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Ciudad de Nueva York. Si no todos,
la mayoría sueña visitarla alguna vez. Y es que gracias a la magia del cine y la
televisión sus lugares y rincones la han fijado en el inconsciente de la
sociedad occidental como sinónimo de ciudad moderna, elegante y refinada.
Ha sido la musa de directores de
cine como Woody Allen que para referirse al aspecto romántico de su paisaje
salvajemente urbano, de inmensas y desafiantes columnas erigidas por el hombre,
la describe como “una ciudad en blanco y
negro que palpita y vibra con las grandes melodías de George Gershwin”*.
Pero también en blanco y negro muchos escritores nos han narrado historias cuyas
tramas, trágicas o violentas, se desenvuelven entre sus entrañas más recónditas alejadas del
glamour o encanto de los colores que despiden los grandes anuncios de Time
Square como las marquesinas y espectáculos musicales de Broadway, aunque no sin cierto
aire sofisticado. Pueden tratarse de historias similares a cualquier otra que
ocurre en cualquier lugar del mundo, pero el que tenga a la ciudad de Nueva York
como decorado de fondo las hace únicas.
Este es el caso de Yonqui (Jonkie), novela escrita por
William S. Burroughs, conspicuo miembro de la beat generation, hermandad de escritores y poetas golpeados -pero no vencidos- por el
sistema estadounidense de éxito y acumulación de bienes, en la que se delata la existencia
de realidades que caminan en dos piernas por el sendero de la marginación y de la
miseria moral y material existente aún hoy en dicha ciudad y que aquellos que
la exaltan han querido ocultar o borrar de los planos cinematográficos o tomas
fotográficas de su paisaje. Yonqui
narra la historia de cómo un adicto a la heroína y sus camaradas se recursean** el vicio y sobreviven para morir por él.
Yonqui
(Fragmento)
William S. Burroughs
El cruce de la calle 103 y
Broadway es como cualquier otro de esta zona. Una cafetería, un cine, tiendas.
En mitad de Broadway hay un jardincillo con algo de césped y bancos. En la
calle 103 hay una parada de metro, así como altos bloques de pisos. Se trata de
un territorio de droga. La droga acecha en la cafetería, da la vuelta a la
manzana y a veces cruza hasta el centro de Broadway para descansar en uno de
los bancos del jardincillo. Es un fantasma que se pasea a pleno día por una
zona concurridísima.
Siempre se podía encontrar a unos
cuantos yonquis sentados en la cafetería o rondando por sus alrededores;
llevaban el cuello de la chaqueta subido, escupían en el suelo y miraban
inquietos a su alrededor a la espera del camello. En verano solían sentarse en
los bancos, y parecían buitres con sus trajes oscuros.
El camello tenía cara de
adolescente. No representaba más de treinta años, aunque, de hecho, tenía
cincuenta y cinco. Era un hombre bajo, siniestro, de cara delgada y aspecto de
irlandés. Cuando se dignaba aparecer -y, como muchos yonquis veteranos, nunca
era puntual-, se sentaba en una mesa de la cafetería. Le dabas el dinero y tres
minutos más tarde te reunías con él en una esquina donde te entregaba la droga.
Jamás la llevaba encima, pero era evidente que la tenía escondida en algún
sitio cercano…
Los yonquis modernos, intelectuales
y aficionados al jazz, jamás aparecían por la calle 103. Los tipos de la calle
103 eran todos veteranos: caras delgadas y pálidas; bocas contraídas y amargas,
dedos rígidos, gestos estilizados. (Hay un gesto que delata al yonqui, igual
que el movimiento de aleteo de las manos descubre al marica: al levantar el
antebrazo extiende la mano con los dedos rígidos y la palma hacia arriba.) Eran
de diversas nacionalidades y distinto aspecto físico, pero todos tenían algo en
común: recordaban la droga. Figuraban entre ellos el Irlandés, George el
griego, Rose Pantopón, Louie el Botones, Eric el Maricón, el Sabueso, El
Marinero y Joe el Mexicano. Algunos han muerto, y otros están en la trena.
Ya no hay yonquis en el cruce de
la calle 103 con Broadway esperando su camello. Los traficantes se han largado
a otra parte. Pero la sensación de que es territorio de droga sigue ahí. Te
azota el rostro al doblar la esquina, te sigue cuando avanzas por la acera y,
de pronto, desaparece, igual que un mendigo cansado de pedir en vano, mientras
te alejas…
El Maricón era un ladrón de
borrachos brillante y afortunado. Sus botines eran fabulosos. Era siempre el
que llegaba primero junto al borracho, nunca el último, el que se encuentra con
que la víctima ya tiene los bolsillos vueltos al revés. Un borracho dormido
atrae a un grupo de depredadores muy jerarquizado. En primer lugar llegan los
grandes especialistas como el Maricón, guiados por un instinto innato. Sólo
quieren dinero, anillos, relojes buenos. Luego acuden los chorizos vulgares,
que se llevan todo lo que pueden: el sombrero, los zapatos, el cinturón. Por
último, la hez de la profesión, si puede, le quita al borracho el abrigo o la
chaqueta.
El Maricón siempre se las
arreglaba para llegar el primero cuando había un buen botín. En cierta ocasión
consiguió mil dólares en la estación de la calle 103. En varias ocasiones había
conseguido botines de cientos de dólares. Si el tipo al que robaba se daba
cuenta, le metía la mano, para que pareciera que sus intenciones eran sexuales.
A eso se debía su mote.
Cruce de la Calle 103 con Av. Broadway, Manhattan, NY |
Av. Broadway con Calle 103. Parada de metro y berma central con jardincillo y banca |
También robábamos en los vagones.
Me sentaba junto al tipo con mi periódico abierto y Roy le limpiaba los
bolsillos por detrás de mí. Si el borracho se despertaba, veía que mis manos
estaban en el diario. Sacábamos una media de diez dólares por noche.
Una noche normal se desarrollaba
más o menos así: empezamos a trabajar hacia las once y en la estación de Times
Square cogimos un convoy de la línea IRT, que va a la parte alta de la ciudad.
En la estación de la calle 149 localicé a un primo y nos apeamos. Esa estación
tiene varios niveles y resulta peligrosa para los que se dedican a robar a los
borrachos porque hay sitios donde pueden esconderse un policía y es imposible
cubrir todos los ángulos. En el nivel inferior, la única salida posible es el
ascensor.
Nos acercamos al tipo haciendo como
si no lo viéramos. Era de mediana edad, se apoyaba contra la pared y respiraba
pesadamente. Roy se sentó a su lado y yo me puse delante con un periódico
abierto. Roy me guiaba:
─Un poco hacia la derecha. Espera
un poco. Ahí. Vale.
De pronto la pesada respiración se
detuvo. Recordé esa escena de las películas en que la respiración se detiene
durante una operación. Pude sentir la tensa inmovilidad de Roy detrás de mí. El
borracho masculló algo y cambió de postura. Lentamente, la pesada respiración
se reanudó. Roy se levantó. Hizo un gesto afirmativo y caminó rápidamente hacia
el otro extremo del andén. Sacó un puñado de billetes del bolsillo y contó ocho
dólares. Me dio cuatro y dijo:
─Esto era lo que tenía en el
bolsillo del pantalón. No pude dar con la cartera. Por un instante pensé que
iba echarse sobre nosotros…
Una noche cogimos el metro de
Times Square. Un hombre muy bien vestido caminaba delante de nosotros con paso
vacilante. Roy lo miró y dijo:
─Ahí tenemos un buen golpe.
Sigámoslo.
─Ese de ahí sabe de qué va la
cosa. No hay que preocuparse ─me dijo Roy al oído.
Roy tenía problemas para encontrar
la cartera. La situación empezaba a ser peligrosa. Noté que el sudor me corría
por los brazos.
─Dejémosle ─dije.
─No. Está sentado encima de su
abrigo y no puedo encontrarle la cartera. Cuando te lo diga, empújalo, tiraré
del abrigo… ¡Ahora! ¡Vaya por Dios! Un
poco más fuerte…
─Dejémoslo ─volví a decir. El
miedo me hacía un nudo en el estómago─. ¡Va a despertarse!
─No. Vamos a intentarlo otra vez… ¡Ahora! ¿Qué coño pasa contigo? Solo
tienes que dejarte caer contra él ─dijo Roy.
─Roy ─dije, dejemos esto. Va a
despertarse.
Intenté levantarme, pero Roy no
me dejó. De pronto, me dio un fuerte empujón y caí pesadamente contra el tipo.
─Ahora lo conseguí ─dijo Roy.
─¿Tienes la cartera?
─No. He soltado el abrigo.
Habíamos salido del túnel y
estábamos ya en el tramo elevado. Sentía nauseas de miedo, y todos los músculos
de mi cuerpo estaban rígidos a causa del esfuerzo que hacía por dominarme. El
hombre solo estaba medio dormido. Estaba seguro de que en cualquier momento se
pondría en pié de un salto y empezaría a gritar.
Por fin, oí a Roy que decía:
─Ya lo tengo.
─Entonces larguémonos.
─No, lo que tengo es un puñado de
billetes. Tiene que haber una cartera por algún lado, y voy a encontrarla. Este
tipo lleva cartera, seguro que sí.
─Ya no puedo más.
─No. Espera.
Notaba que seguía trabajándose al
borracho por detrás de mi espalda, con tan poco disimulo, que me parecía
increíble que el hombre pudiera seguir dormido.
Habíamos llegado al final de la
línea. Roy se puso de pie y dijo:
─Cúbreme.
Extendí el periódico lo más que
pude para ocultar sus maniobras a los demás pasajeros. Sólo quedaban tres, pero
estaban situados en diferentes extremos del vagón. Roy seguía revolviendo los
bolsillos del hombre sin el menor disimulo. Al fin dijo:
─Salgamos.
Salíamos del andén cuando el borracho
se despertó y se llevó la mano al bolsillo. Nos siguió por el andén y se encaró
con Roy.
─Muy bien, amigo ─dijo─,
devuélveme mi dinero.
Roy puso cara de sorpresa; levantó
las manos, como si tratara de demostrarle que estaban vacías, y dijo:
─¿Qué dinero? ¿De qué me habla?
Roy hizo un gesto de sorpresa y
dignidad ofendida.
─¿De qué habla usted, señor? No sé
nada de su dinero.
─Te veo todas las noches en esta
línea. Es tu recorrido habitual. ─Se volvió hacia mí y dijo─: Y éste es tu
compinche. Bien, ¿vas a devolverme ahora mismo mi dinero?
─Pero ¿de qué dinero habla?
─De acuerdo. Es tu palabra contra
la mía. Cojamos el tren y volvamos al centro de la ciudad. Tal vez sea lo mejor
─dijo el hombre; pero, de pronto, metió sus manos en los bolsillos de la
chaqueta de Roy mientras gritaba─: ¡Hijo de puta de mierda! ¡Devuélveme mi
dinero!
Roy le pegó en la cara y lo
derribó.
─¿Qué te has creído? ─exclamó Roy,
que había perdido de repente su expresión conciliadora y sorprendida─ ¡Quítame
las manos de encima!
El conductor, al ver que se había
iniciado una pelea, no ponía el tren en marcha por si alguien caía a la vía.
─Larguémonos! ─dije, y echamos a
correr por el andén.
El hombre se puso en pie y nos
persiguió. Alcanzó a Roy y lo agarró con determinación. No se podía soltar. Lo
tenía inmovilizado.
─!Quítame a este cabrón de encima!
─gritó Roy.
Golpeé un par de veces al hombre
en la cara y aflojó su presa y cayó de rodillas.
─!Rómpele la cabeza! ─Chilló Roy.
Le di una patada en un costado y noté que una costilla cedía. Se llevó la mano
al costado.
─!Socorro! ─gritó. No intentó
levantarse.
─!Larguémonos! ─dije. En el
extremo más alejado del andén oí el silbato de un policía. El tipo seguía caído
en el suelo agarrándose el costado y de vez en cuando gritaba pidiendo auxilio.
Llovía ligeramente. Cuando llegué
a la calle resbalé y me tambaleé, a punto de caer sobre la acera mojada.
Estábamos de pie junto a una gasolinera cerrada, y nos volvimos para mirar el
elevado.
─!Hay que largarse! ─dije.
─Nos verán.
─No podemos quedarnos aquí.
Echamos a andar. Noté que tenía la
boca completamente seca. Roy sacó un par de anfetaminas del bolsillo de la
camisa.
─Tengo la boca demasiado seca
─dije─, no puedo tragarlas.
Seguimos andando.
─Seguro que nos buscarán ─dijo
Roy─. Vigila si vienen coches. Si se acerca alguno, nos meteremos entre los
arbustos. Estarán esperando que volvamos al metro, de modo que lo mejor será seguir
caminando.
La lluvia no tenía trazas de
parar. Nos ladraban perros a medida que andábamos.
─Recuerda lo que debes contar si
nos cogen ─dijo Roy─: Nos dormimos y despertamos al final de la línea. El tipo
ese nos acusó de que le habíamos robado el dinero. Nos asustamos, así que lo
golpeamos y corrimos. De todos modos, seguro que en comisaría nos atizan.
─Ahí viene un coche de la policía
─dije.
Nos ocultamos entre unos arbustos
de la cuneta y nos acurrucamos detrás de un cartel. El coche pasó lentamente por
delante de nosotros. Cuando se alejó, volvimos a caminar. Empezaba a sentir los
síntomas del síndrome de abstinencia, y no sabía si podría llegar a casa y a la
morfina que tenía guardada allí.
─Cuando estemos más cerca, será
mejor separarse ─dijo Roy─. Aquí podemos ayudarnos. Si encontramos a un policía
haciendo la ronda, le diremos que estábamos con unas chicas y que buscamos el
metro. Esta lluvia es una suerte, porque los polis deben de estar a cubierto,
tomando café en algún local abierto toda la noche. ¡Y haz el favor de no volver
la cabeza de ese modo!
─Volver la cabeza para mirar a los
lados es algo natural ─dije.
─!Sí, natural para los ladrones!
Por fin, legamos a la otra línea
de metro y nos dirigimos a Manhattan.
─La verdad es que no me llegaba la
camisa al cuerpo, y a ti tampoco, supongo. Por cierto, aquí tienes tu parte
─dijo Roy al despedirnos, y me entregó tres dólares.
Al día siguiente le dije que no
pensaba volver a robar a borrachos en el metro.
─No te lo reprocho ─dijo-. Pero te
equivocas. Si aguantaras el tiempo suficiente, harías buenos negocios.
- Fragmento del Libro Yonqui: WILLIAM S. BURROUGHS. Editorial Anagrama. Colección: Compactos (Edición completa del libro que tuvo que ser publicado originalmente expurgado y con el seudónimo de William Lee). Sexta edición en “Compactos”: febrero 2006. Barcelona. De venta en Crisol Libros y Más. C.C. Plaza San Miguel, Tda. 55-56, San Miguel, Lima, Perú.
- Fragmento del Libro Yonqui: WILLIAM S. BURROUGHS. Editorial Anagrama. Colección: Compactos (Edición completa del libro que tuvo que ser publicado originalmente expurgado y con el seudónimo de William Lee). Sexta edición en “Compactos”: febrero 2006. Barcelona. De venta en Crisol Libros y Más. C.C. Plaza San Miguel, Tda. 55-56, San Miguel, Lima, Perú.
(*) Frase utilizada por la voz en off del personaje Isaac Davis, en
la introducción de la película Manhattan
(United Artist, año 1979, escrita y dirigida por Woody Allen) en que se muestra
diversas tomas en blanco y negro de esta parte de la ciudad de Nueva York con
el fondo musical del tema Rhapsody in
Blue de George Gershwin.
En la película Hollywod Ending (DreamWorks Pictures,
año 2002, escrita y dirigida por Woody Allen), encarnando el personaje del
neurótico director de cine Val Waxman, Allen vuelve a referirse a la ciudad de Nueva
York como “una ciudad en blanco y negro”.
(**) Esta palabra es
utilizada por los peruanos para referirse a la acción de recaudar fondos,
financiar una actividad o ganarse la vida.
Notas:
- Ciudad de Nueva York es el
nombre que se le da al conjunto de cinco distritos metropolitanos (Buroughs) y
a la vez condados: Manhattan, Brooklyn, Queens, Bronx y Staten Island. Está
ubicada en el extremo sur del Estado cuyo nombre le es homónimo y del cual
forma parte: Estado de Nueva York. La capital del Estado de Nueva York es
Albany.
De la Ciudad de Nueva York,
el distrito metropolitano más famoso y visitado es Manhattan (o isla de
Manhattan), por lo que muchas veces el nombre de Ciudad de Nueva York es
utilizado para referirse solo a él.
Hasta 1898 Ciudad de Nueva
York era un solo condado, el condado de Manhattan (Isla de Mahattan) al que
luego se le unieron los otros cuatro antes citados.
- Yonqui, cuyo nombre original en inglés fue Junk, para luego ser
cambiado por Junkie, se publicó por
primera vez en 1953 bajo el sello editorial
de Ace Books, editorial que lo dotara de un subtítulo: Confesiones de un drogadicto perdido (Confessions of an Unredeemed
Drug Addict).
La editorial Ace Books se caracterizó por publicar libros de casi nulo contenido literario, esto es, artístico (conocido como Peperback o libro barato). Su material eran pequeñas historias que podrían llamarse de aventuras, de detectives, de crimen, de ficción o historias rosa (románticas).
La editorial Ace Books se caracterizó por publicar libros de casi nulo contenido literario, esto es, artístico (conocido como Peperback o libro barato). Su material eran pequeñas historias que podrían llamarse de aventuras, de detectives, de crimen, de ficción o historias rosa (románticas).
La razón por la que Yonqui fue editada por Ace Books fue
que nadie quería hacerlo porque se consideraba que la historia contenida en
ella (la vida de un heroinómano) no tenía interés literario, aun cuando la
verdadera razón era que los propietarios de ditoriales “serias” no querían
verse metidos en problemas judiciales por supuestamente promocionar, incentivar
o hacer apología de la droga. En los años que se escribió la novela, Estados
Unidos salía de la Segunda Guerra y muchos de sus combatientes encontraron en
la heroína y otras drogas, como la marihuana y anfetaminas, el remedio para
soportar el incesante dolor de las heridas mentales que les dejó la amarga experiencia;
también fue el único refugio que pudieron encontrar en su propio país aquellos
que no se pudieron adaptar a la vida civil, sea por el rechazo de sus propios
compatriotas (como ocurrió con los soldados negros) o porque la ideología del
éxito y progreso los abrumó.
Ace Books lanzó el libro a la
venta como una edición especial doble, esto es, junto a otra obra, de otro
autor a un precio rebajado (de oferta, de ganga).
Lo gracioso fue que la obra
que se publicó junto a la de Burroughs estaba escrita por un ex-agente de narcóticos.
William
S. Burroughs habría escrito la novela hacia inicios de los 50’s. La historia se
inspira y basa en su experiencia personal como drogadicto que se remonta hacia
mediados de los años 40.
Antes que Yonqui, Burroughs se dedicaba a la escritura pero sin el más mínimo ánimo
de convertirse en un escritor profesional, esto es, vivir de lo que escribía y
publicaba. Casi tomaba la escritura como terapia para enfrentar sus males
existenciales. Fue Allen Ginsberg, otro pilar de la beat generation (Aullido,
Kadish, etc.) quien lo convenció que
debía publicarlo.
Cuando Burroughs conoció a Ginsberg (y a Kerouac), le tomó gran afecto,
iniciándose un cruce de correspondencia en la que, entre otras cosas, le iba
enviando fragmentos de Yonqui a
medida que los escribía. Allen Ginsberg se auto impuso la tarea de ser su
agente literario y recorrió muchas calles y tocó muchas puertas con el original
bajo sus axilas hasta que convenció a Carl Solomon (otro poeta y escritor
asociado a los beat) para que le
proponga a su tío, A. A. Win, lo publique bajo la editorial de su propiedad,
Ace Books.
La condición para que Ace
Books publicara la novela fue que se eliminen ciertos párrafos que criticaban la
política de salud y represión contra los consumidores. Además, se exigió que Burroughs se presentara bajo un
seudónimo (William Lee) para que intente una explicación del por qué, un hijo de
buena familia puede llegar a caer en las redes de la adicción.
- William Seward Burroughs II nació el 5 de febrero de 1914 en St.
Louis, Missouri, EE.UU. bajo el seno de una familia acomodada y de prestigio aunque
de costumbres rígidas que amoldaron su personalidad tímida y solitaria. Se
graduó en Harvard, vivió en Europa, pero cuando los Estados Unidos fueron
atacados por los japoneses en Pearl Harbor, decidió alistarse en el ejército,
que observo su permanencia por supuestos rasgos de una conducta anómala. Hacia 1944
conoció a Jack Kerouac, el prominente escritor beat (En el camino, Visiones de Cody, Los Subterráneos, Los
Vagabundos del Dharma, etc.) época en que comenzó a consumir morfina. Hacia
1950 inició una convivencia con Joan Vollmer a la que mataría accidentalmente
con su revólver, hecho que lo precipitó al consumo y adicción a la heroína. Con
afán de experimentación llegó hasta el Perú para adentrarse en los secretos del
ayahuasca. Murió en Kansas el 2 de agosto de 1997, víctima de un ataque al
corazón. Destacan de su obra, las novelas Queer,
El Almuerzo Desnudo, The Soft Machine, Los Wild Boys, La Noche Roja, entre
otras.
- Jeeppers Creepers es un tema escrito en 1938 por Warren y Mercer
originalmente grabado por Louis Armstrong para la película Going Places de la Warner; posteriormente la orquesta del genio de
la batería Gene Krupa hizo su propia
versión. Jeepers Creepers es el
nombre de un caballo de carreras que solo se deja montar si alguien le canta la
canción del mismo nombre.
- Skin Deep, es el primer tema del álbum Ellington Uptown, que fuera grabado entre 1951 y 1952 para Columbia
Records por el pianista, compositor y director de orquesta Duke Ellington, “El Duke”.
El solo de batería que se
escucha en Skin Deep es de Louis Bellson.
- La primera emisora de radio
en la Ciudad de Nueva York fue inaugurada en el año 1916.
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Soundtrack:
- Archivo de radio pública de
Nueva York
- Jeepers Creepers: Gene Krupa (1938)
-
Skin Deep: Duke Ellington (1952)
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Concepto, introducción, referencias, notas y compilación de texto y música:
MAX
MARRUFFO S.