
del muerto. Bastaba un descuido para que un espermatozoide aguerrido
cruzara acídicos ríos y perforara las paredes de un óvulo muy cordial con las
visitas. Bastaba un descuido para que el futuro abandonara la paz de lo lineal
y se instalara en la zozobra. Una golondrina sí podía hacer un verano.
A medida que pasaban los días y no
había novedades, Raquel adquiría más valor, se afirmaba en su decisión y
extraía de ella un desbordante optimismo, una seguridad que se transmitía al
hablar, al mirar, al caminar, ella tan timorata y vacilante en otros días.
Lafforete, en cambio, iba perdiendo del todo su habitual aplomo, se entregaba a
oscilaciones de espanto. Preocupaba a sus papás con su silencio en el almuerzo
y la cena, a sus amigos con su aire ausente cuando se encontraba con ellos en Utopía. Dejó de escribir su tesis,
incapaz de pensar en la modernización tecnológica de procesos de fabricación de
la chicha. Volvió al abandonado hábito de persignarse al pasar frente a una
iglesia.
Al fin le contó todo a Jaime.
─Un buen médico te sale unos
quinientos dólares ─dijo este después de un mordisco a su sándwich de chola,
estaban comiendo en un puesto de la Humboldt, cerca de las pestilentes aguas
del Rocha, quieto al atardecer─. Lo puedes hacer por ciento cincuenta, pero no
te lo aconsejaría. La chica de un amigo mío murió así, desangrándose en un sótano convertido a
la rápida en una sala de operaciones.
Lafforete se quedó en silencio.
─Quisiera… pero no puedo. ¿Te
imaginas que haría la mami si se enterara? Se muere.
─Te digo algo, pero sólo para ti.
─Ajá.
─Yo pagué quinientos. Ella me dijo
que fue como si le hubieran sacado una muela. Así de sencillo.
─No te creo.
─Te lo cuento para que no sientas
que lo que te pasa es cosa del otro mundo. No pongas esa cara. Te sorprenderías
si supieras quiénes más ─un gesto desdeñoso, de hombre de mundo─. Que arroje la
primera piedra el que esté libre. Hay tantos chismes en esta ciudad que creemos
saberlo todo. Y sin embargo es tan poco lo que sabemos. Los secretos siempre
son más, mucho más de lo que sabemos. Sólo conocemos una chispa del escandaloso
incendio que es Cochabamba.
¿Su hermano también? No podía ser.
Lafforete aparentó calma. Esa noticia no le molestaba. No tenía que molestarlo.
─Pero a ella ni se le ocurre. Ella
está decidida a tenerlo.
─¿Acaso la decisión es sólo suya?
La vaina es entre los dos, ella no puede hacer lo que se le antoje sin
consultarte.
─Ya sé. Pero es ella la que va a
tener al hijo, es ella la que carga con la mayor parte del problema. Si ella
dice que quiere tenerlo, ¿qué puedo hacer?
─No sé, no sé. Pero si no abres la
boca, si no intentas siquiera convencerla, ya verás lo que se te viene. Para
comenzar, olvídate de España.
─No necesariamente.
─Sí necesariamente.
Jaime tenía razón: debía ser
sincero con ella, decirle lo que pensaba. Eso quizás la asustaría y le haría
cambiar de opinión. Encerrado en su cuarto, la televisión encendida sin el
volumen, al lado de la ventana un poster de Eva Herzigova en un Wonderbra
rosado, intentó preparar minuciosamente lo que le diría, memorizar unas cuantas
frases. Pero, ¿qué quería? No lo sabía muy bien. Pensaba en el hijo o la hija
de su hermano caminado por el living de la casa, el hijo que acaso se hubiera
llamado Jaime, o tal vez Joaquín como su papá, o María Elena como su mamá, o
Camila, ese nombre estaba de moda. A la hora del almuerzo, miraba a su mamá
observándolo como si ella supiera lo que le pasaba, con esa mirada con la que
había crecido y que le había hecho confesar tantas cosas, las monedas robadas
de su cartera, el jarrón roto del comedor, la vez que vio a una empleada
desnudarse por el ojo de la cerradura. Pensaba en la maestría en España. ¿Qué quería?
¿Qué diablos quería? ¿Un hijo con Raquel? Eso tampoco. Pero, ¿dónde iban los
hijos que se habían desvanecido ante de tener la oportunidad de convertirse en hijos? ¿En qué jardín
jugaban los hijos de Wiernicke, Ricky, Tiburón y Jaime? ¿Y dónde iría él si sucedía lo que quería pero no podía hacer
que sucediera? ¿El infierno ya nada temido en esos días? ¿O algo peor, alguna
república en la tierra para la expiación de las culpas? ¿Qué era, un hombre o
un ratón? ¿Podía uno ser hombre y ratón a la vez?
Debía tranquilizarse. Nada había
ocurrido todavía. De nada sirve preocuparse.
─Estoy asustada pero en el fondo
lista para cualquier cosa ─decía Raquel en el sofá de su casa, apoyando la
cabeza entre sus piernas, esperando tanto de él, tantos anillos, cuatro en cada
mano, quién le habría dicho que le quedan
bien─. Pruebas como ésta me hacen ver cuánto te amo.
Lafforete jugaba con sus trenzas,
la besaba y le decía con largas pausas entre palabra y palabra, que él también
estaba asustado pero muy feliz.
─Si es hombrecito se llamará
Joaquín Andrés, si es mujer Raquel. ¿O prefieres Camila? ¿Qué te parece?
Así pasaron dos semanas. Hasta que
un jueves por la mañana Raquel lo llamó llorando para decirle que ya no podía
soportar tanta incertidumbre, la noche anterior había tenido otra pesadilla y
estaba yendo esa mañana al médico, una amiga la acompañaría. Lafforete la
tranquilizó.
─Es lo mejor que puedes hacer. Yo
también ya estaba cansado de la espera.
Le pidió que lo llamara apenas
tuviera el resultado en sus manos, del primer teléfono público que encontrara.
Parapetado en su cuarto, Lafforete intentó, sin suerte, resolver un crucigrama.
¿Escritor modernista, cinco letras? ¿Escultor griego, diez letras? ¿Primera
feminista boliviana, siete letras? Y aunque
él salir huyendo prefiere, tarareó. Miraba su reloj con insistencia. Que no
sea que no sea si no es te prometo que volveré a ir a la iglesia todos los
domingos cambiaré me portaré bien seré fiel a la causa no engañaré respetaré a
mi pareja la amaré le daré todo y mucho más seré el chico modelo el chico
modelo el chico modelo modelo modelo.
La llamada se produjo a las once y
media de la mañana. Lafforete dejó que el teléfono sonara un buen rato. Había
que contestar. Había que hacerlo.
La voz de Raquel tenía un tono
alegre, relajado. Se había tratado de una falsa alarma. No era raro, había dicho
el doctor, que tensiones derivadas de problemas familiares o laborales o
relacionados con el estudio produjeran atrasos en el período. Ambos respiraron
aliviados, rieron con una risa exaltada, sin control, tocaron madera.
─Te amo, amor.
─Yo también, muchísimo.
─Gracias por tu apoyo.
─No me tienes que agradecer nada.
Lafforete se dijo que, aunque Raquel se había preparado para tener al hijo, evidentemente se hallaba más preparada para no tenerlo.
Lafforete se dijo que, aunque Raquel se había preparado para tener al hijo, evidentemente se hallaba más preparada para no tenerlo.
El jueves siguiente, Lafforete
citó a Raquel en La Fuente del Deseo, a las cinco de la tarde. Raquel se vistió
con elegancia, un vestido azul que le dejaba los hombros al descubierto,
zapatos negros de taco alto, sus mejores medias de color carne. Pensó que sólo
podía ocurrir algo bueno en algo tan formal como una cita. Quién sabe, quizás
arrojarían unas monedas a la fuente para renovar sus promesas de amor. Habían
pasado por una prueba muy difícil, habían fortificado su relación. Se puso el perfume
que a Lafforete le gustaba, Opium, se miró en el espejo y sonrió: estaba linda,
muy linda y feliz.
Salió a la calle.
[“Amores Imperfectos”: Edmundo Paz Soldán. Estruendomudo
E.I.R.L. Cuadernos Esenciales 46, Lima, año 2011.]
Notas:
- EDMUNDO PAZ SOLDÁN es un escritor nacido el 29
de marzo de 1967 en la ciudad de Cochabamba, Bolivia que se desempeña actualmente,
además de su oficio de escritor, como profesor de Literatura Latinoamericana de
la Universidad de Cornell, Ithaca, Nueva York. Considerado miembro de la
generación de los 90’s, su afición por la escritura, que inicio desde su época
de escolar, le permitió ver publicados sus primeros relatos en el diario El
Tiempo de su ciudad de origen. En 1991, estudiando aún la carrera universitaria
de Ciencia Política (Universidad de Alabama-USA), publicó su primer libro de
cuentos Las máscaras de la nada y al
siguiente año su primera novela Días de
papel con la que obtuvo su primer premio, Eric Guttentag, Bolivia.
En
1997 se doctoró en Lenguas y Literatura Hispana para la Universidad de Berkeley.
En
2014 publicó su primera obra de ciencia ficción: Iris, género por el que siente inclinación, especialmente en cuanto
a las distopías gracias a su veneración por obras como 1984 de George Orwell y Mundo
Feliz de Aldous Huxley.
Paz
Soldán se desempeña también como columnista en los diarios La Tercera de Chile, El País de
España, The New York Times y Time de Estados Unidos y la revista Etiqueta Negra de Perú.
Amores Imperfectos Estruendomudo |
- El libro de
cuentos Amores Imperfectos se publicó por primera vez por la editorial
Santillana, Bolivia en el año de 1998; luego fue publicada por Alfaguara en
Buenos Aires, año 2000 y por Suma de Letras, España en 2002.
El
cuento “Dochera”, que cierra la
segunda parte del libro, le permitió a Paz
Soldán hacerse con el premio Juan Rulfo en 1997.
-
En la introducción del cuento Presentimiento
del fin, Paz Soldán menciona una
de las estrofas de la canción Decisiones
de Rubén Blades. En el cuento Presentimiento
del fin Raquel cree estar embarazada, mientras que Lafforet, su enamorado,
no asimila la noticia y se arrepiente de no haber terminado su relación antes,
cuando cayó en la cuenta que no la quería.
-
Decisiones
es una canción del músico, compositor, cantante y actor panameño Rubén Blades, que formó parte de su
célebre álbum Buscando América,
grabado para el sello Elektra, año 1984 que le valió el premio Grammy al mejor álbum latino.
En
Buscando América Rubén Blades, gracias a la colaboración de la banda Los Seis del Solar, cambia el formato del soporte musical de su trabajo anterior eliminando
instrumentos de viento basándose exclusivamente en la percusión, sintetizadores
y vibráfonos, lo que le dio un nuevo rostro al género denominado Salsa.
En
Decisiones,
Blades narra el día a día de una
comunidad en la que nunca dejan de resaltar dramas comunes como el embarazo no
esperado de una adolescente y el pánico que la noticia le causa al “novio”; los líos de faldas provocados
por casanovas de vecindad y la muerte
en las pistas de conductores acostumbrados a manejar en estado de ebriedad.
Indudablemente
Edmundo Paz Soldán terminó recreando
con mayor detalle la historia de la ex-señorita
(Raquel) que inicialmente no sabe a qué atribuir su retraso menstrual y la de
el “novio” Lafforet, que aparentando calma y amor hacia Raquel, desea
vehementemente que todo sea una falsa alarma.
La
diferencia entre la canción y el cuento es que, en la canción se trata de
adolescentes de escuela; mientras que en el cuento Raquel y Lafforete son
estudiantes universitarios con miras de viajar al extranjero para seguir
estudios de especialización profesional.
-
El
tema El
amor… cosa tan rara fue
escrito por la compositora y cantante brasileña Denisse de Kalafe, tema que le permitió hacerse del primer lugar
del Festival Musical de la OTI de 1978, desarrollado en Santiago de Chile. En
el año 1987, la Orquesta del músico colombiano Alex León, hiso una versión en ritmo de salsa (en su variante de
salsa sensual) que tuvo mucho éxito en la voz del neoyorkino Lefty Pérez.
Soundtrack:
El amor... cosa tan rara: Denisse de Kalafe - 1977
Decisiones: Rubén Blades y Seis del Solar - 1983
El
amor… cosa tan rara: Orquesta de
Alex León, voz de Lefty Pérez - 1987
Concepto,
introducción y notas:
MAX MARRUFFO S.
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