viernes, 13 de febrero de 2015

EL AMOR: ESA COSA TAN RARA (III). ERAMOS CASI NIÑOS

 Escucha mientras lees
Nos pertenecen los recuerdos, no las personas. De manera legítima solo somos dueños de aquello que en su momento sentimos, percibimos, entendimos, creimos; esto es, de todo aquello sobre lo que se asientan. No debe interesarnos si coinciden o no con los de los demás. A la distancia, solo importa si fuimos honestos en nuestros hechos y dichos para que a nosotros nos sean gratos.

Estos son los míos.

"A Makarena"

Tum tum-tum tum-tum tum. El ultimo chorro de sangre salió disparado de mi corazón y rabiosamente se abrió camino hinchando venas y arterias, subiendo en tropel por mi cerviz, para expandirse por los confines de mi cerebro; chocando violentamente en mis sienes, aturdiéndome, haciendo añicos el esquema trazado del discurso mental que había preparado y dándome la sensación de que el suelo perdía distancia en relación a la punta de mi nariz. Pero ahí estaba yo. De pie. En ese momento nadie podía ayudarme. Nadie podía hacer nada por mí. Tum tum-tum tum-tum tum… Me encontraba solo ante mi destino. Aún cuando mi cuerpo lo exigía, mi mente no daba la orden: salir huyendo. Descarté de inmediato esa posibilidad, porque me hubiera convertido en un cobarde para siempre y en mi propio hazmerreir. Tum tum-tum tum-tum tum… Entre Makarena y yo, luego del saludo (besito en la mejilla y algunas palabras incoherentes de mi parte), ha caído un silencio absoluto que me pesa como un enorme manto y encorva mi cuerpo asfixiándome. Tum tum-tum tum-tum tum... Ninguna de las frases que memoricé de tantas veces repetir la noche anterior asomó en mi mente. ¡Mierda!, no solo me he quedado paralizado, ahora también estoy mudo. La miro por unos segundos. Tum tum-tum tum-tum tum… Temo el mostrarme obvio, que adivine –si no lo ha hecho ya- mi intención y, de antemano, me corte la viada; malográndose seis meses de amistad. No me importa morir luego de revelarle mis sentimientos, pero  que no me deje  decirle nada no podría soportarlo. Preferiría devorar pedazos de mi propia carne como castigo a mi osadía de amor. Un “¡no!” adelantado sería humillante. Y… Tum tum-tum tum-tum tum… Ahí sigo yo. Mudo. Dejando correr como bólidos, minutos que otros días me son eternos.

El patio de la entrada de su vieja casa de una sola planta, ubicada en una transitada avenida de Jesús María, tiene un piso de cemento pulido de color rojo que apenas es iluminado por la tenue luz de una bombilla adosada sobre el marco de la puerta principal. En ese momento se me antoja como un recinto donde se ha emplazado un cadalso en el que han de ejecutar a un estúpido; o como el aula en la que el cerdo de nombre Campana, seminarista retorcido, alimaña que se protegía de mi tras una sotana y su condición de tutor de mi primera cárcel ubicada en Breña, acostumbraba reunir a todos los alumnos de primero para darnos los promedios mensuales con su vocecita sardónica. Ella está recostada sobre una pequeña gruta artificial que hace ángulo al lado derecho de la puerta, hecha con piedras de cantos rodados y levantada sobre una base de concreto que la eleva cerca de un metro por encima del suelo, dentro de la cual, una pequeña virgen ataviada con manto de color blanco y que muestra en su cuello una escapulario de una cinta descolorida, pareciera no querer contemplar la escena porque tiene la mirada posada en su base. Por indicación me recibía en aquel patio cuando su mamá y sus hermanas se encontraban en el recibo de la casa viendo la televisión. La gruta nos sirve como reclinatorio en el que sentados, cómoda y relajadamente, hablamos de cualquier cosa; excepto, en mi caso, cuando se tocaba el tema del colegio. Al respecto, como medida de precaución, disponía de un arsenal de historias y anécdotas inventadas... mentiras que contarle a mi turno, como bien memorizados los cursos que supuestamente me tocaba llevar aquel año. Aun así, buscaba cuidadosamente salir de ese terreno sin que notara mi angustia por temor a resbalar. No sé por qué tenía yo la idea que mi realidad escolar la decepcionaría, como a mi madre. Makarena. Buena hija. Chica aplicada. Iba en el cuarto de media. Me había adelantado. Me pesaba la vergüenza. Me pesaba mentirle. No estaba a su altura. El alivio llegaba cuando comenzaba a preguntarme por mis amigos:

-¿Y, qué del Coco, el Fito, el Rinski, el Rafael, Pepito?

Yo abría la cancha preguntando a mi turno:

-¿Y la Mari y su hermana Rosaura? ¿la Viqui, la Susi, la Luchi?

Estaba a salvo. Nuevamente en terreno seguro. La guerra, esa de apagones, coches bombas, torres reventadas, estaba lejos de estallar. Era algo inimaginable. Esa noche solo debía haber un tema de conversación: que la amaba y necesitaba. Por eso estaba de pie frente a ella que mantenía dulcemente su mirada levantada hacia mí. Sus labios mostraban una delicada sonrisa, quizás la de siempre, pero que esa noche me hacían amarla más.

Para tomar aire, como si estuviera nadando con desesperación hacia una orilla nebulosa, giré mi rostro sudoroso, quitándole mi mirada por unos segundos para ver la calle a través del portón y las cercas de madera que la separan de la casa. También está iluminada apenas por la luz blanca de un poste cercano. Es una noche húmeda y fría, característica  de un invierno completamente posesionado  de la ciudad en el mes de agosto. Me viene la sensación que la gente sabe por qué estoy ahí. Pero el mundo sigue girando. La gente y sus vidas. Y sus cosas. Y sus problemas. Yo estoy sentado en el mío. Tum tum-tum tum-tum tum… Mi corazón sigue intentando escapar de mi pecho abriendo los botones de mi camisa. Cuando vuelvo a mirarla, me doy cuenta que Makarena ha mantenido sus ojos fijos en mí y tal vez por mí angustia comienzo a advertir en ellos impaciencia y de pánico quiero soltarle sonseras como: “Eres el fuego que ha de castigarme o redimirme”o “Una palabra tuya bastará para sanarme”; pero desisto. Me controlo -no sé cómo- por un instante. Solo me tortura el hecho que no puedo, aunque quisiera, adivinar cuál será su respuesta. Desde el día que nos presentaron -en el cumpleaños de Mari, la salude dándole la mano- mis bobadas le hicieron reír. He notado que pone más atención en mí que en mis amigos cuando la visitamos en mancha. Últimamente me pide que venga yo solo. Lo mejor es que, al despedirnos, la comisura de sus labios besan la comisura de los míos ¿Y si estoy equivocado y todo esto son solo alucinaciones o alteraciones de la percepción causada por un desorden hormonal? ¡Oh, Dios!, ¿por qué no nos diste la capacidad para adelantarnos a las consecuencias de nuestros actos?

─¿Qué te pasa hoy? ¿Quieres decirme algo? ─Pregunta con rostro preocupado, tomándome la mano, manteniendo la conexión de nuestras miradas. No sé si ya reparó de mi propósito, pero me ha dado la pauta necesaria ¿Acaso vino en mi ayuda? ¡Es el momento! "¡Yá! ¡Hazlo ahora o sufre para siempre, imbécil!" ─dictó alguien en mi conciencia.

─¡Makarena! ─dije por fin, para luego tragar saliva ruidosamente y soltar como un vómito y con voz temblorosa, casi suplicante, lo que había ido a decirle. No respeté el argumento  ensayado miles de veces.

Le pregunté ─¿Quieres estar conmigo?” ─sin antes decirle que estaba enamorado de ella. Pensé que podía sonarle a soberbia o arrogancia y yo no quería que mi pregunta sonara a soberbia o arrogancia. Hoy reflexiono que esa manera sí que era arrogante; aunque decirle “Quiero estar contigo” hubiera parecido dominante. No sé, pero tal vez lo mejor hubiera sido intentar besarla y solo eso.

Declaración de amor. Prueba iniciática de las tribus urbanas en que los niños pasan a ser hombres. Ordalía. Caminata sobre las brasas. Paseo en la plancha. Pecho desnudo que se muestra a las bayonetas y proyectiles de la incomprensión adulta: ¡Amor de adolescente! Amor de espejo, porque lo proyectas hacia ti mismo. Buscas en el otro la confirmación de tus ideales en proceso de formación. Amor salvavidas. Desesperadamente tratas de mantenerte a flote y no ahogarte en el interminable mar de las recriminaciones que te hacen los mayores, que nunca entienden tus razones, que nunca hacen caso a tus reclamos. Amor protesta. Amor rebeldía ¡El sistema es una mierda! Esa es la razón por la que empezamos a amar.
  
Que te acepte una chica equivalía a ser aceptado por la vida, por ello tanto era el temor a un "¡no!", que declararse podía parecer un suplicio, la ejecución de una pena capital. En consecuencia, era menester calcularlo todo al milímetro; aunque, después, terminabas diciendo o haciendo cualquier otra cosa. Era jugarnos el destino y saber quiénes seríamos en el futuro. Así, declararme a Makarena tenía en lo personal una importancia vital. A mis 16 años no paso del segundo de media ya que he sido expulsado de tres colegios por mi supuesto "mal comportamiento" y de eso me tenía cogido del cuello mi madre, a quien la vergüenza que yo le provocaba -atizada por curas y sutepistas rojos- le hacía recordarme mañana, tarde y noche lo maduros, lo listos que eran otros chicos de mi edad.

Estar con Makarena al menos me confirmaría que no era todo lo que mi madre decía. Yo también era un chico con potencial. Lo del colegio era un tema de inadaptación y nadie reparaba en ello.

El “¡sí, quiero!” que Makarena respondió instantáneamente, sin pedido previo de tiempo para consultar y deliberar con su almohada y amigas del salón, me salvó la vida y por ello, hoy la recuerdo con cariño. De haberme dicho “¡no!”, estoy seguro que no hubiera podido superar el, hasta ese momento, oscuro horizonte en el que sumergían mi existencia. Esa niña de quince, me hizo creer en mí como jamás logró hacerlo ningún orientador de esos míseros colegios donde permanecí recluido con exceso de tres años. En cada reto que asumí en mis primeros años de adulto, aquella noche (la situación, el trance, la decisión y el no querer morir sin intentar), era el aliciente de saber que el resultado sería tan gratificante como el primer beso que le di (¿o, me dio?) tras su respuesta. Ese beso me siguió por mucho tiempo. Tuvo y tiene para mí una connotación más emocional que sensual. Besarla, significó besar una victoria que se extendió poco más de un año, período de tiempo que ninguno de mis amigos superó con una chica en la época de nuestra adolescencia. Ese también, es hoy, mi orgullo de veterano de guerra.


- Los Galos, fue una banda chilena de música romántica fundada entre los años 1965 y 1967 por Carlos Baeza (compositor y guitarrista), Nicolás Parra (saxo), Mario Darigo (trompeta), Roberto Zuñiga (batería) y Luis “Lucho” Muñoz Cid (bajo y voz). El nombre “Los Galos”, sería cambiado posteriormente por su productor musical Antonio Contreras por el de “El Sonido de Los Galos”. Con esta denominación graban su primer álbum para Producciones Caracol, titulado “Tu nombre al viento”, año 1969, que no obtuvo ninguna resonancia. El año 1970, Contreras les da otra oportunidad y la banda tiene un despegue inesperado con la canción “Como deseo ser tu amor”. Para ese entonces ya se había incorporado Jorge Deij Molina (teclados) y se da la primera deserción, la de su fundador Carlos Baeza, quien luego funda la banda Capablanca. La canción “Por Temor” formó parte del álbum “Como deseo ser tu amor”, en el surco número 4, del lado B, y fue escrita por Carlos Baeza.

El éxito internacional de “Los Galos” (como son recordados en toda América del Sur) se extendió hasta la primera mitad de la década de los años 70’s. Lucho Muñoz, su vocalista clásico, se alejó en 1974. Se desintegrarían en 1979.

- Otros temas inolvidables de esta noble banda son: “Un minuto de tu amor”, “Qué esperas de mí”, “Perdona si me vez llorar”, “Por amor”.

- Dyango, José Gómez Romero su verdadero nombre, es un cantante de baladas románticas, de voz inconfundible, nacido el 5 de marzo de 1940 en Barcelona, España. La trayectoria musical de este artista se inicia en 1969 cuando lanza su primer álbum “Dyango”, saltando a la fama nivel de toda Latinoamérica con el segundo: “El mundo es para los jóvenes”, año 1970. Ambos discos fueron grabados para Discos Záfiro. En 1974 ficha para EMI y es a partir de ese hecho que se consolida como una de las grandes voces de la música romántica obteniendo al fin la aceptación de su patria con la canción “Nostalgia”. En 1976 representa a España en Festival de Benidorm con la canción “Si yo fuera él”.

- La canción “El Primer Beso” pertenece a su álbum “Si yo fuera él”, año 1976. En ese mismo disco aparece la canción peruana “Alma, corazón y vida”.

- El año pasado, con 73 años a cuestas, Dyango inicio su último tour denominado: “Gracias y Adiós”.

- Dyango es el padre de los cantantes Marcos Junas y Jordi.

- “Inolvidable” es un bolero escrito por el compositor, arreglista, director de orquesta y pianista Julio Gutierrez (Manzanillo, Cuba) en 1944, que junto a otra de sus creaciones: “Llanto de Luna” figuran como una de los más grandes éxitos musicales de América Latina. Ambas canciones fueron interpretadas y grabas por Tito Rodriguez de manera inigualable.

- “Inolvidable” apareció en el álbum From Tito Rodríguez with Love (De Tito Rodriguez con amor) del año 1963, para el sello United Artist Latino Records, bajo la dirección del músico y director de orquesta estadounidense Alvin Leroy Holmes. Antes de este álbum, el trabajo de Tito Rodriguez estaba orientado al Jazz Latino como director de orquesta. From Tito Rodríguez with Love (De Tito Rodriguez con amor) fue su apuesta por un formato al borde de la extinción: el bolero.

“Inolvidable” es una canción de remembranza y reflexión.

Soundtrack:
Solo por temor: El Sonido de Los Galos - 1970
El primer beso: Dyango - 1976
Inolvidable: Tito Rodriguez - 1963

Concepto, cuento, notas:
MAX MARRUFFO S.