martes, 16 de junio de 2015

VIEJAS HISTORIAS DE NUEVA YORK (I). YONQUI, DE WILLIAM S. BURROUGHS

 Escucha mientras lees

Ciudad de Nueva York. Si no todos, la mayoría sueña visitarla alguna vez. Y es que gracias a la magia del cine y la televisión sus lugares y rincones la han fijado en el inconsciente de la sociedad occidental como sinónimo de ciudad moderna, elegante y refinada.
Ha sido la musa de directores de cine como Woody Allen que para referirse al aspecto romántico de su paisaje salvajemente urbano, de inmensas y desafiantes columnas erigidas por el hombre, la describe como “una ciudad en blanco y negro que palpita y vibra con las grandes melodías de George Gershwin”*. Pero también en blanco y negro muchos escritores nos han narrado historias cuyas tramas, trágicas o violentas, se desenvuelven entre sus entrañas más recónditas alejadas del glamour o encanto de los colores que despiden los grandes anuncios de Time Square como las marquesinas y espectáculos musicales de Broadway, aunque no sin cierto aire sofisticado. Pueden tratarse de historias similares a cualquier otra que ocurre en cualquier lugar del mundo, pero el que tenga a la ciudad de Nueva York como decorado de fondo las hace únicas.
Este es el caso de Yonqui (Jonkie), novela escrita por William S. Burroughs, conspicuo miembro de la beat generation, hermandad de escritores y poetas golpeados -pero no vencidos- por el sistema estadounidense de éxito y acumulación de bienes, en la que se delata la existencia de realidades que caminan en dos piernas por el sendero de la marginación y de la miseria moral y material existente aún hoy en dicha ciudad y que aquellos que la exaltan han querido ocultar o borrar de los planos cinematográficos o tomas fotográficas de su paisaje. Yonqui narra la historia de cómo un adicto a la heroína y sus camaradas se recursean** el vicio y sobreviven para morir por él.
Yonqui
(Fragmento)
William S. Burroughs

El cruce de la calle 103 y Broadway es como cualquier otro de esta zona. Una cafetería, un cine, tiendas. En mitad de Broadway hay un jardincillo con algo de césped y bancos. En la calle 103 hay una parada de metro, así como altos bloques de pisos. Se trata de un territorio de droga. La droga acecha en la cafetería, da la vuelta a la manzana y a veces cruza hasta el centro de Broadway para descansar en uno de los bancos del jardincillo. Es un fantasma que se pasea a pleno día por una zona concurridísima.

Siempre se podía encontrar a unos cuantos yonquis sentados en la cafetería o rondando por sus alrededores; llevaban el cuello de la chaqueta subido, escupían en el suelo y miraban inquietos a su alrededor a la espera del camello. En verano solían sentarse en los bancos, y parecían buitres con sus trajes oscuros.

El camello tenía cara de adolescente. No representaba más de treinta años, aunque, de hecho, tenía cincuenta y cinco. Era un hombre bajo, siniestro, de cara delgada y aspecto de irlandés. Cuando se dignaba aparecer -y, como muchos yonquis veteranos, nunca era puntual-, se sentaba en una mesa de la cafetería. Le dabas el dinero y tres minutos más tarde te reunías con él en una esquina donde te entregaba la droga. Jamás la llevaba encima, pero era evidente que la tenía escondida en algún sitio cercano…

Los yonquis modernos, intelectuales y aficionados al jazz, jamás aparecían por la calle 103. Los tipos de la calle 103 eran todos veteranos: caras delgadas y pálidas; bocas contraídas y amargas, dedos rígidos, gestos estilizados. (Hay un gesto que delata al yonqui, igual que el movimiento de aleteo de las manos descubre al marica: al levantar el antebrazo extiende la mano con los dedos rígidos y la palma hacia arriba.) Eran de diversas nacionalidades y distinto aspecto físico, pero todos tenían algo en común: recordaban la droga. Figuraban entre ellos el Irlandés, George el griego, Rose Pantopón, Louie el Botones, Eric el Maricón, el Sabueso, El Marinero y Joe el Mexicano. Algunos han muerto, y otros están en la trena.

Ya no hay yonquis en el cruce de la calle 103 con Broadway esperando su camello. Los traficantes se han largado a otra parte. Pero la sensación de que es territorio de droga sigue ahí. Te azota el rostro al doblar la esquina, te sigue cuando avanzas por la acera y, de pronto, desaparece, igual que un mendigo cansado de pedir en vano, mientras te alejas…

El Maricón era un ladrón de borrachos brillante y afortunado. Sus botines eran fabulosos. Era siempre el que llegaba primero junto al borracho, nunca el último, el que se encuentra con que la víctima ya tiene los bolsillos vueltos al revés. Un borracho dormido atrae a un grupo de depredadores muy jerarquizado. En primer lugar llegan los grandes especialistas como el Maricón, guiados por un instinto innato. Sólo quieren dinero, anillos, relojes buenos. Luego acuden los chorizos vulgares, que se llevan todo lo que pueden: el sombrero, los zapatos, el cinturón. Por último, la hez de la profesión, si puede, le quita al borracho el abrigo o la chaqueta.

El Maricón siempre se las arreglaba para llegar el primero cuando había un buen botín. En cierta ocasión consiguió mil dólares en la estación de la calle 103. En varias ocasiones había conseguido botines de cientos de dólares. Si el tipo al que robaba se daba cuenta, le metía la mano, para que pareciera que sus intenciones eran sexuales. A eso se debía su mote.

Siempre iba bien vestido, por lo general con una chaqueta deportiva de tweed y unos pantalones de franela. Unas maneras pretendidamente europeas y un ligero acento escandinavo completaban su aspecto. Nadie hubiera dicho que era especialista en robar a borrachos en el metro. Trabajaba siempre solo. Tenía buena suerte, y no quería que se le acabara trabajando acompañado. A veces, el contacto con un tipo afortunado hace que cambie el sino de un hombre al que le persigue la mala suerte, pero es mucho más corriente que ocurra lo contrario. Los yonquis son envidiosos, la gente que pululaba por la calle 103 envidiaba al Maricón. Pero todos tenían que admitir que era un tío legal y siempre estaba dispuesto a dar una ayudita.

Cruce de la Calle 103 con Av. Broadway, Manhattan, NY
Av. Broadway con Calle 103. Parada de metro y berma central con jardincillo y banca
Las cápsulas de heroína costaban tres dólares cada una, y se necesitan tres al día para ir tirando. Me encontraba sin dinero, así que empecé a robar a borrachos en el metro, acompañando a Roy. Recorríamos la línea, uno a cada lado del vagón, hasta que uno de los dos descubría a un primo dormido en el banco del andén. Bajábamos. Me ponía delante de él con un periódico abierto y cubría a Roy mientras rebuscaba en los bolsillos del tipo. Roy solía darme instrucciones entre dientes -<<un poco a la izquierda>>, <<más atrás>>, <<ahí>>, <<ahora estás demasiado lejos>>, <<no te muevas>>- muchas veces llegábamos tarde y el borracho ya tenía los bolsillos vueltos a revés.

También robábamos en los vagones. Me sentaba junto al tipo con mi periódico abierto y Roy le limpiaba los bolsillos por detrás de mí. Si el borracho se despertaba, veía que mis manos estaban en el diario. Sacábamos una media de diez dólares por noche.

Una noche normal se desarrollaba más o menos así: empezamos a trabajar hacia las once y en la estación de Times Square cogimos un convoy de la línea IRT, que va a la parte alta de la ciudad. En la estación de la calle 149 localicé a un primo y nos apeamos. Esa estación tiene varios niveles y resulta peligrosa para los que se dedican a robar a los borrachos porque hay sitios donde pueden esconderse un policía y es imposible cubrir todos los ángulos. En el nivel inferior, la única salida posible es el ascensor.

Nos acercamos al tipo haciendo como si no lo viéramos. Era de mediana edad, se apoyaba contra la pared y respiraba pesadamente. Roy se sentó a su lado y yo me puse delante con un periódico abierto. Roy me guiaba:

─Un poco hacia la derecha. Espera un poco. Ahí. Vale.

De pronto la pesada respiración se detuvo. Recordé esa escena de las películas en que la respiración se detiene durante una operación. Pude sentir la tensa inmovilidad de Roy detrás de mí. El borracho masculló algo y cambió de postura. Lentamente, la pesada respiración se reanudó. Roy se levantó. Hizo un gesto afirmativo y caminó rápidamente hacia el otro extremo del andén. Sacó un puñado de billetes del bolsillo y contó ocho dólares. Me dio cuatro y dijo:

─Esto era lo que tenía en el bolsillo del pantalón. No pude dar con la cartera. Por un instante pensé que iba echarse sobre nosotros…

Una noche cogimos el metro de Times Square. Un hombre muy bien vestido caminaba delante de nosotros con paso vacilante. Roy lo miró y dijo:

─Ahí tenemos un buen golpe. Sigámoslo.

El hombre subió en el tren que iba a Brooklyn. Esperamos de pie en el otro extremo del vagón hasta que el tipo pareció dormido. Entonces nos acercamos, me senté a su lado y abrí el New York Times. Lo del Times era idea de Roy. Decía que con él parecía un hombre de negocios. El vagón iba casi vacío, así que resultaba un poco incongruente que estuviéramos pegados al tipo con siete metros de asientos vacíos disponibles. Roy comenzó a trabajárselo por detrás de mi espalda. El hombre se agitaba, y una vez despertó y me miró con aire de beoda inquietud. Un negro que estaba sentado enfrente sonrío.

─Ese de ahí sabe de qué va la cosa. No hay que preocuparse ─me dijo Roy al oído.

Roy tenía problemas para encontrar la cartera. La situación empezaba a ser peligrosa. Noté que el sudor me corría por los brazos.

─Dejémosle ─dije.

─No. Está sentado encima de su abrigo y no puedo encontrarle la cartera. Cuando te lo diga, empújalo, tiraré del abrigo… ¡Ahora! ¡Vaya por Dios! Un poco más fuerte…

─Dejémoslo ─volví a decir. El miedo me hacía un nudo en el estómago─. ¡Va a despertarse!

─No. Vamos a intentarlo otra vez… ¡Ahora! ¿Qué coño pasa contigo? Solo tienes que dejarte caer contra él ─dijo Roy.

─Roy ─dije, dejemos esto. Va a despertarse.

Intenté levantarme, pero Roy no me dejó. De pronto, me dio un fuerte empujón y caí pesadamente contra el tipo.

─Ahora lo conseguí ─dijo Roy.

─¿Tienes la cartera?

─No. He soltado el abrigo.

Habíamos salido del túnel y estábamos ya en el tramo elevado. Sentía nauseas de miedo, y todos los músculos de mi cuerpo estaban rígidos a causa del esfuerzo que hacía por dominarme. El hombre solo estaba medio dormido. Estaba seguro de que en cualquier momento se pondría en pié de un salto y empezaría a gritar.

Por fin, oí a Roy que decía:

─Ya lo tengo.

─Entonces larguémonos.

─No, lo que tengo es un puñado de billetes. Tiene que haber una cartera por algún lado, y voy a encontrarla. Este tipo lleva cartera, seguro que sí.

─Ya no puedo más.

─No. Espera.

Notaba que seguía trabajándose al borracho por detrás de mi espalda, con tan poco disimulo, que me parecía increíble que el hombre pudiera seguir dormido.

Habíamos llegado al final de la línea. Roy se puso de pie y dijo:

─Cúbreme.

Extendí el periódico lo más que pude para ocultar sus maniobras a los demás pasajeros. Sólo quedaban tres, pero estaban situados en diferentes extremos del vagón. Roy seguía revolviendo los bolsillos del hombre sin el menor disimulo. Al fin dijo:

─Salgamos.

Salíamos del andén cuando el borracho se despertó y se llevó la mano al bolsillo. Nos siguió por el andén y se encaró con Roy.

─Muy bien, amigo ─dijo─, devuélveme mi dinero.

Roy puso cara de sorpresa; levantó las manos, como si tratara de demostrarle que estaban vacías, y dijo:

─¿Qué dinero? ¿De qué me habla?

─Sabes cojonudamente bien de que te hablo. Tenias las manos en mi bolsillo.

Roy hizo un gesto de sorpresa y dignidad ofendida.

─¿De qué habla usted, señor? No sé nada de su dinero.

─Te veo todas las noches en esta línea. Es tu recorrido habitual. ─Se volvió hacia mí y dijo─: Y éste es tu compinche. Bien, ¿vas a devolverme ahora mismo mi dinero?

─Pero ¿de qué dinero habla?

─De acuerdo. Es tu palabra contra la mía. Cojamos el tren y volvamos al centro de la ciudad. Tal vez sea lo mejor ─dijo el hombre; pero, de pronto, metió sus manos en los bolsillos de la chaqueta de Roy mientras gritaba─: ¡Hijo de puta de mierda! ¡Devuélveme mi dinero!

Roy le pegó en la cara y lo derribó.

─¿Qué te has creído? ─exclamó Roy, que había perdido de repente su expresión conciliadora y sorprendida─ ¡Quítame las manos de encima!

El conductor, al ver que se había iniciado una pelea, no ponía el tren en marcha por si alguien caía a la vía.

─Larguémonos! ─dije, y echamos a correr por el andén.

El hombre se puso en pie y nos persiguió. Alcanzó a Roy y lo agarró con determinación. No se podía soltar. Lo tenía inmovilizado.

─!Quítame a este cabrón de encima! ─gritó Roy.

Golpeé un par de veces al hombre en la cara y aflojó su presa y cayó de rodillas.

─!Rómpele la cabeza! ─Chilló Roy. Le di una patada en un costado y noté que una costilla cedía. Se llevó la mano al costado.

─!Socorro! ─gritó. No intentó levantarse.

─!Larguémonos! ─dije. En el extremo más alejado del andén oí el silbato de un policía. El tipo seguía caído en el suelo agarrándose el costado y de vez en cuando gritaba pidiendo auxilio.

Llovía ligeramente. Cuando llegué a la calle resbalé y me tambaleé, a punto de caer sobre la acera mojada. Estábamos de pie junto a una gasolinera cerrada, y nos volvimos para mirar el elevado.

─!Hay que largarse! ─dije.

─Nos verán.

─No podemos quedarnos aquí.

Echamos a andar. Noté que tenía la boca completamente seca. Roy sacó un par de anfetaminas del bolsillo de la camisa.

─Tengo la boca demasiado seca ─dije─, no puedo tragarlas.

Seguimos andando.

─Seguro que nos buscarán ─dijo Roy─. Vigila si vienen coches. Si se acerca alguno, nos meteremos entre los arbustos. Estarán esperando que volvamos al metro, de modo que lo mejor será seguir caminando.

La lluvia no tenía trazas de parar. Nos ladraban perros a medida que andábamos.

─Recuerda lo que debes contar si nos cogen ─dijo Roy─: Nos dormimos y despertamos al final de la línea. El tipo ese nos acusó de que le habíamos robado el dinero. Nos asustamos, así que lo golpeamos y corrimos. De todos modos, seguro que en comisaría nos atizan.

─Ahí viene un coche de la policía ─dije.

Nos ocultamos entre unos arbustos de la cuneta y nos acurrucamos detrás de un cartel. El coche pasó lentamente por delante de nosotros. Cuando se alejó, volvimos a caminar. Empezaba a sentir los síntomas del síndrome de abstinencia, y no sabía si podría llegar a casa y a la morfina que tenía guardada allí.

─Cuando estemos más cerca, será mejor separarse ─dijo Roy─. Aquí podemos ayudarnos. Si encontramos a un policía haciendo la ronda, le diremos que estábamos con unas chicas y que buscamos el metro. Esta lluvia es una suerte, porque los polis deben de estar a cubierto, tomando café en algún local abierto toda la noche. ¡Y haz el favor de no volver la cabeza de ese modo!

Había vuelto la cabeza hacia uno y otro lado para mirar por encima del hombro.

─Volver la cabeza para mirar a los lados es algo natural ─dije.

─!Sí, natural para los ladrones!

Por fin, legamos a la otra línea de metro y nos dirigimos a Manhattan.

─La verdad es que no me llegaba la camisa al cuerpo, y a ti tampoco, supongo. Por cierto, aquí tienes tu parte ─dijo Roy al despedirnos, y me entregó tres dólares.

Al día siguiente le dije que no pensaba volver a robar a borrachos en el metro.

─No te lo reprocho ─dijo-. Pero te equivocas. Si aguantaras el tiempo suficiente, harías buenos negocios.

- Fragmento del Libro Yonqui: WILLIAM S. BURROUGHS. Editorial Anagrama. Colección: Compactos (Edición completa del libro que tuvo que ser publicado originalmente expurgado y con el seudónimo de William Lee). Sexta edición en “Compactos”: febrero 2006. Barcelona. De venta en Crisol Libros y Más. C.C. Plaza San Miguel, Tda. 55-56, San Miguel, Lima, Perú.

Referencias:

(*) Frase utilizada por la voz en off del personaje Isaac Davis, en la introducción de la película Manhattan (United Artist, año 1979, escrita y dirigida por Woody Allen) en que se muestra diversas tomas en blanco y negro de esta parte de la ciudad de Nueva York con el fondo musical del tema Rhapsody in Blue de George Gershwin.

En la película Hollywod Ending (DreamWorks Pictures, año 2002, escrita y dirigida por Woody Allen), encarnando el personaje del neurótico director de cine Val Waxman, Allen vuelve a referirse a la ciudad de Nueva York como “una ciudad en blanco y negro”.

(**) Esta palabra es utilizada por los peruanos para referirse a la acción de recaudar fondos, financiar una actividad o ganarse la vida.

Notas:

- Ciudad de Nueva York es el nombre que se le da al conjunto de cinco distritos metropolitanos (Buroughs) y a la vez condados: Manhattan, Brooklyn, Queens, Bronx y Staten Island. Está ubicada en el extremo sur del Estado cuyo nombre le es homónimo y del cual forma parte: Estado de Nueva York. La capital del Estado de Nueva York es Albany.

De la Ciudad de Nueva York, el distrito metropolitano más famoso y visitado es Manhattan (o isla de Manhattan), por lo que muchas veces el nombre de Ciudad de Nueva York es utilizado para referirse solo a él.

Hasta 1898 Ciudad de Nueva York era un solo condado, el condado de Manhattan (Isla de Mahattan) al que luego se le unieron los otros cuatro antes citados.

- Yonqui, cuyo nombre original en inglés fue Junk, para luego ser cambiado por Junkie, se publicó por primera vez en 1953 bajo el sello editorial de Ace Books, editorial que lo dotara de un subtítulo: Confesiones de un drogadicto perdido (Confessions of an Unredeemed Drug Addict).

La editorial Ace Books se caracterizó por publicar libros de casi nulo contenido literario, esto es, artístico (conocido como Peperback o libro barato). Su material eran pequeñas historias que podrían llamarse de aventuras, de detectives, de crimen, de ficción o historias rosa (románticas).

La razón por la que Yonqui fue editada por Ace Books fue que nadie quería hacerlo porque se consideraba que la historia contenida en ella (la vida de un heroinómano) no tenía interés literario, aun cuando la verdadera razón era que los propietarios de ditoriales “serias” no querían verse metidos en problemas judiciales por supuestamente promocionar, incentivar o hacer apología de la droga. En los años que se escribió la novela, Estados Unidos salía de la Segunda Guerra y muchos de sus combatientes encontraron en la heroína y otras drogas, como la marihuana y anfetaminas, el remedio para soportar el incesante dolor de las heridas mentales que les dejó la amarga experiencia; también fue el único refugio que pudieron encontrar en su propio país aquellos que no se pudieron adaptar a la vida civil, sea por el rechazo de sus propios compatriotas (como ocurrió con los soldados negros) o porque la ideología del éxito y progreso los abrumó.

Ace Books lanzó el libro a la venta como una edición especial doble, esto es, junto a otra obra, de otro autor a un precio rebajado (de oferta, de ganga).

Lo gracioso fue que la obra que se publicó junto a la de Burroughs estaba escrita por un ex-agente de narcóticos.

William S. Burroughs habría escrito la novela hacia inicios de los 50’s. La historia se inspira y basa en su experiencia personal como drogadicto que se remonta hacia mediados de los años 40.

Antes que Yonqui, Burroughs se dedicaba a la escritura pero sin el más mínimo ánimo de convertirse en un escritor profesional, esto es, vivir de lo que escribía y publicaba. Casi tomaba la escritura como terapia para enfrentar sus males existenciales. Fue Allen Ginsberg, otro pilar de la beat generation (Aullido, Kadish, etc.) quien lo convenció que debía publicarlo.

Cuando Burroughs conoció a Ginsberg (y a Kerouac), le tomó gran afecto, iniciándose un cruce de correspondencia en la que, entre otras cosas, le iba enviando fragmentos de Yonqui a medida que los escribía. Allen Ginsberg se auto impuso la tarea de ser su agente literario y recorrió muchas calles y tocó muchas puertas con el original bajo sus axilas hasta que convenció a Carl Solomon (otro poeta y escritor asociado a los beat) para que le proponga a su tío, A. A. Win, lo publique bajo la editorial de su propiedad, Ace Books.

La condición para que Ace Books publicara la novela fue que se eliminen ciertos párrafos que criticaban la política de salud y represión contra los consumidores. Además, se exigió que Burroughs se presentara bajo un seudónimo (William Lee) para que intente una explicación del por qué, un hijo de buena familia puede llegar a caer en las redes de la adicción.

- William Seward Burroughs II nació el 5 de febrero de 1914 en St. Louis, Missouri, EE.UU. bajo el seno de una familia acomodada y de prestigio aunque de costumbres rígidas que amoldaron su personalidad tímida y solitaria. Se graduó en Harvard, vivió en Europa, pero cuando los Estados Unidos fueron atacados por los japoneses en Pearl Harbor, decidió alistarse en el ejército, que observo su permanencia por supuestos rasgos de una conducta anómala. Hacia 1944 conoció a Jack Kerouac, el prominente escritor beat (En el camino, Visiones de Cody, Los Subterráneos, Los Vagabundos del Dharma, etc.) época en que comenzó a consumir morfina. Hacia 1950 inició una convivencia con Joan Vollmer a la que mataría accidentalmente con su revólver, hecho que lo precipitó al consumo y adicción a la heroína. Con afán de experimentación llegó hasta el Perú para adentrarse en los secretos del ayahuasca. Murió en Kansas el 2 de agosto de 1997, víctima de un ataque al corazón. Destacan de su obra, las novelas Queer, El Almuerzo Desnudo, The Soft Machine, Los Wild Boys, La Noche Roja, entre otras.


- Jeeppers Creepers es un tema escrito en 1938 por Warren y Mercer originalmente grabado por Louis Armstrong para la película Going Places de la Warner; posteriormente la orquesta del genio de la batería Gene Krupa hizo su propia versión. Jeepers Creepers es el nombre de un caballo de carreras que solo se deja montar si alguien le canta la canción del mismo nombre.

- Skin Deep, es el primer tema del álbum Ellington Uptown, que fuera grabado entre 1951 y 1952 para Columbia Records por el pianista, compositor y director de orquesta Duke Ellington, “El Duke”.

El solo de batería que se escucha en Skin Deep es de Louis Bellson.

- La primera emisora de radio en la Ciudad de Nueva York fue inaugurada en el año 1916.


Soundtrack:
- Archivo de radio pública de Nueva York
- Jeepers Creepers: Gene Krupa (1938)
- Skin Deep: Duke Ellington (1952)

Vínculos relacionados: EN ALGUN LUGAR DE NUEVA YORKLA CHICA DEL ADIÓS Y UNA CRISIS ENERGÉTICA Y FISCAL“GO”: DE JOHN CLELLON HOLMES. VIEJAS HISTORIASDE NUEVA YORK (II)

Concepto, introducción, referencias, notas y compilación de texto y música:
MAX MARRUFFO S.