viernes, 3 de julio de 2015

“GO”, DE JOHN CLELLON HOLMES. VIEJAS HISTORIAS DE NUEVA YORK (II)

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John Clellon Holmes
“Go”, de John Clellon Holmes, narra las correrías de un puñado de individuos jóvenes cuya visión del mundo es inmune a la propaganda y cultura oficial de los Estados Unidos de post-guerra, dispuestos a vivir a su manera y hasta las últimas consecuencias conforme a sus sentimientos. Es una suerte de recuento histórico de los primeros años de amistad y hechos de los escritores, poetas y personajes que conformarían la denominada generación beat durante su estancia en la ciudad  de Nueva York. Fue escrita con la agitación e intensidad propia de las obras beat, en la que personajes y escenas parecen como impulsados por resortes por lo que es considerada su primera exponente, aunque el movimiento alcanzó reconocimiento público con la novela On the road de Jack Kerouac.

El mismo Holmes participa de la historia bajo el nombre de Paul Hobbes, mientras que Kerouac lo hace con el nombre de Gen Pasternack,  Allen Ginsberg como David Stofsky, Neal Cassady como Hart Kennedy, William S. Burroughs como Will Denninson, Herbert Huncke como Albert Ancke y Bill Cannastra como Bill Agatson.

Go
(Fragmentos)
John Clellon Holmes

Autobús*
─Iba en el autobús de la Quinta Avenida, camino de Harlem, para ver a un yonqui que Little Rocks había conocido en Atlanta. Atardecía, así que pensé que sería más agradable ir en bus que perderme en los agobios del metro. Me apetecía mucho contemplar las aguas desde el puente Washington. Cuatro asientos más adelante había una vieja borracha. Hacía calor y el bus iba lleno y junto a ella había una impecable señora joven con sus guantes de rejilla a juego con el vestido estampado de marca y unas cuantas bolsas que delataban su paso por las tiendas de moda. La vieja borracha no debía ir más allá de los cincuenta años, zarrapastrosa, con un sucio pañuelo de lino blanco que le recogía una maraña de pelo mal teñido, como si fuera un nido de pájaros. Tenía los dedos arrugados, sucios, con las uñas mordidas y astilladas. Su indumentaria, que debió haberle dado un aire juvenil quince años atrás, concedía ahora un aspecto de patética jovialidad a aquella figura atrofiada. Sus mejillas escuálidas y desnutridas soportaban unos brochazos emplastados de rouge, atribuible al genio de un maquillador cualquiera de cadáveres. Debía de ser una de esas putas de Columbus Circle en los viejos tiempos, antes de caer en barrena hasta… La chica joven le dio entonces la espalda, encarando el pasillo, mientras la vieja fingía no hacer caso del desplante, metiéndose el dedo en la nariz, hablando sola en la lengua de los locos y atusándose el pelo como tratando de codearse con todas aquellas señoronas inmaculadas y bien peinadas tan dignas que viajaban en el autobús. Entonces la señorita se levantó, y con una mirada intencionada a las demás mujeres de orden, se dirigió hacia la puerta central del vehículo. La actitud de la joven enfureció a la indigente, que empezó a farfullar, a maldecir e incluso a escupir sobre el asiento vacío a su lado. Hacía mueca a los coches, así misma en el reflejo de la ventanilla y luego a los pasajeros del autobús. <<Lo están invadiendo todo. Estos hijos de puta creen que pueden controlarlo todo… Incluso el tráfico, pero no es así. No mientras yo viva, ¡bastardos!>> No pudo contener su creciente rabia y siguió escupiendo y maldiciendo sin control hasta que le flaquearon las fuerzas y empezó a darse cuenta de cómo todos en el autobús se habían alejado de ella hasta hacerle el vacío y la miraban de soslayo. Su ira remitió y la impotencia y la vergüenza se apoderaron de ella. Se había establecido una distancia de varios asientos con los demás, que se habían apartado temiendo incluso que les contagiara alguna enfermedad. Se quedó allí sentada, sin atreverse a mirar a su alrededor por miedo a encontrarse con todas aquellas despiadadas miradas de oprobio. Era consciente de haberse excluido de aquella pertenencia al sentimiento de seguridad colectiva que proporciona viajar en autobús, en medio de todos esos vestidos estampados, conversaciones de cortesía y rostros satisfechos. Y allí había quedado ella, encendida de dolor, alisándose la falda, fingiendo buscar algo en su bolso vacío, murmurando y borrando lagrimones de sus envejecidos ojos, mientras los demás ocupantes la contemplaban y se miraban cómplices unos a otros, con ese ligero movimiento de cabeza para reafirmarse en la posición unánime de rechazo hacia ella. Y este vínculo les hacía sentirse más cercanos los unos  los otros, se sentían incluso, y por un momento, mejores personas. De repente todos se  empalizaban entre sí solo por el mero hecho de haberse sentido rechazados, amenazados, tensos, y ahora, en ese preciso instante, todos se sentían al mismo nivel, porque ellos no eran como aquella vieja borracha…

Garito*


Como criaturas de esa sola noche, se dejaron arrastrar, borrachos y sobrios, hacia el amanecer, a través de un revoltijo de calles lóbregas que conducían a unos aún más lóbregos recintos, conglomerados de casas marginadas sin electrificar, pertrechadas tras rejas de hierros doblados, torcidos y oxidados. La persistente lluvia enmohecía toda la vecindad. Un Aquerón, un río trágico, escuálido, se manifestaba tras las ventanillas del coche a toda pastilla, y cada vez que Kennedy tomaba una curva, Hobbes se desgañitaba: Q¡Vamos! ¡Vamos!f

Frenaron en seco justo antes de la calle Ciento treinta y ocho y saltaron al asfalto con Ben al frente. Se acercaron a una de las tantas casas de piedra rojiza cubiertas de hollín. En lo alto de las escaleras, un negro esbelto y altivo saludó desde una sonrisa distante. Les mantuvo la puerta abierta mientras decía:

─Buenas noches, señores. Entren, pasen por esa puerta…


Más allá de una habitación repleta de sofás y ceniceros de pie, en algún pasado lejano el salón principal, había un gris recibidor de techos altos, de ventanas claveteadas con polvorientos fieltros negros, un bar situado en un lado y unas mesas circulares desperdigadas en el otro. La estancia estaba llena de gente, casi todos negros. Los bebedores solitarios, en el bar; los grupos, hacinados alrededor de las mesas. Bajo el opresivo resplandor amarillo de un tenue candelabro de cristal, una negra opulenta cantaba, acompañada de un guitarrista sonriente, perdido dentro de un chándal que le venía enorme. Había también un pianista, que ladeaba la cabeza como si la quisiera sintonizar con la poesía indómita que surgía de la música. Sus dedos oscuros se lanzaban a trazar la armonía sobre el teclado de un prosaico piano de pared.

Ben, siempre afable, reunió un bote de cuatro dólares. Se hizo un hueco en el bar y pidió cuatro copas, todo lo que se podían permitir. Nadie pareció hacerles caso; los rostros que poblaban el local eran cálidos, plácidos y desenfadados.

La cantante pateó tres veces el  suelo y asaltó un tema nuevo al tiempo que levantaba los brazos e instaba a los presentes a acompañarla.

Billie Holiday
All of me… Why… not… take… all of meeee…

Comenzó a deslizarse entre la parroquia, con la cabeza echada hacia atrás, deteniéndose en cada mesa, con las manos al vuelo, exudando expresividad, suplicando… El guitarrista se arrastraba tras ella como para darle ánimos. Los ojos negros de la cantante sopesaban con sabiduría a cada cliente, como si cada uno de ellos viera y encontrara allí, en la música, la esencia que para todos debería ser este nostálgico y rebelde jazz americano y que, en cambio, encarnaba el bullicio enterrado de las ciudades y de los rincones más oscuros del país. Un dólar por mesa y un contoneo de senos mayestáticos antes de seguir la ronda recaudatoria.

Sarah Vaughan
Hobbes, atrapado por la música en vivo, gravitaba hacia el piano que ella había dejado atrás. En cada nuevo estribillo, el ascético negro desgranaba acordes más sonoros, como si la creciente distancia de la voz le acercara más la melodía interna a su oído atento. Hobbes se inclinó sobre él, y víctima de su aturdimiento, se halló pronto poseído por una ilusión de elocuencia emocional, y comenzó a cantar con suavidad, improvisando frases incoherentes. El negro levantó la mirada un instante y asintió abstraído desde el reino de su música, sin fastidio aparente por la intrusión.

Era una habitación en la que con seguridad no había entrado la luz del día en décadas. La clientela estaba al corriente de la ilegalidad del garito y pese a todo, o tal vez por eso (y por la voz sensual de la mujer que se paseaba entre ellos como una sacerdotisa pechugona) se sentían atrapados.

Pasternak y Kathryn compartían de pie junto a una pared.

─¡Pero todo es lo mismo! ¡Todo es igual a todo lo demás! ¡Baydo-baydo-boo ba!, ¿Lo oyes?... ¡Pero, mira, mira a Hart! ─dijo Pasternak.

La cantante se movía ahora en un espacio abierto, hacia el bar y Hart, siguiendo la cadencia con la cabeza, se dirigía a ella arrastrando los pies, encorvado y aplaudiendo como un loco eufórico y en erupción cautivado por la magia negra. Ella lo vio venir desde su atalaya empírica, y por un instante cantó para él, moviendo agradecida los hombros al ritmo que marcaba su inseparable guitarrista, siempre alerta. Hart se detuvo ante ella, bamboleante, extático, y luego se dejó caer de rodillas gritando:

Ella Fitzgerald

─¡Sí! ¡Sí! ¡Vamos! ¡Canta! ¡Tú, tu que sabes quién eres!

Ése fue su reconocimiento, era todo lo que tenía. Y ella lo aceptó como si fuera dinero: un gestual, un guiño al público y un remeneo de pechos, antes de seguir ufana su ruta por las mesas.

La cantante apuró su increíble estribillo, y con una última sonrisa, desapareció junto con la música. Sin dinero y con la sensación de haber cumplido un ambiguo objetivo, se apresuraron hacia la salida, de vuelta al coche.

El contacto no había aparecido y Ben cantaba demasiado a benzedrina, lo cual hacía pensar que su presunto dealer de maría no era sino fruto de su imaginación, aunque a esas alturas ya daba igual. Lo que les preocupaba era la continuidad, dónde ir ahora. Tras una descabellada tormenta de ideas (locales a buen seguro cerrados o amigos que dormían), se inclinaron por un colega de Ben que vivía en la calle Ciento veintitrés y la avenida Ámsterdam, que al menos tendría algo para beber. Cierto que bajo otras circunstancias esta opción habría caído en saco roto, pero habían sido poseídos por  una ilusión inocente que los señalaba como baluartes armonizadores de un Universo que los ignoraba por completo.

Rodando como en una ciudad hundida, cuya vida estuviera congelada en un silencio acuoso, capaces únicamente de respirar y palabrear, llegaron a otra casa fantasma en otra lóbrega calle. Recorrieron en tropel y a tientas un largo pasillo, tocados por un germen de premonición, como si por primera vez la laxitud los abrazara a todos. La galería moría en una peligrosa esclarea que bajaba hasta un patio hediondo y desierto salvo algún que otro montón de basura y unas latas llenas de agua de lluvia. Subieron dos escalones y luego, como espías de película barajando alternativas absurdas, se colaron por una ventana con el marco roto que les condujo a una cocina tan fría como el esmalte que la atildaba y en la que la gente estaba sentada absorta, bebiendo café. Se respiraba hostilidad y dejaron las formalidades en manos de Ben. Se dispersaron siguiendo el eco en la penumbra de otras estancias llenas de muebles inútiles (reliquias casi todas de la vida rural), y donde una radio ajada y sin carcasa sonaba agonizante. Kathryn y Dinah rechazaron el café frío que le ofrecieron y se encerraron en un pequeño baño, mientras Pasternak y Hobbes se agazapaban fuera. Hart y Ed, en silencio y mojados, jugaban a los dardos en un pasillo estrecho que llevaba a las habitaciones. Ketcham y Ben se habían cortado un poco al darse cuenta de lo inoportuno de la visita y no tardaron en deshacer, junto al resto, el camino por la ventana hacia el exterior, donde Hart mantenía una cálida conversación con las latas, amables sustitutas de los ocupantes del inmueble:

─¡Claro, lo entendemos, por supuesto! ¡Oíd, pensamos que estaríais levantados, eso es todo! Pero si ven a ese tipo, ya sabéis, guardadme una onza de mota. ¡Pasaremos otra vez!

Estornudaba y se burlaba de sí mismo todo el rato, tanto que sus palabras parecían una provocación.

La noche y la lluvia habían remitido y optaron por ir a casa de Ketcham. Hobbes y Kathryn se descolgaron allí mismo, exhaustos y sin dar explicaciones.


En el metro, Kathryn se durmió sin pudor en su hombro, sentados entre obreros vestidos con sus petos vaqueros, con sus almuerzos y los periódicos de la mañana; las apresuradas y vivaces secretarias que sólo terminarían de despertarse cuando llegaran al trabajo, tras un café rápido y un donut; el resto de madrugadores, prestos a abrir oficinas y a relevar a bedeles y serenos, aliviados de poner por fin rumbo a casa; y esos trenes preparados para transportar la primera y agotadora oleada de la hora punta.

En la calle Setenta y dos subió un grupo de chicas scouts. Irradiaron al vagón entusiasmo, correteando de un asiento a otro. Algunas se cogían de la mano con ojos lánguidos; otras charlaban, erguidas, con las piernas abiertas, o leían en voz alta los anuncios de tabaco; una negrita con calcetines blancos reía feliz mientras jugueteaba con las trenzas de su amiga y al verla Hobbes, aletargado, pensó: QSer como ella, o como nosotros. ¿Existe acaso alguna otra opción?f.


(*) Los subtítulos no forman parte de la obra, han sido agregados para la presentación de las historias (U.P.E.S.).

-Fragmentos del libro “Go”: JOHN CLELLON HOLMES. Ediciones Escalera. Traducción de J.C. Ortiz García y D. Ortiz Peñate. Primera edición en Ediciones escalera: noviembre de 2009. España. De venta en Crisol Libros y Más. C.C. Ovalo Gutiérrez, Av. Santa Cruz 816, Miraflores, Lima, Perú.

Notas:

Tapa original de "Go"
- “Go” fue publicada por editorial Scribner’s de Nueva York en 1952, aunque escrita los últimos años de la década del 40 del siglo pasado.

Unos meses después de la publicación de “Go” el New York Times solicitó a John Clellon Holmes escriba un artículo sobre sus amigos el cual tituló “This Is The Beat Generation” (Esta es la Generación Beat) popularizando esta denominación. El artículo fue publicado el 16 de noviembre de 1952.

A.A. Wyn rechazó publicar el libro cuando le fue ofrecido antes que a Scribner`s, pero luego lo hizo en formato de bolsillo en su colección de Ace Books en 1957. Esta edición recortó una porción considerable de la obra y fue la que se publicó en Europa. Este hecho trajo como consecuencia que exista dos versiones del libro. Una, la original, que  solo circuló en los Estados Unidos; la otra, recortada, que circuló en Europa.

Este y otro hecho relacionado con el nombre del libro le dio a "Go" cierto aire de objeto de culto.


El título que Holmes le dio al libro fue The Daybreak Boys, título que fue rechazado por Scribner`s por tener una semejanza con otro de una obra que ya se encontraba en circulación. El nombre de "Go" se lo eligió la esposa del dueño de Scribner`s. Cuando en 1957 se publicó en Europa la edición de Ace Books, el libro se tituló The Beat Boys, porque en Inglaterra existía una revista de turismo con el nombre de "Go". Por ello muchos europeos, de aquel entonces, creyeron que se trataba de dos libros distintos de Holmes. Fue a partir de una reedición de 1976 que "Go" se publicó de manera completa tanto para los Estados Unidos como para Europa y bajo el mismo título.

- John Clellon Holmes escritor, poeta y profesor nació el 12 de marzo de 1926 en Holyoke, Massachusetts y falleció el 2 de marzo de 1988 en Middletown, Connecticud, Estados Unidos. Tenía 23 años cuando se publico "Go".

Muchos le atribuyeron a John Clellon Holmes el haber bautizado a Kerocuac y a sus amigos como los beat o beat generation, pero el aclaró que el nombre fue acuñado por Kerouac, incluso hace referencia de ello en la misma novela.

- “All of Me” es el nombre del tema que interpreta la mujer afroamericana en el momento que comienza a pasear por todas las mesas del garito para que los asistentes la premien con una propina: All of me… Why… not… take… all of meeee…”

Es un tema de jazz estándar escrito por Gerald Marks y Seymour Simons en 1931, estrenada por radio en la voz de Belle Baker y grabada en el disco por primera vez por Ruth Etting.

Todo de mí, ¿por qué no toma todo de mí?
Nene, ¿no puede ver que no la paso bien sin Usted?
Tome mis labios, nunca los uso
Tome mis brazos, quiero perderlos

Su adiós me dejó con los ojos llorosos
Dígame cómo puedo seguir, querido, sin Usted?
Tomó la parte que alguna vez fue mi corazón
Así que ¿por qué no toma todo de mí?

Todo de mí, ¿por qué no toma todo de mí?
¿No puede ver que no estoy bien sin Usted?
Tome mis labios, quiero perderlos
Tome mis brazos, nunca los uso

El adiós me dejó con los ojos llorosos
¿Cómo puedo seguir, querido, sin Usted?
Tomó la parte que alguna vez fue mi corazón
Así que ¿por qué no toma todo de mí?

Venga y tome, tome todo de mí

Todo de mí (All of me)

Soundtrack:
- All of me: Billie Holliday (1945-1946)
- All of me: Ella Fitzgerald & Nelson Riddle Orchestra (1961)
- All of me: Sarah Vaughan (1957)
- All of me: Tim Kliphuis (2014)

De izquierda a derecha: Larry Corso (con gorra), Larry Rivers, Jack Kerouac,
David Amram, Allen Ginsberg
Vinculo relacionado: VIEJAS HISTORIAS DE NUEVA YORK (I). YONQUI DE WILLIAMS S. BURROUGHS

Concepto, introducción, notas y compilación musical:
MAX MARRUFFO S.

3 comentarios:

  1. Esa generación es curiosa en verdad. Se la acusará de lo que sea pero no de hacer música de mala calidad

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  2. Por cierto, leí lo que escribiste acerca del legendario "Dakota" que además de lo relacionado a Lenon, fue donde se firmó la película de terror "El bebé de Rosmary". Pero tengo entendido que no se trata de un rascacielos
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    Y en lo que puedas pásate por tigrero que tengo algo de música que te va a interesar ¡Te lo aseguro!

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    1. Hola, Alí. El post no indica que el Dakota sea un rascacielo, sino uno de los primeros edificios altos de la ciudad de Nueva York.

      Estaré pasando por tu blog como siempre lo hago.

      Un abrazo.

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