John Clellon Holmes |
El mismo Holmes participa de la historia bajo el nombre de Paul Hobbes, mientras que Kerouac lo
hace con el nombre de Gen Pasternack,
Allen Ginsberg como David Stofsky, Neal Cassady como Hart Kennedy, William S. Burroughs como Will Denninson, Herbert Huncke como Albert Ancke y Bill Cannastra como Bill Agatson.
Go
(Fragmentos)
John Clellon Holmes
Autobús*
Como criaturas de esa sola noche, se dejaron arrastrar, borrachos y sobrios, hacia el amanecer, a través de un revoltijo de calles lóbregas que conducían a unos aún más lóbregos recintos, conglomerados de casas marginadas sin electrificar, pertrechadas tras rejas de hierros doblados, torcidos y oxidados. La persistente lluvia enmohecía toda la vecindad. Un Aquerón, un río trágico, escuálido, se manifestaba tras las ventanillas del coche a toda pastilla, y cada vez que Kennedy tomaba una curva, Hobbes se desgañitaba: Q¡Vamos! ¡Vamos!f
Frenaron
en seco justo antes de la calle Ciento treinta y ocho y saltaron al asfalto con
Ben al frente. Se acercaron a una de las tantas casas de piedra rojiza
cubiertas de hollín. En lo alto de las escaleras, un negro esbelto y altivo
saludó desde una sonrisa distante. Les mantuvo la puerta abierta mientras
decía:
Más allá de una habitación repleta de sofás y ceniceros de pie, en algún pasado lejano el salón principal, había un gris recibidor de techos altos, de ventanas claveteadas con polvorientos fieltros negros, un bar situado en un lado y unas mesas circulares desperdigadas en el otro. La estancia estaba llena de gente, casi todos negros. Los bebedores solitarios, en el bar; los grupos, hacinados alrededor de las mesas. Bajo el opresivo resplandor amarillo de un tenue candelabro de cristal, una negra opulenta cantaba, acompañada de un guitarrista sonriente, perdido dentro de un chándal que le venía enorme. Había también un pianista, que ladeaba la cabeza como si la quisiera sintonizar con la poesía indómita que surgía de la música. Sus dedos oscuros se lanzaban a trazar la armonía sobre el teclado de un prosaico piano de pared.
Ben, siempre afable, reunió un
bote de cuatro dólares. Se hizo un hueco en el bar y pidió cuatro copas, todo
lo que se podían permitir. Nadie pareció hacerles caso; los rostros que
poblaban el local eran cálidos, plácidos y desenfadados.
La cantante pateó tres veces el suelo y asaltó un tema nuevo al tiempo que
levantaba los brazos e instaba a los presentes a acompañarla.
Comenzó
a deslizarse entre la parroquia, con la cabeza echada hacia atrás, deteniéndose
en cada mesa, con las manos al vuelo, exudando expresividad, suplicando… El
guitarrista se arrastraba tras ella como para darle ánimos. Los ojos negros de
la cantante sopesaban con sabiduría a cada cliente, como si cada uno de ellos
viera y encontrara allí, en la música, la esencia que para todos debería ser
este nostálgico y rebelde jazz americano y que, en cambio, encarnaba el
bullicio enterrado de las ciudades y de los rincones más oscuros del país. Un
dólar por mesa y un contoneo de senos mayestáticos antes de seguir la ronda
recaudatoria.
Sarah Vaughan |
Era
una habitación en la que con seguridad no había entrado la luz del día en
décadas. La clientela estaba al corriente de la ilegalidad del garito y pese a
todo, o tal vez por eso (y por la voz sensual de la mujer que se paseaba entre
ellos como una sacerdotisa pechugona) se sentían atrapados.
Pasternak
y Kathryn compartían de pie junto a una pared.
─¡Pero
todo es lo mismo! ¡Todo es igual a todo lo demás! ¡Baydo-baydo-boo ba!, ¿Lo
oyes?... ¡Pero, mira, mira a Hart! ─dijo Pasternak.
La
cantante se movía ahora en un espacio abierto, hacia el bar y Hart, siguiendo
la cadencia con la cabeza, se dirigía a ella arrastrando los pies, encorvado y
aplaudiendo como un loco eufórico y en erupción cautivado por la magia negra.
Ella lo vio venir desde su atalaya empírica, y por un instante cantó para él,
moviendo agradecida los hombros al ritmo que marcaba su inseparable
guitarrista, siempre alerta. Hart se detuvo ante ella, bamboleante, extático, y
luego se dejó caer de rodillas gritando:
Ése
fue su reconocimiento, era todo lo que tenía. Y ella lo aceptó como si fuera
dinero: un sí gestual, un guiño al
público y un remeneo de pechos, antes de seguir ufana su ruta por las mesas.
La
cantante apuró su increíble estribillo, y con una última sonrisa, desapareció
junto con la música. Sin dinero y con la sensación de haber cumplido un ambiguo
objetivo, se apresuraron hacia la salida, de vuelta al coche.
El
contacto no había aparecido y Ben cantaba demasiado a benzedrina, lo cual hacía
pensar que su presunto dealer de maría
no era sino fruto de su imaginación, aunque a esas alturas ya daba igual. Lo
que les preocupaba era la continuidad, dónde ir ahora. Tras una descabellada
tormenta de ideas (locales a buen seguro cerrados o amigos que dormían), se
inclinaron por un colega de Ben que vivía en la calle Ciento veintitrés y la
avenida Ámsterdam, que al menos tendría algo para beber. Cierto que bajo otras
circunstancias esta opción habría caído en saco roto, pero habían sido poseídos
por una ilusión inocente que los
señalaba como baluartes armonizadores de un Universo que los ignoraba por
completo.
Rodando
como en una ciudad hundida, cuya vida estuviera congelada en un silencio
acuoso, capaces únicamente de respirar y palabrear, llegaron a otra casa
fantasma en otra lóbrega calle. Recorrieron en tropel y a tientas un largo
pasillo, tocados por un germen de premonición, como si por primera vez la
laxitud los abrazara a todos. La galería moría en una peligrosa esclarea que
bajaba hasta un patio hediondo y desierto salvo algún que otro montón de basura
y unas latas llenas de agua de lluvia. Subieron dos escalones y luego, como
espías de película barajando alternativas absurdas, se colaron por una ventana
con el marco roto que les condujo a una cocina tan fría como el esmalte que la atildaba
y en la que la gente estaba sentada absorta, bebiendo café. Se respiraba
hostilidad y dejaron las formalidades en manos de Ben. Se dispersaron siguiendo
el eco en la penumbra de otras estancias llenas de muebles inútiles (reliquias
casi todas de la vida rural), y donde una radio ajada y sin carcasa sonaba
agonizante. Kathryn y Dinah rechazaron el café frío que le ofrecieron y se
encerraron en un pequeño baño, mientras Pasternak y Hobbes se agazapaban fuera.
Hart y Ed, en silencio y mojados, jugaban a los dardos en un pasillo estrecho
que llevaba a las habitaciones. Ketcham y Ben se habían cortado un poco al
darse cuenta de lo inoportuno de la visita y no tardaron en deshacer, junto al
resto, el camino por la ventana hacia el exterior, donde Hart mantenía una
cálida conversación con las latas, amables sustitutas de los ocupantes del
inmueble:
─¡Claro,
lo entendemos, por supuesto! ¡Oíd, pensamos que estaríais levantados, eso es
todo! Pero si ven a ese tipo, ya sabéis, guardadme una onza de mota. ¡Pasaremos
otra vez!
Estornudaba
y se burlaba de sí mismo todo el rato, tanto que sus palabras parecían una
provocación.
La
noche y la lluvia habían remitido y optaron por ir a casa de Ketcham. Hobbes y
Kathryn se descolgaron allí mismo, exhaustos y sin dar explicaciones.
En el metro, Kathryn se durmió sin pudor en su hombro, sentados entre obreros vestidos con sus petos vaqueros, con sus almuerzos y los periódicos de la mañana; las apresuradas y vivaces secretarias que sólo terminarían de despertarse cuando llegaran al trabajo, tras un café rápido y un donut; el resto de madrugadores, prestos a abrir oficinas y a relevar a bedeles y serenos, aliviados de poner por fin rumbo a casa; y esos trenes preparados para transportar la primera y agotadora oleada de la hora punta.
En la
calle Setenta y dos subió un grupo de chicas scouts. Irradiaron al vagón
entusiasmo, correteando de un asiento a otro. Algunas se cogían de la mano con
ojos lánguidos; otras charlaban, erguidas, con las piernas abiertas, o leían en
voz alta los anuncios de tabaco; una negrita con calcetines blancos reía feliz
mientras jugueteaba con las trenzas de su amiga y al verla Hobbes, aletargado,
pensó: QSer
como ella, o como nosotros. ¿Existe acaso alguna otra opción?f.
(*) Los subtítulos no forman parte de la obra, han sido agregados para la presentación de las historias (U.P.E.S.).
-Fragmentos del libro “Go”: JOHN
CLELLON HOLMES. Ediciones Escalera. Traducción de J.C. Ortiz García y D. Ortiz
Peñate. Primera edición en Ediciones escalera: noviembre de 2009. España. De
venta en Crisol Libros y Más. C.C. Ovalo Gutiérrez, Av. Santa Cruz 816, Miraflores,
Lima, Perú.
Notas:
Tapa original de "Go" |
Unos meses después de la
publicación de “Go” el New York Times solicitó a John Clellon Holmes escriba un artículo
sobre sus amigos el cual tituló “This Is
The Beat Generation” (Esta es la Generación Beat) popularizando esta
denominación. El artículo fue publicado el 16 de noviembre de 1952.
A.A. Wyn rechazó publicar el libro cuando le fue ofrecido antes que a Scribner`s, pero luego lo hizo en formato de bolsillo en su colección de Ace Books en 1957. Esta edición recortó una porción considerable de la obra y fue la que se publicó en Europa. Este hecho trajo como consecuencia que exista dos versiones del libro. Una, la original, que solo circuló en los Estados Unidos; la otra, recortada, que circuló en Europa.
Este y otro hecho relacionado con el nombre del libro le dio a "Go" cierto aire de objeto de culto.
El título que Holmes le dio al libro fue The Daybreak Boys, título que fue rechazado por Scribner`s por tener una semejanza con otro de una obra que ya se encontraba en circulación. El nombre de "Go" se lo eligió la esposa del dueño de Scribner`s. Cuando en 1957 se publicó en Europa la edición de Ace Books, el libro se tituló The Beat Boys, porque en Inglaterra existía una revista de turismo con el nombre de "Go". Por ello muchos europeos, de aquel entonces, creyeron que se trataba de dos libros distintos de Holmes. Fue a partir de una reedición de 1976 que "Go" se publicó de manera completa tanto para los Estados Unidos como para Europa y bajo el mismo título.
A.A. Wyn rechazó publicar el libro cuando le fue ofrecido antes que a Scribner`s, pero luego lo hizo en formato de bolsillo en su colección de Ace Books en 1957. Esta edición recortó una porción considerable de la obra y fue la que se publicó en Europa. Este hecho trajo como consecuencia que exista dos versiones del libro. Una, la original, que solo circuló en los Estados Unidos; la otra, recortada, que circuló en Europa.
Este y otro hecho relacionado con el nombre del libro le dio a "Go" cierto aire de objeto de culto.
El título que Holmes le dio al libro fue The Daybreak Boys, título que fue rechazado por Scribner`s por tener una semejanza con otro de una obra que ya se encontraba en circulación. El nombre de "Go" se lo eligió la esposa del dueño de Scribner`s. Cuando en 1957 se publicó en Europa la edición de Ace Books, el libro se tituló The Beat Boys, porque en Inglaterra existía una revista de turismo con el nombre de "Go". Por ello muchos europeos, de aquel entonces, creyeron que se trataba de dos libros distintos de Holmes. Fue a partir de una reedición de 1976 que "Go" se publicó de manera completa tanto para los Estados Unidos como para Europa y bajo el mismo título.
- John Clellon Holmes escritor, poeta y profesor nació el 12 de marzo
de 1926 en Holyoke, Massachusetts y falleció el 2 de marzo de 1988 en
Middletown, Connecticud, Estados Unidos. Tenía 23 años cuando se publico "Go".
Muchos le atribuyeron a John Clellon Holmes el haber bautizado a Kerocuac y a sus amigos como los beat o beat generation, pero el aclaró que el nombre fue acuñado por Kerouac, incluso hace referencia de ello en la misma novela.
Muchos le atribuyeron a John Clellon Holmes el haber bautizado a Kerocuac y a sus amigos como los beat o beat generation, pero el aclaró que el nombre fue acuñado por Kerouac, incluso hace referencia de ello en la misma novela.
- “All of Me” es el nombre
del tema que interpreta la mujer afroamericana en el momento que comienza a
pasear por todas las mesas del garito para que los asistentes la premien con
una propina: “All of me… Why… not…
take… all of meeee…”
Es un tema de jazz estándar escrito por Gerald Marks y
Seymour Simons en 1931, estrenada por radio en la voz de Belle Baker y grabada
en el disco por primera vez por Ruth Etting.
Todo de mí, ¿por qué no toma
todo de mí?
Nene, ¿no puede ver que no la
paso bien sin Usted?
Tome mis labios, nunca los
uso
Tome mis brazos, quiero
perderlos
Su adiós me dejó con los ojos
llorosos
Dígame cómo puedo seguir,
querido, sin Usted?
Tomó la parte que alguna vez
fue mi corazón
Así que ¿por qué no toma todo
de mí?
Todo de mí, ¿por qué no toma
todo de mí?
¿No puede ver que no estoy
bien sin Usted?
Tome mis labios, quiero
perderlos
Tome mis brazos, nunca los
uso
El adiós me dejó con los ojos
llorosos
¿Cómo puedo seguir, querido,
sin Usted?
Tomó la parte que alguna vez
fue mi corazón
Así que ¿por qué no toma todo
de mí?
Venga y tome, tome todo de mí
─Todo de mí (All of me)
Soundtrack:
- All of me: Billie Holliday (1945-1946)
- All of me: Ella Fitzgerald & Nelson Riddle
Orchestra (1961)
- All of me: Sarah Vaughan (1957)
- All
of me: Tim Kliphuis (2014)
De izquierda a derecha: Larry Corso (con gorra), Larry Rivers, Jack Kerouac, David Amram, Allen Ginsberg |
Concepto, introducción, notas y compilación musical:
Esa generación es curiosa en verdad. Se la acusará de lo que sea pero no de hacer música de mala calidad
ResponderEliminarPor cierto, leí lo que escribiste acerca del legendario "Dakota" que además de lo relacionado a Lenon, fue donde se firmó la película de terror "El bebé de Rosmary". Pero tengo entendido que no se trata de un rascacielos
ResponderEliminar-----
Y en lo que puedas pásate por tigrero que tengo algo de música que te va a interesar ¡Te lo aseguro!
Hola, Alí. El post no indica que el Dakota sea un rascacielo, sino uno de los primeros edificios altos de la ciudad de Nueva York.
EliminarEstaré pasando por tu blog como siempre lo hago.
Un abrazo.