viernes, 28 de febrero de 2014

HISTORIAS DE VAGABUNDOS. KEROUAC Y LOS DEL DHARMA

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El hombre que se despoja de su civilidad no se convierte en un ser salvaje, sino, natural, espontáneo. La interacción diaria nos limita, nos opaca. Muchas de las reglas del trato social no son más que un reflejo de la hipocresía.  La interacción reduce la capacidad de soñar, de imaginar. Mientras más conocemos cómo se desenvuelve la sociedad, cuáles son sus mecanismos y los patrones de comportamiento colectivo, se van inhibiendo, dentro nuestro, impulsos creativos. Cada mañana que despertamos estiramos nuestra mano y encontramos nuestra vestimenta pero no nuestro Yo. Cada día improvisamos uno, lo adaptamos al gusto de los demás; consecuencia de ello es que terminamos perdiéndonos a nosotros mismos.

A continuación, un extracto de “Los Vagabundos del Dharma”, novela que junto a “En el camino” se constituyó en uno de los libros emblemáticos de Jack Kerouac (1922 - 1969), figura prominente de la generación beat, movimiento poético-literario que sobresaltó la conciencia de los biempensantes adoradores del sistema.

Kerouac tenía la costumbre de vagar a través de los caminos de su basto país, sea en automóvil, en tren o paso a paso. Sus libros son una suerte de crónicas de viaje a los confines de sus pensamientos, sentimientos, emociones… y frustraciones.

Saltando a un mercancías que iba a Los Ángeles un mediodía de finales de septiembre de 1955, me instalé en un furgón y, tumbado con mi bolsa del ejército bajo la cabeza y las piernas cruzadas, contemplé las nubes mientras rodábamos hacia el norte, a Santa Bárbara. Era un tren de cercanías y yo planeaba dormir aquella noche en la playa de Santa Bárbara y a la mañana siguiente coger otro, de cercanías también, hasta San Luis Obispo, o si no el mercancías de primera clase directo a San Francisco  de las diecinueve. Cerca de Camarillo, donde Charlie Parker se había vuelto loco y recuperado la cordura, un viejo vagabundo delgado y bajo saltó a mi furgón cuando nos dirigíamos a una vía muerta para dejar paso a otro tren, y pareció sorprendido de verme. Se instaló en el otro extremo del furgón y se tumbó frente a mí, con la cabeza apoyada en su mísero hatillo, y no dijo nada. Al rato pitaron, después de que hubiera pasado el mercancías en dirección este dejando libre la vía principal, y nos incorporamos porque el aire se había enfriado y la neblina se extendía desde el mar cubriendo los valles más templados de la costa. Ambos, el vagabundo y yo, tras infructuosos intentos por arrebujarnos con nuestra ropa sobre el hierro frío, nos levantamos y caminamos deprisa y saltamos y movimos los brazos, cada uno en su extremo del furgón. Poco después enfilamos otra vía muerta en una estación muy pequeña y pensé que necesitaba un bocado y vino de Tokay para redondear la fría noche camino a Santa Bárbara.

− ¿Podría echarle un vistazo a mi bolsa mientras bajo a conseguir una botella de vino?

         − Pues claro.

Me apeé de un salto por uno de los lados y atravesé corriendo la autopista 101 hasta la tienda, y compré, además del vino, algo de pan y fruta. Volví corriendo a mi tren de mercancías, que tenía que esperar otro cuarto de hora en aquel sitio soleado y caliente. Pero empezaba a caer la tarde y haría frío enseguida. El vagabundo estaba sentado en su extremo del furgón con las piernas cruzadas ante un mísero refrigerio consistente en una lata de sardinas. Me dio pena y le dije:

− ¿Qué tal un trago de vino para entrar en calor? A lo mejor también quiere un poco de pan y queso para acompañar las sardinas.

− Pues claro.

Hablaba de muy lejos, como desde el interior de una humilde laringe asustada o que no quería hacerse oír. Yo había comprado el queso tres días atrás en Ciudad de México, antes del largo y barato viaje en autobús por Zacatecas y Durango y Chihuahua, más de  tres mil kilómetros hasta la frontera de El Paso. Comió el queso y el pan y bebió el vino con ganas y agradecimientos. Yo estaba encantado. Recodé aquel versículo del Sutra de Diamante que dice:

<< Practica la caridad sin tener en la mente idea alguna acerca de la caridad, pues la caridad, después de todo, solo es una palabra>>.

En aquellos días era muy devoto y practicaba mis devociones religiosas casi a la perfección. Desde entonces me he vuelto un tanto hipócrita con respecto a mi piedad de boca para afuera y algo cansado y cínico… Pero entonces creía de verdad en la caridad y amabilidad y humildad y celo y tranquilidad y sabiduría y éxtasis, y me creía un antiguo bikhu con ropa actual que erraba por el mundo (habitualmente por el inmenso arco triangular de Nueva York, Ciudad de México y San Francisco) con el fin de hacer girar la rueda del Significado Auténtico, o Dharma. Y hacer méritos como un futuro Buda (Iluminado) y como un futuro Héroe en el Paraíso. Todavía no conocía a Japhy Ryder -lo conocería una semana después-, ni había oído hablar de los <<Vagabundos del Dharma>>, aunque ya era un perfecto Vagabundo del Dharma y me consideraba un peregrino religioso. El vagabundo del furgón fortaleció todas mis creencias al entrar en calor con el vino y hablar y terminar por enseñarme un papelito que contenía una oración de Santa Teresita en la que anunciaba que después de su muerte volvería a la tierra y derramaría sobre ella rosas, para siempre, y para todos los seres vivos.

− ¿Dónde consiguió eso? −le pregunté.

− Bueno, lo recorté de una revista hace un par de años. En Los Ángeles. Siempre lo llevo conmigo.

− ¿Y se sienta en los furgones y lo lee?

         − Casi todos los días.

Tren de cercanías, Valencia, España
No hablo mucho del asunto, ni tampoco se extendió sobre Santa Teresita, y era muy humilde con respecto a su religiosidad y me habló poco de sus cuestiones personales. Era el tipo de vagabundo de poca estatura, delgado y tranquilo, al que nadie presta mucha atención ni siquiera en el barrio chino, por no hablar de la calle Mayor. Si un policía lo echaba a empujones de algún sitio, no se resistía y desparecía, y si los guardas jurados del ferrocarril andaban por allí cerca cuando había un tren de mercancías listo para salir, era prácticamente imposible que vieran al hombrecillo escondido entre la maleza saltando a un vagón desde la sombra. Cuando le conté que planeaba subir la noche siguiente al Silbador, el tren de mercancías de primera clase, dijo:

            − ¡Ah! ¿Quieres decir el Fantasma de Medianoche?

            − ¿Llamáis así al Silbador?

            − Al parecer, has trabajado en esa línea.

            − Sí. Fui guardafrenos en la Southern Pacific.

           −Bueno, nosotros, los vagabundos, lo llamamos el Fantasma de Medianoche porque se coge en Los Ángeles y nadie te ve hasta que llegas a San Francisco por la mañana. Va así de rápido.

            − En los tramos rectos alcanza los ciento treinta kilómetros por hora, tío.

          − Sí, pero hace un frío tremendo por la noche cuando enfila la costa norte de Gavioty y sigue la línea de la rompiente.

            − La rompiente, eso es, después vienen las montañas, una vez pasada Margarita.

        −Margarita, eso es; he cogido ese Fantasma de Medianoche muchas veces de las que puedo recordar.

            − ¿Cuántos años hace que no va por casa?

            − Más de los que pueda recordar. Vivía en Ohio.

Pero el tren se puso en marcha, el viento volvió a enfriar y se cayó la neblina otra vez, y pasamos la hora y media siguiente haciendo todo lo que podíamos y más para no congelarnos y dejar de castañear tanto. Yo estaba acurrucado en una esquina y meditaba sobre el calor, el calor de Dios, para combatir el frío; después di saltitos, moví brazos y piernas y canté. Sin embargo, el vagabundo tenía más paciencia que yo y se mantenía tumbado casi todo el rato, rumiando sus pensamientos y desamparado. Los dientes  me castañeaban y tenía los labios azules. Al oscurecer vimos aliviados la silueta de las montañas familiares de Santa Bárbara y en seguida nos detuvimos y nos calentamos junto a las vías bajo la tibia noche estrellada.
Mercancías con doble locomotora

Dije adiós al vagabundo de Santa Teresita en el cruce, donde saltamos a tierra, y me fui a dormir a la arena envuelto en manta, lejos de la playa, al pie del acantilado donde la bofia no pudiera verme y echarme. Calenté unas salchichas clavadas a unos palos recién cortados y puestos sobre una gran hoguera, y también una lata de judías y una de macarrones al queso, y bebí mi vino recién comprado y disfruté de una de las noches más agradables de mi vida. Me metí en el agua y chapoteé un poco y estuve mirando la esplendorosa noche estrellada, el universo diez veces maravillosos de oscuridad y diamantes de Avalokitesvara.

<<Bien Ray −me dije contento−, solo quedan unos pocos kilómetros. Lo has conseguido otra vez.>>

Feliz. Solo con mis pantalones cortos, descalzo, el pelo alborotado, junto al fuego, cantando, bebiendo vino, escupiendo, saltando, correteando −¡esto sí que es vida!−. Completamente solo y libre en las suaves arenas de la playa con los suspiros del mar cerca y las titilantes y cálidas estrellas, vírgenes de Falopio, reflejándose en el vientre fluido del canal exterior. Y si las latas están al rojo vivo y no puedes cogerlas con la mano, usa tus guantes de ferroviario; con eso basta. Dejé que la comida se enfriara un poco para disfrutar un poco más del vino y de mis pensamientos. Me senté con las piernas cruzadas sobre la arena e hice balance de mi vida. Bueno, allí estaba, ¿y qué?

<< ¿Qué me deparará el porvenir?>>

Entonces, el vino excitó mi apetito y tuve que lanzarme sobre las salchichas. Las mordí por un extremo sujetándolas con el palo por el otro, y ñam ñam, y luego me dediqué a las dos sabrosas latas atacándolas con mi vieja cuchara y sacando judías y trozos de cerdo, o de macarrones y salsa picante, y quizá también un poco de arena.

<<¿Cuántos granos de arena habrá en esta playa? −pensé−. ¿Habrá tantos granos de arena como estrellas en el cielo? −ñam, ñam−. Y si es así, ¿Cuántos seres humanos habrán existido? En realidad, ¿cuántos seres vivos habrán existido desde antes del comienzo de los tiempos sin principio? Bueno, creo que habría que calcular el número de granos de arena de esta playa y el de las estrellas del cielo, en cada uno de los diez mil enormes macrocosmos, lo que daría un número de granos de arena que  ni la IBM ni la Burroughs podrían computar. ¿Y cuántos serán? −trago de vino−; realmente no lo sé, pero en este preciso momento esa dulce Santa Teresita y el viejo vagabundo están derramando sobre mi cabeza un par de docenas de trillones de sextillones de descreídas e innumerables rosas mezcladas con lirios.>

Santa Bárbara, California
Después, terminada la comida, secados los labios con mi pañuelo rojo, lavé los platos con agua salada, di patadas a unos terrones de arena, anduve de acá para allá, sequé los platos, los guardé, devolví la vieja cuchara al interior del saco húmedo por el aire del mar, y me tendí envuelto en la manta para pasar una buena noche de descanso bien ganado. Me desperté en mitad de la noche.

<<¿Dónde estoy? ¿Qué es ese baloncesto de la eternidad que las chicas juegan aquí, a mi lado, en la vieja casa de mi vida? ¿Está en llamas la casa?>>

Pero sólo es el rumor de las olas que se acercan más y más con la marea alta a mi cama de mantas.

<<Soy tan duro y tan viejo como una concha>>, y me vuelvo a dormir y sueño que mientras me duermo consumo tres rebanadas de aliento de pan… ¡Pobre mente humana, y pobre solitario de la playa!, y Dios observándolo mientras sonríe y yo digo… Y soñé con mi casa de hace tanto tiempo en Nueva Inglaterra y mis gatitos tratando de seguirme durante miles de kilómetros por las carreteras que cruzan América, y mi madre llevando un bulto  a la espalda, y mi padre corriendo tras el efímero e inalcanzable tren, y soñé y me desperté en un grisáceo amanecer, lo vi, resoplé (porque había visto que todo el horizonte giraba como si un tramoyista se hubiera apresurado a ponerlo en su sitio y hacerme creer en su realidad), y me volví a dormir.

<<Todo da lo mismo>>, oí que decía mi voz en el vacío que se abraza tan fácilmente durante el sueño.

Libro Los Vagabundos del Dharma (1958), Capítulo I: Jack Kerouac. Traducción de Mariano Antolín Rato. Editorial Anagrama, colección Compactos. Novena edición en “Compactos”: Octubre 2012. Barcelona. De venta en Crisol Libros y Más. C.C. Plaza San Miguel, Tda. 55-56, San Miguel, Lima, Perú.

Notas:

- The Dharma Bums ("Los Vagabundos del Dharma") fue escrito poco después de "On The Road" ("En el Camino) y cuando Kerouac no encontraba editor que quisiera publicarlo, por lo que decidió apartarse del caos de la ciudad en busqueda de sí mismo a través de una vida más simple y sana.

El personaje principal de la obra no es Kerouac, sino Japhy Ryder (Gary Snyder, poeta y ensayista, amigo de Kerouac). En "Los Vagabundos del Dharma", Kerouac (bajo el nombre de Ray Smith) describe la profunda admiración que le causa su amigo Ryder, quien le enseña los secretos de la vida saludable, a contactarse con la naturaleza a través de paseos largos (y agotadores) por el campo, escalando montañas y transmitiéndole los principios del Budismo Zen.

Kerouac tenían por costumbre asignarle nombres ficticios a sus familiares y amigos que formaban parte de sus historias, según él porque sus editores así se lo exigían, por ello, muchas veces la lectura de sus historias resultan, además, divertidas, tratando de adivinar a quién se refería (por lo general eran todos aquellos que formaban parte del círculo que fue denominado como los beat). Y debido a que él formó parte de dicha generación (fue uno de sus pilares) sus historias casi siempre se refieren a los principales acontecimientos que dieron nacimiento a dicho movimiento literario. En "Los Vagabundos del Dharma", por ejemplo, hace referencia al recital de la Galería Six, donde Allen Ginsberg (con el nombre de Alva Goldbook) recitó por primera vez su poema "Aullido", dando inicio a todo.


Casa de Kerouac en Winter Park, Florida donde
escribió "Los Vagabundos del Dharma"
Es indiscutible que el movimiento Hippie de mediados de los 60's fue heredero de la Beat Generation, y "Los Vagabundos del Dharma" se constituyó en el libro de cabecera y manual de toda una generación que volcó su mirada hacia la naturaleza y lo espiritual. Hasta el día de hoy, "Los Vagabundos del Dharma" es fuente de inspiración para adultos, jóvenes y adolescentes que practican deportes al aire libre.

"Pero a los cazadores no les gustó que estuviéramos allí aparte hablando en voz baja de nuestros diversos asuntos personales y se nos unieron y en seguida había por todo aquel bar oval brillantes arengas sobre los venados de la localidad, sobre los montes que había que subir, sobre qué hacer, y cuando oyeron que habíamos venido hasta aquí, no a matar animales sino sólo a escalar montañas, nos consideraron unos excéntricos sin remido y nos dejaron solos..." ("Los Vagabundos del Dharma").

Cabe señalar que, si la mayoría de libros de Kerouac son un relato de su alocada existencia, su publicación no necesariamente fue hecha al tiempo que esta transcurría. "En el Camino" narra hechos ocurridos en la última mitad de la década de los 40's; mientras que "Los  Vagabundos del Dharma", se refiere a hechos acaecidos entre 1955 y 1957, pero ambos se publicaron recién en 1957 y 1958, respectivamente. Los jóvenes y adolescentes que los leían creían que venían de una persona de su misma edad. En muchas ocasiones, grupos de muchachos acosaban a Kerouac en su casa de Nueva York pidiéndole les acompañe en sus jaleos sin caer en la cuenta que se trataba de un tipo que superaba los 30 años.


- Un tren de cercanías o tren suburbano, forma parte del sistema ferroviario de transporte de pasajeros cuyo tramo es corto, entre el centro de una ciudad y sus afueras (o a la inversa). Normalmente es utilizado para transportar a trabajadores que viven en las zonas suburbanas hacia donde se concentran la mayor cantidad de centros laborales.

- El tren de mercancías o tren de carga que se caracteriza por la gran cantidad de vagones destinados a transportar cargas, y por contar con una o más locomotoras a efecto de tener mayor potencia de arrastre, debido al enorme peso que soportan. Su recorrido suele pasar por las afueras de una ciudad y tiene conexiones con centros de producción donde recibe la carga. La velocidad de estos trenes es menor a la de pasajeros (como máximo 120 kph) y en algunos casos su trayectoria es directa, esto es, de estación de partida a estación de destino sin ninguna parada. Los que circulan a mayor velocidad de los 120 kph, son denominados tren de mercancías de primera clase, su trayectoria también es directa pero tienen preferencia de paso y salida diaria, que permite el transporte de mercancías o de servicio postal que deben ser repartidos al día siguiente en el lugar de su destino… “nosotros, los vagabundos, lo llamamos el Fantasma de Medianoche porque se coge en Los Ángeles y nadie te ve hasta que llegas a San Francisco por la mañana. Va así de rápido.

- Furgón, es un vehículo que forma parte de un tren y cuya característica es estar acondicionado para llevar bultos, paquetes o cajones.

- Southern Pacific fue un ferrocarril del sistema ferroviario de los Estados Unidos, fundada en 1865 como parte de una empresa mayor, la Central Pacific. En 1929 la Southern llegó a contar con un sistema de vías de 22,286 kilómetros. En 1988 fue comprada por Rio Grande Industries manteniendo su nombre pero con un tramo menor de vía férrea (14, 470 km), hasta que en 1996 fue adquirida por la Union Pacific Railroad.

- Santa Barbara, ciudad del condado de Santa Bárbara, California, está ubicada a 140 kilómetros al noreste de Los Ángeles en la costa del Pacífico, fue fundada en 1782 como Misión y Presidio de Santa Bárbara por Fray Junípero Serra.

Nací en Dixie en un cobertizo 
era sólo una pequeña cabaña 
junto a la vía del ferrocarril. 
El tren de carga me enseñó cómo gritar. 
El grito del conductor fue mi canción de cuna. 
Tengo el blues del tren de carga. 
Oh Dios nena, lo tengo hasta el fondo 
de mis zapatos de errante. 
Y cuando el silbato silba, tengo que irme, 
nena, no lo sabes. 
Parece como si nunca vaya a perder 
el blues del tren de carga. 

Mi papá era fogonero y mi mamá 
era la única hija de un maquinista. 
Mi querida era un guardafrenos y no es broma 
es una vergüenza el modo en que amansa 
a un hombre bueno. 
Oh Dios nena, lo tengo hasta el fondo 
de mis zapatos de errante. 
Y cuando el silbato silba, tengo que irme, 
nena, no lo sabes. 
Parece como si nunca vaya a perder 
el blues del tren de carga. 

La única cosa que me hace reír de nuevo 
es un silbido del sur en un tren del sur. 
Cada lugar al que vaya 
nunca puedo ir, porque, ya sabes 
tengo el blues del tren de carga. 
Oh Dios nena, lo tengo hasta el fondo 
de mis zapatos de errante
- Freight Train Blues, Bob Dylan-

Soundtrack:
Chattanooga Choo Choo: Glenn Miller (1941)
Freight Train Blues: Bob Dylan (1962)
Mystery Train: Elvis Presley (1955)
Chattanooga Choo Choo: The Andrews Sisters

MAX MARRUFFO S.

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