lunes, 13 de julio de 2015

LA CASA DE CARTÓN DE MARTÍN ADÁN. ¡VIVA EL PERÚ CARAJO! JULIO MES PATRIO

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Martín Adán (1908 - 1985)
En La Casa de Cartón la historia narrada fue  un mero pretexto para que su autor hiciera gala de una gracia y habilidad exquisita en el uso del lenguaje como solo pueden hacerlo quienes tienen un vasto conocimiento literario, por lo que nunca ha dejado de sorprender que sea la obra de un adolescente. Siguiendo a Luis Fernando Vidal en la presentación de la octava edición de editorial Peisa (2015), lo trascendente, lo verdaderamente valioso en ella es la forma, el estilo empleado en su escritura. La Casa de Cartón representó un hito en la literatura peruana, aunque en su momento no alcanzó mayor recepción como sí ha ocurrido en los últimos tiempos, pues exigió de parte del lector de su época cambiar sus hábitos en la forma de leer. Quienes no aceptaron el reto la calificaron de enigmática, ininteligible, rara como su autor, Martín Adán, una suerte de poeta maldito que atrajo la atención de Allen Ginsberg, quien lo catalogó como un autor beat.

La Casa de Cartón de Martín Adán sigue reclamando su lugar en la literatura universal y ambos son motivo de orgullo de los peruanos.

Edición de Talleres y Encuadernaciones S.A. 1928

Ramón Rafael de la Fuente Benavides, mejor conocido por su seudónimo de Martín Adán, escribió La Casa de Cartón cuando contaba entre 14 y 16 años y la vio publicarse a los 20, en una edición de tiraje reducido salida de Talleres de Impresiones y Encuadernaciones S.A. con un prólogo de Luis Alberto Sánchez, quien fuera su profesor en el Colegio Alemán, y un colofón de José Carlos Mariátegui director de la revista Amauta, en la que prestaba colaboración.

Y en efecto, tras su aparición, La Casa de Cartón no provocó mayor interés en la crítica y en el público lector debido a que el estilo y lenguaje utilizado representó para la época algo demasiado innovador como lo fue el poemario Trilce de Cesar Vallejo (1922), calificados ambos de vanguardismo literario.

José María Eguren
(1874 - 1942)
A inicios de los años 20, el vanguardismo era objeto de efervescente polémica y sobre todo de rechazo, sin embargo, la idea de romper los esquemas existentes hacia la búsqueda de lo novedoso entusiasmo el espíritu adolescente de Ramón Rafael, quien pese a su corta edad ya formaba parte del círculo literario encabezado por José María Eguren, poeta, escritor y periodista entre otras artes y profesiones, a quien se le atribuye haber dado origen a la poesía peruana contemporánea con su libro de poemas Simbólicas (1911), un innovador e incomprendido, la razón, quizás, para que La Casa de Cartón le fuera dedicada a éste.

Nadie discute que La Casa de Cartón estuvo adscrita a la vanguardia de su época, sin embargo y como lo pronosticara José Carlos Mariátegui en el colofón del libro, ello no significó necesariamente que toda la obra de Martín Adán siguiera el mismo camino. Para Mariátegui, la vanguardia que impregnaba el libro se explicaba en razón de los acontecimientos políticos culturales ocurridos durante su escritura.  La Casa de Cartón era solo el punto de partida de su carrera literaria  por lo que resultaba apresurado asegurar un apego consciente y decidido del autor a dicha corriente, más aún, cuando en el relato se manifestaba un cierto gusto por lo clásico.

Hugo J. Verani, en su estudio: “La Casa de Cartón de Martín Adán y el relato vanguardista hispanoamericano”*  señala que lo que caracteriza a esta obra es que el autor construye el relato cambiando los patrones, la forma de escribir historias, convirtiéndola en la suma de recuerdos que transmite no tal cómo se dieron en la realidad sino como los percibió en relación a trozos de lecturas de su infancia, a las que recurre para expresarse, utilizando también metáforas para describir ese mundo circundante que acompañó dichas vivencias, requiriendo del lector hacer uso de su imaginación. La lectura de La Casa de Cartón es un ejercicio para la imaginación:

“Su mismo título, emblema de la estética vanguardista, alude a la fragilidad del mundo fenoménico y a la desconfianza ante una realidad objetiva. Si en la ficción realista la casa es un espacio protector, recinto mítico de la intimidad y de la identidad que sostiene la existencia de los personajes, aquí se convierte en un espacio deshabitado y de contornos evanescentes, producto de la imaginación”.

El narrador asume una actitud lúdico-estética, reduciendo la construcción ficcional a un proceso intelectual, a través del cual se proyecta un mundo subjetivo.

Su sensibilidad artística establece una relación dialéctica con el destinatario, a cuya competencia estética apela de continuo: «Ahora el mar es un espejo donde se mira el cielo, un grueso y vasto cristal azogado de lisas y corvinas» (p. 93). La paráfrasis de un verso de «Sinfonía en gris mayor» de Darío revela la tendencia a sustituir la descripción de la naturaleza con glosas de textos anteriores. Las nubes, por ejemplo, son suplantadas por alusiones artísticas: «...nubes redondas de todos los colores que unas veces parecen pelotas alemanas, y otras, verdaderamente nubes de Norah Borges» (p. 44); «Y una nube de color café con leche, ¿qué será? Es posible que no sea nada. O quizá sea ella un verso de Neruda. O quizá una cosa de signo, patria de Amara, sueño de Eguren» (p. 57)… De este modo el narrador integra en su narración el comentario de sus lecturas escolares, novelas decimonónicas que permiten una lectura pasiva: «Y la de Pérez Galdós, práctica y peligrosa, con tísicos y locos y criminales y apestados, pero que el lector ve de lejos sin peligro» (p. 22). El cuestionamiento de la enunciación en los modelos canonizados, que tienden a fijar la verdad, acentúa una revisión de la convención autoritaria de narrar, que controla la materia, la información y el lector. Por el contrario, los procedimientos narrativos de Adán se caracterizan por la autorreferencialidad y por la enunciación problematizada, por los desplazamientos que exponen la incertidumbre y la multiplicidad de lo real, reclamando que el lector quiebre sus hábitos mentales —como dirá Morelli en Rayuela— se involucre en la narración y abandone posturas meramente receptivas, de simple consumidor”.

De Ediciones Nuevo Mundo
1961
El toque de vanguardia que el autor citado encuentra en La Casa de Cartón es, que el relato se construye sobre un juego de metáforas; es una combinación de recuerdos e impresiones, una sucesión de visiones deshilvanadas que fragmentan la acción en secuencias discontinuas que imitan el funcionamiento de la memoria:

“El lector se ve obligado a suplir blancos y a establecer una conexión entre los fragmentos de un texto desarticulado e inacabado, de un relato abierto y sin lógica discursiva, sin trama y sin desenlace, pero del que podrían reconstruirse las vicisitudes propias de un adolescente de catorce años durante sus vacaciones escolares”.

La Casa de Cartón es un relato y como tal su autor nos cuenta una historia en la que además de los personajes describe, de la manera antes anotada, ambientes, lugares, situaciones; transcribe conversaciones y lo que piensan o sienten sus personajes (Luis Fernando Vidal). El personaje alrededor del cual transcurre la historia es Ramón, un adolescente como el narrador. Es por tanto una historia de adolescentes, recurrente en nuestra literatura que habla de los miedos, del pesimismo y escepticismo natural en ese período de la vida; del interés que surge por otras personas y que nos hace olvidarnos de nosotros mismos; del despertar sexual, de las primeras experiencias de amor físico y de los naturales desencantos posteriores; de la amistad, de la solidaridad.

Ramón Rafael en el
Colegio Alemán
El escenario es el distrito limeño de Barranco de inicios del siglo XX, urbano y rural, balneario, por ser distrito litoral, húmedo, frío, tibio o cálido, según dispongan el sol y el mar. La historia se inicia en la época de otoño, que coincidía con el inicio del año escolar en aquel entonces (hoy la escuela se reinicia terminando febrero, anticipándose a la finalización del verano). El autor evoca vivencias, experiencias obtenidas del verano que finalizó. En ese sentido La Casa de Cartón es introspectiva. Estas vivencias, experiencias recientes del autor brotan como flashbacks, recurso utilizado tanto en la literatura, el cine y la televisión que altera la secuencia cronológica de una historia conectando momentos distintos con saltos al pasado (analepsis). Es una obra no descriptiva que transmite «impresiones, sensaciones y emociones» (Vargas Llosa citado por Verani).

Como se ha dicho, el valor de La Casa de Cartón recae en el estilo, en la forma. Luis Alberto Sánchez en el prólogo de la primera edición dice:

“Mucha voluntad vigilante ha entrenado ese estilo. Y Martín Adán, que es un gran masajista literario, ha adelgazado su manera, la ha obligado a la acrobacia, la ha enseñado el volantín, el triple salto mortal, la caída del ángel y el paso de la muerte, a fuerza de cuidados, de firme decisión de ser dislocado. Gitano de su verbo, lo raptó cuando apenas balbuceaba, y ha logrado romperle las articulaciones para obligarlo a todo género de piruetas…”

La obra, escasa en extensión, está dividido en 39 capítulos pequeños y un poema (intermedio), titulado Underwood, que separa el antes y después de la muerte del personaje Ramón. Es un medio a través del cual su joven autor ironiza tanto como critica las costumbres de su época.

La Casa de Cartón
Martín Adán
1928
(Pasajes)**
 
Ya ha principiado el invierno en Barranco; raro invierno, lelo y frágil, que parece que va a hendirse en el cielo y dejar asomar una punta de verano. Nieblecita de pequeño invierno, cosa del alma, soplos del mar, garúas de viaje en bote de un muelle a otro, aleteo sonoro de beatas retardadas, opaco rumor de misas, invierno recién entrado… Ahora hay que ir al colegio con frío en las manos. El desayuno es una bola caliente en el estómago, y una dureza de silla de comedor en las posaderas, y unas ganas solemnes de no ir al colegio en todo el cuerpo. Una palmera descuella sobre una casa con la fronda flabeliforme, suavemente sombría, neta, rosa, fúlgida. Y ahora silbas tú en el tranvía, muchacho de ojos cerrados. Tú no comprendes como se puede ir al colegio tan de mañana y habiendo malecones con mar abajo. Pero, al pasar por la larga calle que es casi toda la ciudad, hueles azumar legumbres remotas en huertas aledañas. Tú piensas en el campo lleno y mojado, casi urbano si se mira atrás, pero que no tiene límites si se mira adelante, por entre los fresnos y los alisos, a la sierra azulita. Apenas el límite de los cerros primeros, cejas de montaña… Y ahora vas tú por el campo en sordo rumor abejero de rieles frotados aprisa y en una gimnasia de aires deportivos aunque urbanos. Ahora el sol mastica jalde una cumbre serrana y una huaca, una mambla amarilla como el mismo sol. Y tú no quieres que sea verano, sino invierno de vacaciones, chiquito y débil sin colegio y sin calor.
El funicular de Barranco, inaugurado en 1896. Funcionó hasta 1930.
Llegaba hasta el final de la bajada de los baños (playa). Su construcción se
debió al ciudadano alemán Rudolf Holding, quien se encargó también de su manejo
El funicular llegando a la plataforma de los baños. Prestaba servicio a los
bañistas, acortándoles el tiempo de descenso a la playa
Más allá del campo, la sierra. Más acá del campo, un regato bordeado de alisos y de mujeres que lavan trapos y chiquillos, unos y otros del mismo color de mugre indiferente. Son las dos de la tarde. El sol pugna por libar sus rayos de la trampa de un ramaje en que ha caído. El sol ─un coleóptero, raro, duro, jalde, zancudo─. El señor cura párroco saca su sombrero de teja, ladeando la cabeza, once reflejos de sombrero alto de seda, de tarro de ceremonia ─los once reflejos se juntan arriba, en una convexa luz redonda─. Más allá de la ciudad la sima clara y tierna del mar. Al mar se le ve desde arriba, con peligro de caer por la pendiente. Los acantilados tienen arrugas y tersuras impolutas, y livideces y manchas amarillas de frente geológica, académica. Ahí están, en miniatura, las cuatro épocas del mundo, las cuatro dimensiones de las cosas, los cuatro puntos cardinales, todo, todo…

Iglesia de San Francisco Solano, Barranco. Construida a finales del siglo XIX,
fue demolida en 1933 para edificar in situ la actual Iglesia de San Francisco de Asís de una sola torre
Iglesia San Francisco de Asís
La tarde, por última vez. Ahora estamos pasando por la plazuela de San Francisco, bajo un roto campaneo de novena. Un muro que no deja ver las torres ─lindamente feas─ enseña, en cambio, iluminadas por asomos fronteros de cielo, tres ventanales, de azules cristales dormilones. Por esta calle se va al mar ─como en los grandes puertos, a un mar que no se ve─. No es hoy cuando pasamos por la plazuela de San Francisco; fue ayer cuando lo hicimos, en tanto que tú me decías que el crepúsculo te hacía daño a los ojos. Mascabas una hojita de seto y frotabas las uñas de una de tus manos con las de la otra. Yo temía tus confidencias ─siempre demasiado sinceras─; para que tú no hablaras, yo recordé, en alta voz, una tarde remota que, como en el chascarrillo, era un gran huevo frito ─un sol brillante y en relieve, casi en la periferia de un cielo de porcelana acuoso y accidentado─ una tarde nutritiva que manchaba de ocaso la cara hasta la nariz de los poetas glotones...
Puente de los Suspiros
1906
… Y la ciudad es una oleografía que contemplamos sumergida en agua: las ondas se llevan las cosas y alteran la disposición de los planos. Beatas que huelen a sol y sereno, a la humedad de toallas olvidadas detrás de la bañera, a elíxires, a colirios, a diablo, a esponja, a ese olor hueco y seco de la piedra pómez, entintada, enjabonada… Beatas que huelen a ropa sucia, a estrellas, a piel de gato, a aceite de lámpara, a esperma… Beatas que huelen a yerba mala, a oscuridad o letanía, a flores de muerto… Mantos lacios, zapatillas metálicas… El rosario va en el seno y no suena. A las doce del día, cae el sol, líquido y a plomo como un aguazo amarillo de carnaval antiguo. Los tranvías pasan su cargamento de sombreros. Ay, el viento, qué alegría en este mar de seriedad. ¡Se inflan todas las “Crónicas” y “Comercios”!, tanto que uno teme una retromarcha del carro, casi un vuelo sesgado sobre los rieles y los postes. Una garita se pone a salvo de un brinco. La factoría detiene al carro como una pelota que rueda en la clase, la maestra.
En el embrujado espejo de la calle llovida: gota de leche, el globo opalino de un farol; gota de agua, el cielo arriba; gota de sangre, uno mismo por esta estúpida alegría de invierno que llega sin aviso… Yo soy ahora el hombre sin raza y sin edad que aparece en los tratados de geografía, con la ropa ridícula, con el rostro sombrío, con los brazos abiertos, orientando yerbas de tinta china y nubes carbonadas ─el ralo, roto paisaje del grabado─: acá, el oeste; el norte, en esa pared; el sur a mis espaldas. Por aquí se va al Asia. Por aquí, al África. Todo lo que está más allá de la sierra o del mar se acerca pronto, meridiano a meridiano, en un hombre, por sobre las aguas morenas de la calzada…
Mi segundo amor tenía quince años de edad. Una llorona con dentadura perdida, con trenza de cáñamo, con pecas en todo el cuerpo, sin familia, sin ideas, demasiado futura, excesivamente femenina… Fui rival de un muñeco de trapo y celuloide que no hacía sino reírse de mí con una bocaza pilluela y estúpida. Tuve que entender un sinfín de cosas perfectamente ininteligibles. Tuve que decir un sinfín de cosas perfectamente indecibles. Tuve que salir bien en los exámenes, con veinte ─nota sospechosa, vergonzosa, ridícula: una gallina delante de un huevo─. Tuve que verla a ella mimar a sus muñecas. Tuve que oírla llorar por mí. Tuve que chupar caramelos de todos los colores y sabores. Mi segundo amor me abandonó como en un tango: un malevo…
Antiguos Baños de Barranco
El acantilado hendía su escarpe en ficus, en tierra mojada, en acequias, en musgo, en plantas trepadoras, en quioscos japoneses, de arriba abajo, desde la parroquia hasta la playa. De pronto se torcía la siniestra, rampante ruta. Y por un tobogán techado ─por un lado, luz; por el otro, una gruta de artificio y una madona invisible, y un milagro de velas que alumbraban bajo goteras─ se caía en la plataforma. Una vieja ternura tocaba al piano cosas de Duncker Lavalle, y un violín escondía la voz tras una italiana obesa, desconocida y millonaria. Un viejo, abajo, en el mar, asperjaba a los curiosos de su calva con el agua que le fluía, por la manos, de los redondos brazos huecos; y el viejo era una bomba de aspiración y dos manos de párroco perdonadoras y joviales. Aquí uno quiere poner letreros suyos sobre las indiferentes puertas apersianadas: "Es prohibido pecar en los pasadizos", "Se suplica a los bañistas no hablar en inglés", "No se permite destruir el local completamente", "etcétera". Aquí lo posee a uno una cultura frenética, infantilista, experimentada y aburrida, crítica y diletante…
Malecón, el último de Barranco yendo a Chorrillos, zigzagueante, marina en relieve tallada a cuchillos, juguete de marinero, tan diferente del malecón de Chorrillos, demasiada luz, horizonte excesivo, cielo obeso en cura de mar. Malecón de Chorrillos, superpanorama, con una cuarta dimensión, de soledad… Y todo el mar varía con los malecones ─en este, viaje de trasatlántico; en ese, ruta de Asia; en aquel, la primera enamorada─. Y el mar es un río de Salgari, o una orilla de Loti, o un barco fantástico de Verne, y nunca es el mar glauco, de zonas lívidas, incoloras, con hilos de patillos, plenos de costas mínimas y lejanías flacas. El mar es un alma que tuvimos, que no sabemos dónde está, que apenas recordamos nuestra ─un alma que siempre es otra en cada uno de los malecones─. Y el mar nunca es el mar frío y nervudo que nos apretaba, en sus lujurias estivales, la  niñez y las vacaciones…

Referencias:

(*) http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/10/aih_0_4_030.pdf: "La casa de cartón" de Martín Adán y el relato vanguardista hispanoamericano. Hugo J. Verani. Actas del X Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Barcelona 21-26 de agosto de 1989 / coord. por Antonio Vilanova, Vol. 4, 1992, ISBN 84-7665-976-8, págs. 1077-1084.


(**) Pasajes del libro “La Casa de Cartón”: MARTÍN ADÁN. PEISA bolsillo. Biblioteca Peruana novela. Grupo Editorial Peisa S.A.C. 2015 - Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana. De venta en Librería Communitas, Av. Dos de Mayo 1690, San Isidro, Lima, Perú.

Notas:

−Ramón Rafael de la Fuente Benavides nació el 27 de octubre de 1908 en la calle Corazón de Jesús del jirón Apurímac (aledaña al Parque Universitario) del centro de Lima, hijo de Santiago de la Fuente Santolalla y Rosa Mercedes Benavides.

La familia de su padre provenía del norte del Perú, provincia de Pacasmayo, La Libertad, y de ella heredó no solo el amor por las letras sino también su personalidad bohemia. La de la madre tenía un origen vasco.

El matrimonio De la Fuente - Benavides concibió dos hijos: Ramón y Cesar, este último murió víctima de escarlatina en 1919. El padre falleció en 1914, cuando Ramón tenía seis años.

Estudió en el colegio San José de Cluny y en el Colegio Alemán, donde los concluyó en 1926 y en el que tuvo como profesor a Luis Alberto Sánchez quien un par de años después se encargara del prólogo de la primera edición de La Casa de Cartón. En el Colegio Alemán tuvo como compañeros de aula a también futuras luminarias de nuestras letras, como Estuardo Nuñez, Emilio A. Westphalen y Xavier Abril. Motivado por otro profesor suyo, Emilio Huidrobo, desarrolló su inclinación por la literatura. Alguna vez Martín dijo que La Casa de Cartón tuvo su origen en un ejercicio gramatical para la clase de éste.

José Carlos Mariátegui
(1894 - 1930)
En 1927 comienza su colaboración con Amauta, de José Carlos Mariátegui. En 1928 (el mismo año en que se publica La Casa de Cartón) ingresa a estudiar a la Universidad Mayor de San Marcos, cuya estadía se prolonga por casi diez años debido a que las convulsiones sociales de la época tenían como centro neurálgico dicha casa de estudios, lo que muchas veces ocasionó su cierre.

Es a partir de la segunda mitad de la década de los 30, que comienza su periplo por sanatorios mentales a donde se recluía voluntariamente escapando de la mala costumbre de los limeños de ser demasiado cuerdos ("El mundo no está precisamente loco, pero sí demasiado decente..." de Poemas Uderwood). Su salud se vería afectada por su bohemia pertinaz. La fortuna familiar había desaparecido y comenzó una vida cuasi indigente, viendo en hoteles y hospitales. Juan Mejía Baca, librero y editor de nota, amigo de Martín Adán, con esmero se dedicaba a recoger cada manuscrito en cuartillas de papel o servilletas donde este escribía sus poemas, para luego, dándoles un orden, publicarlos, con lo cual obtenía ingresos que iba entregándoselos de a poco.

Se dio al sacrificio de trabajar como cualquier mortal a mediados de los 30, como presidente del Banco Agrario de Arequipa, por una designación demencial de su tío, el entonces presidente Oscar R. Benavides, designación que Martín tuvo la cordura de aceptar solo por unas cuantas semanas. Cuando un primo suyo, también presidente del Perú, le ofreció un puesto en palacio, dio un ¡no! retundo a tamaña ofensa.

En los últimos años de su vida vivió en el albergue Canevaro para ancianos indigentes.
   
Falleció de un paro cardíaco el 29 de enero de 1985, mientras era sometido a una operación en el Hospital Arzobispo Loayza de Lima.

Siempre fue objeto de respeto y admiración de parte de sus coetáneos como de los jóvenes que se iniciaban en la literatura.

Tras su muerte, José Mejía Baca donó todos los escritos de Martín Adán a la Pontifica Universidad Católica del Perú. No había dejado herederos conocidos.

Luis Alberto Sánchez
(1900 - 1994)
─No hay acuerdo unánime de cómo Ramón Rafael de la Fuente Benavides pasó a ser Martín Adán”. Luis Alberto Sánchez en el prólogo a La Casa de Cartón deja abierto el misterio: “La ginecología sabrá el secreto de cómo apareció Martín Adán”. Sin embargo, hay quienes le atribuyen el seudónimo a José Carlos Mariátegui que en el colofón señala que da razón de su creencia religiosa a la vez de su creencia en el evolucionismo. Martín hace referencia a una especie de mono que habita en gran parte de América del Sur, una especie de mono capuchino que recibe el nombre de “Martín” y cuyo nombre científico es Cebus apella. Lo de Adán… resulta obvio.

Ante tanta discusión respecto del origen de “Martín Adán”, nombre que de allí en adelante pasa a identificar al ser físico, Ramón Rafael De la Fuente Benavides terminó restándole importancia pues consideraba que lo importante era su obra.

─Para Eduardo Chirinos, en su artículo “En busca de la alteridad perdida: Borramiento, modernidad y cinismo en los <<Poemas Underwood>> de Martín Adán” (Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Año 29, No. 57, 2003, pp. 45-57. Publicado por: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP), el título La Casa de Cartón es una alusión al libro: “Una casa construida con los materiales de la imaginación poética, bastante más sólidos que el material físico (el cartón) en el que se encuentra inscrita”.

─El nombre del poema que divide el relato: “Underwood”, alude a la máquina de escribir del mismo nombre, fabricada por Underwood Typewritter Co, NY, que fue la primera máquina de escribir moderna que tuvo éxito y mucha demanda en el mercado. Para la década en que se escribió La Casa de Cartón, se habían vendido dos millones de unidades del modelo Underwood Nº 5.

─Un pasaje de La Casa de Cartón fue publicado en exclusiva en el número 10 de la revista Amauta, correspondiente al mes de diciembre de 1927.

─Luego de la edición de Talleres y Encuadernaciones S.A. de 1928,  La Casa de Cartón se volvió a publicar en 1958, gracias a Juan Mejía Baca. Otras ediciones aparecieron en 1961 y 1971 (John Kinsella. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Año 13, No. 26, 1987, p. 88. Publicado por: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP).

─Cuenta la historia que Martín Adán no obstante sabía quién era Allen Ginsberg no le dio demasiada importancia en una conversación que sostuvieron en el bar “El Cordano” del centro de Lima en mayo de 1960.

─A Martín Adán le fue concedido El Premio Nacional de Cultura en 1946 y el Premio Nacional de Poesía en 1964.

─Pertenecen a Martín Adán, además de La casa de Cartón: La Rosa de la Espinela (1939), Sonetos a la Rosa (1931-1942), Travesía de Extramares (1950), Escrito a Ciegas (1961), La Mano Desasida, Canto a Machu Picchu (1964), La Piedra Absoluta (1966), Mi Darío (1966-1967), Diario de Poeta (1966-1973).

Chabuca Granda
El origen del distrito de Barranco se remonta a una comarca que recibió el nombre de Señorío de Sulco cuya cede estuvo ubicada en las faldas de lo que hoy se conoce como el Morro Solar, y abarcó tanto a los hoy distritos de Chorrillos y Surco (sur de Lima). La zona fue contactada por los españoles hacia 1535, quienes la frecuentaron como zona de paseo con vista al mar. Para mediados del siglo XVIII se instaló en la quebrada (hoy encuentro de las avenidas San Martín y Pedro de Osma) una población de agricultores y pescadores que recibió el nombre de la Ermita pues las casas se levantaron alrededor de una capilla que se encontraba muy cerca donde hoy se ubica la actual Ermita, que forma parte del complejo turístico del “Puente de los Suspiros”. En 1874, el presidente Manuel Pardo lo convirtió en distrito, con el nombre actual de Barranco, cuya capital paso a ser la zona de la Ermita.

Chabuca Granda (María Isabel Granda y Larco) cantautora y folklorista peruana, nació el 3 de setiembre de 1920 en Ccochasasayhay, provincia de Abancay, departamento de Apurimac, Perú, falleció en Miami, Florida, Estados Unidos el 8 de marzo de 1983. Siendo niña su familia se trasladó al departamento de Lima, asentándose en el distrito de Barranco, provincia de Lima, en la quebrada, lo que es hoy el Complejo Turístico del Puente de los Suspiros. En dicho lugar se levanta un monumento a su recuerdo.

─El “Puente de los Suspiros” debe su nombre a uno que existe en Venecia, Italia, muy cerca de la plaza de San Marcos. Nuestro puente, fue construido en 1876 con una longitud mayor a la de hoy, para permitir la conexión entre las partes por ese entonces habitadas del futuro distrito. Fue reparado en 1921 y es allí que recibe formalmente el nombre de “Puente de los Suspiros”. En 1940 parte del puente quedó afectado por un gran sismo, lo que motivó que sea recortado. Es el atractivo turístico central del Complejo del mismo nombre.

Puente de los Suspiros, Barranco, Lima, Perú
¡Felices Fiesta Patrias!

Soundtrack:
Canterurias: Chabuca Granda (1978)
Ese arar en el mar: Chabuca Granda (1968)
Puente de los Suspiros: Chabuca Granda (1960)
Cardo o ceniza: Chabuca Granda (1978)
Quizás un día así: Chabuca Granda (1961)

Acceso a lecturas sobre Martín Adán y La Casa de Cartón:
Los textos que ponemos a disposición sirven para una mejor comprensión de esta bella obra:
“La Casa de Cartón de Martín Adán”. Hugo J. Verani
“Martín Adán: De la Urbe Moderna a la Ciudad Ancestral”. Eva Mª Valero Juan
“La Aventura Estética de Martín Adán”. RicardoPiglia
“Martín Adán en su Casa de Cartón”. Luis Loayza

Concepto, referencias, notas, compilación musical y de lecturas: 
MAX MARRUFFO S.

viernes, 3 de julio de 2015

“GO”, DE JOHN CLELLON HOLMES. VIEJAS HISTORIAS DE NUEVA YORK (II)

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John Clellon Holmes
“Go”, de John Clellon Holmes, narra las correrías de un puñado de individuos jóvenes cuya visión del mundo es inmune a la propaganda y cultura oficial de los Estados Unidos de post-guerra, dispuestos a vivir a su manera y hasta las últimas consecuencias conforme a sus sentimientos. Es una suerte de recuento histórico de los primeros años de amistad y hechos de los escritores, poetas y personajes que conformarían la denominada generación beat durante su estancia en la ciudad  de Nueva York. Fue escrita con la agitación e intensidad propia de las obras beat, en la que personajes y escenas parecen como impulsados por resortes por lo que es considerada su primera exponente, aunque el movimiento alcanzó reconocimiento público con la novela On the road de Jack Kerouac.

El mismo Holmes participa de la historia bajo el nombre de Paul Hobbes, mientras que Kerouac lo hace con el nombre de Gen Pasternack,  Allen Ginsberg como David Stofsky, Neal Cassady como Hart Kennedy, William S. Burroughs como Will Denninson, Herbert Huncke como Albert Ancke y Bill Cannastra como Bill Agatson.

Go
(Fragmentos)
John Clellon Holmes

Autobús*
─Iba en el autobús de la Quinta Avenida, camino de Harlem, para ver a un yonqui que Little Rocks había conocido en Atlanta. Atardecía, así que pensé que sería más agradable ir en bus que perderme en los agobios del metro. Me apetecía mucho contemplar las aguas desde el puente Washington. Cuatro asientos más adelante había una vieja borracha. Hacía calor y el bus iba lleno y junto a ella había una impecable señora joven con sus guantes de rejilla a juego con el vestido estampado de marca y unas cuantas bolsas que delataban su paso por las tiendas de moda. La vieja borracha no debía ir más allá de los cincuenta años, zarrapastrosa, con un sucio pañuelo de lino blanco que le recogía una maraña de pelo mal teñido, como si fuera un nido de pájaros. Tenía los dedos arrugados, sucios, con las uñas mordidas y astilladas. Su indumentaria, que debió haberle dado un aire juvenil quince años atrás, concedía ahora un aspecto de patética jovialidad a aquella figura atrofiada. Sus mejillas escuálidas y desnutridas soportaban unos brochazos emplastados de rouge, atribuible al genio de un maquillador cualquiera de cadáveres. Debía de ser una de esas putas de Columbus Circle en los viejos tiempos, antes de caer en barrena hasta… La chica joven le dio entonces la espalda, encarando el pasillo, mientras la vieja fingía no hacer caso del desplante, metiéndose el dedo en la nariz, hablando sola en la lengua de los locos y atusándose el pelo como tratando de codearse con todas aquellas señoronas inmaculadas y bien peinadas tan dignas que viajaban en el autobús. Entonces la señorita se levantó, y con una mirada intencionada a las demás mujeres de orden, se dirigió hacia la puerta central del vehículo. La actitud de la joven enfureció a la indigente, que empezó a farfullar, a maldecir e incluso a escupir sobre el asiento vacío a su lado. Hacía mueca a los coches, así misma en el reflejo de la ventanilla y luego a los pasajeros del autobús. <<Lo están invadiendo todo. Estos hijos de puta creen que pueden controlarlo todo… Incluso el tráfico, pero no es así. No mientras yo viva, ¡bastardos!>> No pudo contener su creciente rabia y siguió escupiendo y maldiciendo sin control hasta que le flaquearon las fuerzas y empezó a darse cuenta de cómo todos en el autobús se habían alejado de ella hasta hacerle el vacío y la miraban de soslayo. Su ira remitió y la impotencia y la vergüenza se apoderaron de ella. Se había establecido una distancia de varios asientos con los demás, que se habían apartado temiendo incluso que les contagiara alguna enfermedad. Se quedó allí sentada, sin atreverse a mirar a su alrededor por miedo a encontrarse con todas aquellas despiadadas miradas de oprobio. Era consciente de haberse excluido de aquella pertenencia al sentimiento de seguridad colectiva que proporciona viajar en autobús, en medio de todos esos vestidos estampados, conversaciones de cortesía y rostros satisfechos. Y allí había quedado ella, encendida de dolor, alisándose la falda, fingiendo buscar algo en su bolso vacío, murmurando y borrando lagrimones de sus envejecidos ojos, mientras los demás ocupantes la contemplaban y se miraban cómplices unos a otros, con ese ligero movimiento de cabeza para reafirmarse en la posición unánime de rechazo hacia ella. Y este vínculo les hacía sentirse más cercanos los unos  los otros, se sentían incluso, y por un momento, mejores personas. De repente todos se  empalizaban entre sí solo por el mero hecho de haberse sentido rechazados, amenazados, tensos, y ahora, en ese preciso instante, todos se sentían al mismo nivel, porque ellos no eran como aquella vieja borracha…

Garito*


Como criaturas de esa sola noche, se dejaron arrastrar, borrachos y sobrios, hacia el amanecer, a través de un revoltijo de calles lóbregas que conducían a unos aún más lóbregos recintos, conglomerados de casas marginadas sin electrificar, pertrechadas tras rejas de hierros doblados, torcidos y oxidados. La persistente lluvia enmohecía toda la vecindad. Un Aquerón, un río trágico, escuálido, se manifestaba tras las ventanillas del coche a toda pastilla, y cada vez que Kennedy tomaba una curva, Hobbes se desgañitaba: Q¡Vamos! ¡Vamos!f

Frenaron en seco justo antes de la calle Ciento treinta y ocho y saltaron al asfalto con Ben al frente. Se acercaron a una de las tantas casas de piedra rojiza cubiertas de hollín. En lo alto de las escaleras, un negro esbelto y altivo saludó desde una sonrisa distante. Les mantuvo la puerta abierta mientras decía:

─Buenas noches, señores. Entren, pasen por esa puerta…


Más allá de una habitación repleta de sofás y ceniceros de pie, en algún pasado lejano el salón principal, había un gris recibidor de techos altos, de ventanas claveteadas con polvorientos fieltros negros, un bar situado en un lado y unas mesas circulares desperdigadas en el otro. La estancia estaba llena de gente, casi todos negros. Los bebedores solitarios, en el bar; los grupos, hacinados alrededor de las mesas. Bajo el opresivo resplandor amarillo de un tenue candelabro de cristal, una negra opulenta cantaba, acompañada de un guitarrista sonriente, perdido dentro de un chándal que le venía enorme. Había también un pianista, que ladeaba la cabeza como si la quisiera sintonizar con la poesía indómita que surgía de la música. Sus dedos oscuros se lanzaban a trazar la armonía sobre el teclado de un prosaico piano de pared.

Ben, siempre afable, reunió un bote de cuatro dólares. Se hizo un hueco en el bar y pidió cuatro copas, todo lo que se podían permitir. Nadie pareció hacerles caso; los rostros que poblaban el local eran cálidos, plácidos y desenfadados.

La cantante pateó tres veces el  suelo y asaltó un tema nuevo al tiempo que levantaba los brazos e instaba a los presentes a acompañarla.

Billie Holiday
All of me… Why… not… take… all of meeee…

Comenzó a deslizarse entre la parroquia, con la cabeza echada hacia atrás, deteniéndose en cada mesa, con las manos al vuelo, exudando expresividad, suplicando… El guitarrista se arrastraba tras ella como para darle ánimos. Los ojos negros de la cantante sopesaban con sabiduría a cada cliente, como si cada uno de ellos viera y encontrara allí, en la música, la esencia que para todos debería ser este nostálgico y rebelde jazz americano y que, en cambio, encarnaba el bullicio enterrado de las ciudades y de los rincones más oscuros del país. Un dólar por mesa y un contoneo de senos mayestáticos antes de seguir la ronda recaudatoria.

Sarah Vaughan
Hobbes, atrapado por la música en vivo, gravitaba hacia el piano que ella había dejado atrás. En cada nuevo estribillo, el ascético negro desgranaba acordes más sonoros, como si la creciente distancia de la voz le acercara más la melodía interna a su oído atento. Hobbes se inclinó sobre él, y víctima de su aturdimiento, se halló pronto poseído por una ilusión de elocuencia emocional, y comenzó a cantar con suavidad, improvisando frases incoherentes. El negro levantó la mirada un instante y asintió abstraído desde el reino de su música, sin fastidio aparente por la intrusión.

Era una habitación en la que con seguridad no había entrado la luz del día en décadas. La clientela estaba al corriente de la ilegalidad del garito y pese a todo, o tal vez por eso (y por la voz sensual de la mujer que se paseaba entre ellos como una sacerdotisa pechugona) se sentían atrapados.

Pasternak y Kathryn compartían de pie junto a una pared.

─¡Pero todo es lo mismo! ¡Todo es igual a todo lo demás! ¡Baydo-baydo-boo ba!, ¿Lo oyes?... ¡Pero, mira, mira a Hart! ─dijo Pasternak.

La cantante se movía ahora en un espacio abierto, hacia el bar y Hart, siguiendo la cadencia con la cabeza, se dirigía a ella arrastrando los pies, encorvado y aplaudiendo como un loco eufórico y en erupción cautivado por la magia negra. Ella lo vio venir desde su atalaya empírica, y por un instante cantó para él, moviendo agradecida los hombros al ritmo que marcaba su inseparable guitarrista, siempre alerta. Hart se detuvo ante ella, bamboleante, extático, y luego se dejó caer de rodillas gritando:

Ella Fitzgerald

─¡Sí! ¡Sí! ¡Vamos! ¡Canta! ¡Tú, tu que sabes quién eres!

Ése fue su reconocimiento, era todo lo que tenía. Y ella lo aceptó como si fuera dinero: un gestual, un guiño al público y un remeneo de pechos, antes de seguir ufana su ruta por las mesas.

La cantante apuró su increíble estribillo, y con una última sonrisa, desapareció junto con la música. Sin dinero y con la sensación de haber cumplido un ambiguo objetivo, se apresuraron hacia la salida, de vuelta al coche.

El contacto no había aparecido y Ben cantaba demasiado a benzedrina, lo cual hacía pensar que su presunto dealer de maría no era sino fruto de su imaginación, aunque a esas alturas ya daba igual. Lo que les preocupaba era la continuidad, dónde ir ahora. Tras una descabellada tormenta de ideas (locales a buen seguro cerrados o amigos que dormían), se inclinaron por un colega de Ben que vivía en la calle Ciento veintitrés y la avenida Ámsterdam, que al menos tendría algo para beber. Cierto que bajo otras circunstancias esta opción habría caído en saco roto, pero habían sido poseídos por  una ilusión inocente que los señalaba como baluartes armonizadores de un Universo que los ignoraba por completo.

Rodando como en una ciudad hundida, cuya vida estuviera congelada en un silencio acuoso, capaces únicamente de respirar y palabrear, llegaron a otra casa fantasma en otra lóbrega calle. Recorrieron en tropel y a tientas un largo pasillo, tocados por un germen de premonición, como si por primera vez la laxitud los abrazara a todos. La galería moría en una peligrosa esclarea que bajaba hasta un patio hediondo y desierto salvo algún que otro montón de basura y unas latas llenas de agua de lluvia. Subieron dos escalones y luego, como espías de película barajando alternativas absurdas, se colaron por una ventana con el marco roto que les condujo a una cocina tan fría como el esmalte que la atildaba y en la que la gente estaba sentada absorta, bebiendo café. Se respiraba hostilidad y dejaron las formalidades en manos de Ben. Se dispersaron siguiendo el eco en la penumbra de otras estancias llenas de muebles inútiles (reliquias casi todas de la vida rural), y donde una radio ajada y sin carcasa sonaba agonizante. Kathryn y Dinah rechazaron el café frío que le ofrecieron y se encerraron en un pequeño baño, mientras Pasternak y Hobbes se agazapaban fuera. Hart y Ed, en silencio y mojados, jugaban a los dardos en un pasillo estrecho que llevaba a las habitaciones. Ketcham y Ben se habían cortado un poco al darse cuenta de lo inoportuno de la visita y no tardaron en deshacer, junto al resto, el camino por la ventana hacia el exterior, donde Hart mantenía una cálida conversación con las latas, amables sustitutas de los ocupantes del inmueble:

─¡Claro, lo entendemos, por supuesto! ¡Oíd, pensamos que estaríais levantados, eso es todo! Pero si ven a ese tipo, ya sabéis, guardadme una onza de mota. ¡Pasaremos otra vez!

Estornudaba y se burlaba de sí mismo todo el rato, tanto que sus palabras parecían una provocación.

La noche y la lluvia habían remitido y optaron por ir a casa de Ketcham. Hobbes y Kathryn se descolgaron allí mismo, exhaustos y sin dar explicaciones.


En el metro, Kathryn se durmió sin pudor en su hombro, sentados entre obreros vestidos con sus petos vaqueros, con sus almuerzos y los periódicos de la mañana; las apresuradas y vivaces secretarias que sólo terminarían de despertarse cuando llegaran al trabajo, tras un café rápido y un donut; el resto de madrugadores, prestos a abrir oficinas y a relevar a bedeles y serenos, aliviados de poner por fin rumbo a casa; y esos trenes preparados para transportar la primera y agotadora oleada de la hora punta.

En la calle Setenta y dos subió un grupo de chicas scouts. Irradiaron al vagón entusiasmo, correteando de un asiento a otro. Algunas se cogían de la mano con ojos lánguidos; otras charlaban, erguidas, con las piernas abiertas, o leían en voz alta los anuncios de tabaco; una negrita con calcetines blancos reía feliz mientras jugueteaba con las trenzas de su amiga y al verla Hobbes, aletargado, pensó: QSer como ella, o como nosotros. ¿Existe acaso alguna otra opción?f.


(*) Los subtítulos no forman parte de la obra, han sido agregados para la presentación de las historias (U.P.E.S.).

-Fragmentos del libro “Go”: JOHN CLELLON HOLMES. Ediciones Escalera. Traducción de J.C. Ortiz García y D. Ortiz Peñate. Primera edición en Ediciones escalera: noviembre de 2009. España. De venta en Crisol Libros y Más. C.C. Ovalo Gutiérrez, Av. Santa Cruz 816, Miraflores, Lima, Perú.

Notas:

Tapa original de "Go"
- “Go” fue publicada por editorial Scribner’s de Nueva York en 1952, aunque escrita los últimos años de la década del 40 del siglo pasado.

Unos meses después de la publicación de “Go” el New York Times solicitó a John Clellon Holmes escriba un artículo sobre sus amigos el cual tituló “This Is The Beat Generation” (Esta es la Generación Beat) popularizando esta denominación. El artículo fue publicado el 16 de noviembre de 1952.

A.A. Wyn rechazó publicar el libro cuando le fue ofrecido antes que a Scribner`s, pero luego lo hizo en formato de bolsillo en su colección de Ace Books en 1957. Esta edición recortó una porción considerable de la obra y fue la que se publicó en Europa. Este hecho trajo como consecuencia que exista dos versiones del libro. Una, la original, que  solo circuló en los Estados Unidos; la otra, recortada, que circuló en Europa.

Este y otro hecho relacionado con el nombre del libro le dio a "Go" cierto aire de objeto de culto.


El título que Holmes le dio al libro fue The Daybreak Boys, título que fue rechazado por Scribner`s por tener una semejanza con otro de una obra que ya se encontraba en circulación. El nombre de "Go" se lo eligió la esposa del dueño de Scribner`s. Cuando en 1957 se publicó en Europa la edición de Ace Books, el libro se tituló The Beat Boys, porque en Inglaterra existía una revista de turismo con el nombre de "Go". Por ello muchos europeos, de aquel entonces, creyeron que se trataba de dos libros distintos de Holmes. Fue a partir de una reedición de 1976 que "Go" se publicó de manera completa tanto para los Estados Unidos como para Europa y bajo el mismo título.

- John Clellon Holmes escritor, poeta y profesor nació el 12 de marzo de 1926 en Holyoke, Massachusetts y falleció el 2 de marzo de 1988 en Middletown, Connecticud, Estados Unidos. Tenía 23 años cuando se publico "Go".

Muchos le atribuyeron a John Clellon Holmes el haber bautizado a Kerocuac y a sus amigos como los beat o beat generation, pero el aclaró que el nombre fue acuñado por Kerouac, incluso hace referencia de ello en la misma novela.

- “All of Me” es el nombre del tema que interpreta la mujer afroamericana en el momento que comienza a pasear por todas las mesas del garito para que los asistentes la premien con una propina: All of me… Why… not… take… all of meeee…”

Es un tema de jazz estándar escrito por Gerald Marks y Seymour Simons en 1931, estrenada por radio en la voz de Belle Baker y grabada en el disco por primera vez por Ruth Etting.

Todo de mí, ¿por qué no toma todo de mí?
Nene, ¿no puede ver que no la paso bien sin Usted?
Tome mis labios, nunca los uso
Tome mis brazos, quiero perderlos

Su adiós me dejó con los ojos llorosos
Dígame cómo puedo seguir, querido, sin Usted?
Tomó la parte que alguna vez fue mi corazón
Así que ¿por qué no toma todo de mí?

Todo de mí, ¿por qué no toma todo de mí?
¿No puede ver que no estoy bien sin Usted?
Tome mis labios, quiero perderlos
Tome mis brazos, nunca los uso

El adiós me dejó con los ojos llorosos
¿Cómo puedo seguir, querido, sin Usted?
Tomó la parte que alguna vez fue mi corazón
Así que ¿por qué no toma todo de mí?

Venga y tome, tome todo de mí

Todo de mí (All of me)

Soundtrack:
- All of me: Billie Holliday (1945-1946)
- All of me: Ella Fitzgerald & Nelson Riddle Orchestra (1961)
- All of me: Sarah Vaughan (1957)
- All of me: Tim Kliphuis (2014)

De izquierda a derecha: Larry Corso (con gorra), Larry Rivers, Jack Kerouac,
David Amram, Allen Ginsberg
Vinculo relacionado: VIEJAS HISTORIAS DE NUEVA YORK (I). YONQUI DE WILLIAMS S. BURROUGHS

Concepto, introducción, notas y compilación musical:
MAX MARRUFFO S.