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viernes, 9 de agosto de 2013

WOODSTOCK, EL FESTIVAL QUE NUNCA OCURRIÓ

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El 2009, el “Festival de las artes y la música de Woodstock” cumplió cuarenta años y para la ocasión se lanzó a la venta el DVD de la película dirigida por Michael Wadleigh incluyendo cortes nunca antes vistos de la presentación de cantantes y bandas que allí se dieron cita, además de un documental sobre su filmación. Estando a lo que Bruce Cook (1932 - 2003) describe de dicho festival en su libro “La generación beat - Crónica del movimiento que agitó la cultura y el arte contemporáneo”, capítulo  XII -El silencio de Woodstock- (año 1971), entendemos que esa nueva merca no tuvo otro fin más que el de mantener el mito que Woodstock fue realmente tres días de paz y música y constituyó el punto  más álgido de la contracultura en los 60’s.
Cook, a diferencia de Wadleigh, describe la situación en que se desarrolló el evento desde la perspectiva de un periodista que estuvo presente en lugar, una perspectiva muy distinta que sirve para conocer y entender lo que ocurrió verdaderamente entre los días 15, 16, 17 (y 18) de agosto de 1969. Si “crear mitos es el trabajo de un director de cine”, informar objetiva y desapasionadamente constituye el deber de un hombre de prensa, nos asegura.
Para Cook, Woodstock o el festival que se ve en la película, nunca ocurrió y por ello fracasó todo nuevo intento de volver a repetir algo similar en los siguientes años (y luego de leer el capítulo mencionado entendemos el por qué constituyó una farsa el festival de Woodstock de 1999 que terminó con un desmadre bárbaro).
El mito de Woodstock fue inicialmente generado por los periódicos y revistas de la época y Wadleigh lo amplió en su película “maquillando” todas aquellas incomodidades a las que fueron obligados a pasar los jóvenes concurrentes para  mostrarlo como el nacimiento de una nueva forma de vida,  una nueva nación -la nación Woodstock- surgida de la lluvia y del barro, cuando en realidad se trató de una empresa con afán de lucro que para sus organizadores hizo agua pero que trascendió y alcanzó un significado tan solo por el deseo sincero de esos miles de jóvenes de reunirse alrededor de la música para hacer llevadera su soledad.
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“¿Qué clase de religión es ésa? La que ofrece el sacrificio de la misa en forma de concierto, con la droga como sacramento y la música haciendo las veces de liturgia. Es una religión que promueve la salvación a través de la revolución y cuya ética consiste en un solo mandamiento: haz lo que quieras... Mesías, chamanes y profetas, los tienen en abundancia, la mayoría de ellos ejecutantes (sacerdotes del rito). En ese contexto, ser cantante o músico, aunque sea extraordinario, parece tener cada vez menos importancia. Lo que cuenta es encarnar y vomitar las virtudes justas: la rebeldía, la liberación moral y el desprecio por la autoridad. Como consecuencia, algunos de los mejores ejecutantes le han dado la espalda a la música para convertirse en cómplices de la revolución. Incluso los que no tienen nada que ver con la música pueden aspirar a la canonización del culto si poseen las virtudes mágicas en abundancia. De este modo, Charles Manson ha sido exaltado como una especie de mesías en amplios reportajes de dos publicaciones rock: Fusion y Rolling Stone.
Lo que la congregación extrae de todo esto no es sólo la excitación producida por el momento y la música, ni tampoco la experiencia mística fácil e ilusoria que ofrecen las drogas, sino algo mucho más importante: una sensación de identidad de grupo. La verdadera alegría de todo esto viene del acto de reunirse con otros iguales a ellos y comprometerse en algo trascendental. Reunirse: esta palabra se ha convertido últimamente en un santo y seña, un vocablo de aprobación entusiasta e indiscriminada. ¿Es una reunión? Entonces, magnífico. ¿Sabe él lo que pasa? ¿Ha hecho un buen contacto? Entonces es el tipo para la reunión. Es una formulación extraña, ¿verdad? La idea tácita parece ser la de que la simple reunión —parte con parte, cuerpo con cuerpo— es en sí misma un bien absoluto. Pero ¿estar juntos para qué? ¿Reunirse con qué sentido?

Como consecuencia de esto —la popularidad alcanzada por el rock, sus características de culto religioso recientemente adquiridas y el nuevo placer desesperado de la generación por las reuniones—, los tres días de fango, drogas y música que se llamó Woodstock tenían que suceder: Se produjo como resultado lógico de todas las asambleas de amor, festivales y convocaciones tribales que los precedieron. Pero fue mucho más que eso, porque le dio a la generación entera no tanto una sensación de saber quiénes eran, sino (mucho más importante) qué les gustaría ser. La realidad de Woodstock importó mucho menos para todos —incluso, quizá para los que asistieron— que su símbolo. Era el primer Congreso Eucarístico de la nueva religión rock.
Esto merece mayor atención. Porque apenas un año después del acontecimiento, cuando la cantidad de tentativas hechas en el intervalo para repetirlo había terminado en fracasos espectaculares y tristes descalabros, la gente estaba perpleja ante los motivos y, los periodistas, como siempre, buscaban explicaciones. ¿Por qué no se podía repetir el acto de Woodstock? La razón, que sólo la murmuraban algunos, era una verdad suficientemente simple pero, como muchas verdades, un poco desagradable de enfrentar. Simplemente, era que Woodstock no se podía repetir porque nunca había ocurrido. Había sido un mito.
La realidad de Woodstock tenía poco que ver con la gloriosa Exposición Acuaria que describieron vivamente las revistas y los periódicos en ese momento. E incluso tenía mucho menos que ver con Woodstock, la película de Michael Wadleigh, de donde todos los jóvenes, salvo los 400,000 que asistieron, extrajeron sus impresiones. La diferencia se debe a las limitaciones de los reportajes. Porque lo mejor que un escritor sincero puede esperar de sí es comunicar la forma general de cualquier acontecimiento. Éste toma lo que considera sobresaliente y desdeña (a veces ignora) el resto. En muchas circunstancias, esto sólo es suficiente. Pues cuando un acontecimiento ha adquirido vida a posteriori, como es el caso de Woodstock, el escritor puede a veces ver el contorno que ha ayudado a esbozar, coloreado y embellecido más allá del reconocimiento. Entonces empieza a desear haber incluido unos detalles más del género que en ese momento no parecía ajustarse al cuadro general del relato. Empieza a desear haber contado con suficiente tiempo y oportunidad para haberse sentado a rumiar un poco el significado de todo aquello en vez de transmitir apresuradamente sus impresiones. Y luego lo invadirá un deseo terrible de restaurar el equilibrio, introducir de algún modo nuevas evidencias sin que su primer testimonio se resienta. Ésta es la razón por la cual la mayoría de las evaluaciones de Woodstock han tenido un tono un poco más negativo que su descripción original.
Afiche original de la pelìcula
Incluso antes de que apareciera la película, había un sentimiento general de incomodidad de que la belleza del acto había sido ligeramente exagerada. Pero cuando Woodstock se exhibió en los cines y  toda la generación joven fue invitada a hacer el viaje al país de nunca jamás que allí se describía, era aparente que lo único que había hecho Wadleigh era tomar el mito que había sido difundido por la prensa y ampliarlo, como suelen hacer las películas. Lo que en su momento había sido bonito, se convirtió en algo magnífico gracias a la fotografía en colores de Wadleigh. Lo que parecía excitante en la música que en aquellos terrenos se escuchó de forma débil a través de un sistema de sonido gastado, se volvió francamente abrumador al brotar de los altavoces estereofónicos desde todos los ángulos del cine. Y en la película uno, de hecho, podía ver a los músicos cuando en la realidad sólo se podía suponer que estuvieran allá abajo tocando sobre aquel escenario minúsculo. El film no transmitió los malos olores, ni se vieron los malos viajes. Y el único barro que se podía ver, bueno, parecía magnífico para deslizarse colinas abajo. Con todo esto parece como si tratara de desquitarme de Michael Wadleigh por no haber hecho su film más realista. Nada de eso, por supuesto. Pues, ante todo, crear mitos es el trabajo de un director de cine; en este caso apenas podemos objetar que la obra estuvo bien lograda. Pero también es incumbencia del periodista que está plagado de segundos pensamientos, expresarlos cuando le den la ocasión. Yo aprovecho esta ocasión.
¿Qué clase de segundos pensamientos? En primer lugar, se ha especulado mucho sobre el hecho de que Woodstock fue gratis para los que asistieron. La impresión que parece haber ganado popularidad es que ese maravilloso espectáculo de un largo fin de semana lo ofrecieron los productores y ejecutantes que aparecieron en escena como un obsequio de amor a los 400,000 mil jóvenes asistentes. Parece ser que la única esperanza de compensación que tenían por su acto generoso era el dinero que podían ganar con el film y el álbum de discos que grabarían con la banda sonora. De modo que ir a ver la película y comprar el álbum se convirtieron en acciones de caridad.
Pero lo que pasó fue esto. Habiéndoles sido negado el lugar donde se proponían originalmente hacer el festival en la granja de Bob Dylan, en Woodstock (Nueva York), los empresarios se lanzaron desesperadamente a buscar un nuevo emplazamiento, un sitio que pudiera acoger a una multitud de 100,000 jóvenes y que demostrara ser seguro contra los que intentaran colarse de gorra. La venta de las entradas por adelantado no había sido suficientemente efectiva para garantizar la realización del festival. Necesitaban dinero para construir la puerta. Pero, evidentemente, tuvieron suerte, pues obtuvieron las dos cosas, un lugar nuevo y un contrato de seguridad, a través de una sola persona, Sam Yasgur, uno de los asistentes del abogado del distrito de la ciudad de Nueva York. Su padre, Max Yasgur, era propietario de una granja lechera en los Catskill; ochenta acres de su terreno que incluían un anfiteatro natural y un estanque próximo, fueron ofrecidos a la firma Woodstock Ventures a un precio razonable. Y como cláusula del contrato con Sam Yasgur, estaban los servicios de 300 policías neoyorquinos fuera de servicio que iban a hacer las veces de patrulla a sueldo para cuidar la entrada y los terrenos del festival. Pero esto último no se materializó. A última hora, el comisario de la policía de Nueva York, Howard Leary, prohibió a sus hombres que participaran. Y los policías se quedaron en casa.
Max y Miriam Yasgur
dueños de la granja
El primer día del festival en la granja de Max Yasgur se hizo alguna tentativa para recoger y vender las entradas —esto parecía justo solamente a quienes habían comprado su entrada por anticipado—, pero cuando llegó una facción de militantes y empezó a hacer ruidos amenazadores al otro lado de la puerta, los patrocinadores comprendieron en seguida lo difícil de su situación. Los militantes comenzaron a recorrer la cerca eslabonada, erigida para no dejar pasar a los que querían colarse. No había guardias de seguridad, solo los miembros de la comuna Hog Farm, cuya ocupación era mantener el tráfico en movimiento. En todo caso, el jefe de la comuna, Hugh Romney (ex poeta beat y ex Alegre Bromista), estaba fundamentalmente de acuerdo con los que querían liberar el festival. De modo que actuando según el principio de que si no puedes contra tu enemigo, únete a él, los patrocinadores de Woodstock abrieron la puerta de par en par e hicieron el festival gratis para todo el mundo (claro, salvo para los que tuvieron la mala suerte de comprar las entradas por adelantado).
Cuando llegué a Woodstock, el viernes por la noche de ese fin de semana de agosto, ya habían derribado la cerca, las estacas estaban dobladas hacia el suelo y la pesada cadena temblaba y se agitaba peligrosamente a medida que la multitud saltaba sobre ella. Había lloviznado sin parar durante todo el trayecto que hice por las carreteras secundarias de Nueva Jersey y Pensilvania, y aunque en Bethel no había llovido todavía, una mirada al cielo me confirmó que no tardaría en hacerlo.
Lluvia en pleno festival
La lluvia empezó a caer, primero como llovizna y luego se intensificó durante la intervención de Ravi Shankar, incluso a medida que los intrincados ritmos de virtuoso del sitar hindú aumentaban su tempo. Amainó un poco y de nuevo empezó a caer violentamente cuando tocaba Arlo Guthrie, y yo, como muchos otros, corrí a buscar un refugio. Ya había tenido bastante por una noche, pero al dirigirme a buscar una habitación en el motel próximo, pensé cuánto tiempo duraría. ¿Cómo sería el día siguiente? Me dije que si la lluvia continuaba toda lo noche, tendría la excusa que necesitaban para clausurar ese festival «libre».
La lluvia continuó, pero ni se habló de cancelar los otros tres días del evento. Y lo que vi al día siguiente, después de casi una noche de lluvia, era un campo de batalla. Me detuve en la colina de la finca, más o menos en el mismo sitio donde había estado la noche anterior, y contemplé los ejércitos que pasaban. Los que habían desafiado a los elementos en el coto del festival, estaban saliendo en dirección a la carretera y al pueblo de Bethel con la esperanza de conseguir alimentos y agua fresca, porque ése no era sino el comienzo del segundo día de Woodstock y ya empezaban a agotarse sus provisiones. En dirección contraria venía una fila larga que parecía estar compuesta, en partes iguales, por los que habían hecho la travesía durante la noche. En ese momento debía de haber unos 250,000 asistentes. Estuvieron llegando durante todo el día, hasta que el sábado por la tarde el lugar estaba colmado. Las estimaciones sobre el número de la muchedumbre difieren mucho, desde luego, pero debió de haber alcanzado más o menos los 400,000 que afirmaban ese fin de semana. O, como dijo alguien en ese momento por los altavoces: «Bienvenidos a la tercera gran ciudad del estado de Nueva York. Y la única ciudad libre».

Pero parecía un campo de batalla. Había barro por todas partes. Un barro viscoso, pardo, semejante al estiércol, parecía cubrirlo todo en capas. La colina donde me encontraba estaba llena de desperdicios, y el agua formaba charcos marrones en cada depresión o concavidad a la vista. El anfiteatro natural, del cual los empresarios de Woodstock se habían sentido orgullosos, era ahora un sumidero. Un hedor intenso, compuesto por las exhalaciones de las basuras, los excrementos y la humedad rural, envolvía y aumentaba la temperatura con el transcurso de la mañana, la humedad empezó a levantarse de la tierra impregnada por la lluvia y quedando suspendida como un vapor de miasma sobre el relumbrante paisaje de Catskill.
Show me the way
Tardé más o menos una hora en recorrer los ocho kilómetros hasta los terrenos del festival. Después de estacionar el coche frente a la oficina principal, localice a Sam Yasgur que había venido al evento y ayudaba lo mejor que podía. Me dijo que todo habría resultado estupendo si el comisario Leary no hubiera retirado a la policía. Su padre también había venido, pero en ese momento estaba muy ocupado. Sam tenía grandes ojeras y necesitaba afeitarse. Estaba gritando por teléfono que necesitaba gasolina para las ambulancias aunque tuvieran que traérsela por helicóptero, y al mismo tiempo negaba con la cabeza que no, no podía hablar conmigo en ese instante, que volviera más tarde y podría hablar con él. Al salir me dijo que su padre se había implicado tanto en las preparaciones del festival que llevaba varios días sin dormir.
Y después de eso me incorporé a la larga columna de caminantes que pasaba frente a la oficina de Yasgur, en dirección a la carretera 17 B. Había automóviles estacionados a ambos lados de la calzada, y, a pesar de los esfuerzos de la policía montada del estado de Nueva York para mantener los canales del centro libres al tráfico que continuaba circulando, las filas de jóvenes obstruían la carretera.
Parecían refugiados. Y aunque había desde los escamosos hippies hasta tipos pulcros, incluyendo a los veteranos empapados de la noche del viernes tanto como los recién llegados, todos parecían constreñidos y tranquilos al continuar avanzando con la misma actitud sonámbula. En su mayor parte, formaban parejas o tríos, pero parecían tener muy poco de que hablar.
—¡Por favor, Dios, no más lluvia! —gritó alguien desde la orilla de la carretera, sin dirigirse a nadie en particular.
 Y luego, nada durante varios minutos a medida que avanzaban en filas; nada, salvo el arañar de una guitarra y los ruidos de los que despertaban en las tiendas levantadas en los campos cercanos.
Detrás de mí un joven dijo:
—¿Viste a ese tipo que anoche corrió como un loco entre la multitud?
Y otro respondió:
—Sí, pero peor fue el que sacaron tieso. Oye, ése parecía una tabla.
Y luego, el silencio, largos tramos silenciosos a medida que la columna continuaba avanzando. Había jóvenes madres que llevaban a sus bebés atados con cabestrillos a la espalda. Había un joven con muletas que cojeaba valientemente al tratar de mantener el paso de los caminantes. Y al doblar la carretera hacia el camino de los terrenos del festival, vi incluso a un chico ciego que era conducido por una chica en la fila que se dirigía al pueblo. El cojo, el loco, el ciego, todos habían venido. Sin embargo, faltaba algo. Me sentí preocupado por esa idea, incapaz de buenas a primeras de saber qué era lo que faltaba.
Y no fue hasta que me detuve en la cima de la colina, mirando las dos columnas que pasaban sobre lo que había sido la puerta que se me ocurrió que lo que eso era parecía ahí fuera de lugar. Todo estaba demasiado tranquilo. Ese era el problema. Sí, y era el silencio en la carretera lo que me había molestado durante la larga caminata. Muchos de los que marchaban junto a mí eran recién llegados y estaban al menos tan frescos como yo. No parecían físicamente cansados porque caminaban con buen paso, pero había una cierta lasitud en sus ademanes que los hacía parecer alegremente abatidos. Parecía faltarles la energía y la tendencia a comunicarse con los otros. Todos, en mayor o menor grado, se mostraban distantes.
Y el extraño silencio persistió durante el largo fin de semana de Woodstock, otorgándole una especie de carácter contenido a lo que debió de parecer, a quienes leían los diarios y veían la televisión, una orgía desenfrenada y primitiva. No hubo nada de ese estilo. Desde luego, aplaudieron y ovacionaron a los Sly, a los Rolling Stones (SIC), a los Who y a los Jefferson Airplane (entre otros), pero todo eso parecía más bien tener algo que ver con la psicología de masas, la liberación de tensiones, y así sucesivamente, que con la verdadera apreciación de la música. Entre la mejor música de todo el festival estuvo la que tocó Santana, el grupo latino de rock de San Francisco, el sábado por la tarde, pero ésta solo recibió aplausos dispersos. Lo que faltaba, pues, era la sensación de intercambio abierto entre extraños, entre los jóvenes que se reunían y disfrutaban su tiempo. Y eso era lo que se esperaba de Woodstock, ¿no es cierto?

Vamos hombre,
sonríele a tu hermano.
Que todos se reúnan,
se traten y se amen ahora mismo.

Pero aunque parezca extraño, no hubo muchas sonrisas fraternales a la vista, ni las payasadas bonachonas que parecían caracterizar la conducta de los jóvenes de esa misma edad cuando se reunían diez, quince o veinte años antes. Para alguien de mi edad, un miembro de la así llamada «generación muda», constituía una ironía peculiar encontrarse entre esta vasta multitud de jóvenes, rodeado de semejante silencio. ¿Dónde —me pregunté— están los sonidos de la alegría?

—Pero si no eran particularmente expansivos hacia los otros, tampoco se mostraban hostiles. Por eso, desde luego, hubieran merecido que se los pusiera por las nubes. No obstante, habían surgido algunas protestas. La población de Bethel dijo que la razón por la que hubo pocos conflictos fue que ellos no ofrecieron a los jóvenes ninguna resistencia, y que si la policía hubiera intervenido probablemente hubiera habido mucha violencia. Tal vez. Pero la policía montada del estado de Nueva York, la policía del condado de Sullivan y otro cuerpo policial parecían tener la situación de Bethel y de la carretera bajo estricto control. No hicieron el menor esfuerzo por extender su jurisdicción hasta los terrenos del festival. Esto pudo ser el resultado de un acuerdo previo con la empresa de Woodstock, porque no se olviden de que iban a contar con 300 policías fuera de servicio para mantener el orden. En todo caso, los policías se mantuvieron al margen. Los que estaban más cerca eran la unidad móvil del condado de Deuchess, a unos cincuenta metros de la puerta del festival.

Lo que había dentro era droga. Desde luego, éste fue el aspecto de Woodstock que atrajo más la atención de la prensa. Es cierto que la marihuana se fumó abiertamente y que a veces su olor fuerte y acre parecía como una niebla suspendida en el aire. Es cierto también —a juzgar por la cantidad (800) de malos viajes que trataron el doctor William Abruzzi y el grupo de médicos de Woodstock— que los jóvenes del festival consumieron mucho ácido, anfetaminas y combinaciones psicodélicas. Como resultado de eso, algunos llegaron a creer que el motivo por el cual Woodstock había estado tan tranquilo y pacífico era simplemente porque la multitud estaba tan narcotizada por las drogas que era incapaz de emitir algo más que un gemido ocasional. Y si esta impresión puede encajar perfectamente en mi definición del rock como culto religioso, cuyo sacramento es el consumo de drogas, no coincide lo suficiente con lo que vi allí. Pues basándome en lo que observé en esos tres días, yo diría que las estimaciones de la prensa, que elevó la proporción de los consumidores de drogas de uno u otro tipo a un 90 por ciento aproximadamente, fueron terriblemente exageradas. Claro, las drogas se conseguían, pero su precio era alto. No se olviden de que el fin de semana de Woodstock cayó exactamente en medio de la gran escasez de marihuana de 1969. Se dice que en el festival se vendió —y probablemente se fumó también— una buena cantidad de orégano. Una cantidad de ácido que se distribuyó resultó ser de calidad pésima. Una voz aconsejaba por los altavoces: «No toméis esas pastillas azules. Aquí está ocurriendo algo increíble y tenemos que obtener lo mejor. En vez de tomar ácido y viajar ahora, por qué no esperáis al próximo fin de semana para que aprovechéis verdaderamente lo que está sucediendo en este momento». Y no mucho después, alguien enseñaba al público ejercicios de respiración yoga para «hiperventilar». Y aunque nadie parece haberlo advertido, a juzgar por la cantidad de botellas vacías y los bebedores que vi, debieron de haber tantos chicos ebrios de vino como narcotizados con marihuana.

La verdad que se debe extraer entonces es que ese silencio de Woodstock no sólo fue producto del consumo de drogas. Hubo razones más profundas. Parece que brotó de la sensación de aislamiento que sienten muchos de la llamada «generación Woodstock». Parecía que una especie de separación, de soledad, los mantenía alejados de sus compañeros. Quizá es por eso por lo que les gusta tanto reunirse. Es así, al parecer, como se sienten más completos: cuando se ven rodeados de otros como ellos, sumergidos en la multitud, perdidos en la muchedumbre.

¿Constituye eso una experiencia religiosa? Para algunos, sí. Envuelvan toda esa agrupación con brillantes cintas de rock, átenla fuertemente con promesas de que lo que está sucediendo aquí y ahora no ha sucedido nunca —que es el comienzo de la nueva vida, de la devoción— y de allí pasarán a la visión beatífica. Para algunos. Para otros nada de eso importaba tanto como las condiciones miserables que se vieron forzados a soportar durante ese fin de semana y la música que no escucharon tan bien como esperaban. Hacia el final del weekend hablé con muchos que se sentían profundamente decepcionados por lo que habían experimentado. Pero el mito que surgió de allí era puro culto, y quizá a muchos de los que fueron desengañados por la realidad de Woodstock, los ganó fácilmente el mito: el sentimiento de orgullo de haber tomado parte en algo tan grande (como todo el mundo lo decía), tan importante. Y en cuanto a los que no asistieron —los miembros del culto del rock que por una u otra razón no pudieron hacer acto de presencia en Bethel— no hay duda de que consideraban Woodstock como una experiencia de naturaleza esencialmente religiosa. Un año después del acontecimiento, el escritor Michael Putney, del National Observer, fue a ver el sitio del festival y se encontró con peregrinos procedentes incluso de California para visitar su santuario. Uno de ellos se puso lloroso y nostálgico (aunque era la primera vez que le ocurría) y contemplando el campo de alfalfa de Max Yasgur dijo en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular:

—¿Sabes?, todavía puedo captar algunas de las buenas vibraciones del festival.

El domingo también llovió. Y yo, habiendo dormido apenas unas pocas horas esa mañana, me rendí vergonzosamente. Me empapé con la punzante lluvia que cayó ya avanzada la tarde. Y cuando la música empezó de nuevo, encontré que no había un solo lugar para sentarse, salvo en el barro, ningún lugar seco mientras resbalaba y me salpicaba buscando dónde colarme. A pesar de que la música había empezado de nuevo a sonar y continuaría, decidí marcharme…”

- LibroLa generación beat - Crónica del movimiento que agitó la cultura y el arte contemporáneo”: Bruce Cook. Traducción de Esdrás Parra. Ariel Letras. España - Barcelona. Primera edición, octubre 2011. De venta en Crisol Libros y más. C.C. Real Plaza Centro Cívico. Av. Garcilazo de la vega 1337, Tda. 100, Lima, Perú.


Notas:
- “El Festival de música y arte de Woodstock, la exposición acuariana de tres días del lago White de Bethel, Nueva York, les ofrecerá días de paz y música sin complicaciones ni prisas…” se anunciaba por la radio publicitando lo que sería un festival musical caótico.

- Si Woodstock fue la manifestación apoteósica de la cultura hippie, el Gathering of the Tribes for a Human Be-In, fue la primera concentración masiva de miembros de esta cultura. Conocido tan solo como Human Be-In, la Reunión de las tribus por la humanidad se realizó en el Golden Gate Park de San Francisco el día 14 de enero de 1967, y algunos lo consideran el acto inaugural del Verano del Amor. Se trató de una suerte de ritual de iniciación espiritual (de tradición hindú) dirigido por los poetas beat Allen Ginsberg y Gary Snyder, y con la participación del gurú del ácido lisérgico Timothy Leary. La concentración se dio inicio con un canto de Sutra y los jóvenes en forma ordenada caminado en círculo para alejar las malas influencias y dejar despejado el campo para los actos artísticos a llevarse a cabo por la noche. Las malas influencias que se pretendían alejar no era otra cosa que la policía.

La música estuvo a cargo de bandas de la ciudad como The Grateful Dead, Moby Grape, Jefferson Airplane, Santana Band, Country Joe and the Fish, Big Brother and the Holding Company y otros.

Se calcula que asistieron cerca de 20,000 personas.

Libro de Bruce Cook
- Ese mismo año, los días 10 y 11 de junio, se efectuó el Fantasy Fair & Magic Mountain Music Festival, organizado por la radio de San Francisco KFRC, a dos dólares la entrada por día. Este festival también se desarrolló al aire libre en Marin County, a tan solo una semana del Festival Pop de Monterey cuya trascendencia lo desplazó de la memoria histórica.

Participaron bandas angelinas como Captain Beefheart, The Byrds, Canned Heat, Country Joe.

Se estima que acudieron cerca de 35,000 personas.

- En 1968, Michael Lang -uno de los responsables de Woodstock- desarrolló el Miami Pop Festival con Jimmy Hendrix, Frank Zappa & Mothers Of Invention, Chuck Berry, The Crazy World of the Arthur Brown. A finales de ese mismo año se desarrolló el Miami Pop Festival II, con Grateful Dead, Marvin Gaye, The Turtles, Procol Harum, José Feliciano, Steppenwolf, Flewood Mac, entre otros.

El promedio de participantes en cada uno fue de 100,000 espectadores.

- Para conmemorar los primeros 10 años del festival de Woodstock, en 1979 se llevaron a cabo diversos actos musicales en la ciudad de Nueva York, presentando a algunos de los artistas y bandas que estuvieron presentes en aquella ocasión, lo que desdibujó la celebración puesto que dichos actos se hicieron competencia.

En 1994, con ocasión de los 25 años, también ocurrió lo mismo. La Pepsi, organizó uno en Wiston Farm. Queriéndole dar un sentido de diversión familiar se pusieron en marcha una serie de restricciones, como la prohibición de expendio y consumo de bebidas alcohólicas,  prohibición de instalaciones de tiendas, dentro o fuera del recinto. Allí actuaron Aerosmith, The Allman Brothers, Metallica, The Cramberries, Green day Bob Dylan, Joe Cocker, Country Joe McDonald, Crosby, Stills and Nash, entre otros.

En Bethel, Nueva York, lugar del original Woodstock, se desarrolló “The Real Woodstock Festival” con la participación de Allen Ginsberg como maestro de ceremonias.

Woodstock 99
En 1999, al cumplirse los 30 años, en Rome, Nueva York, la celebración tuvo un tinte netamente comercial. Los organizadores rebuscaron todas las formas de sacarle dinero al público asistente, sin poner siquiera un poco de cuidado en las instalaciones sanitarias que no pudieron resistir a más de 250,000 personas necesitadas de ellas. El control pronto se perdió y el consumo de drogas  duras enloqueció a una muchedumbre que comenzó a prender fuego a todo cuanto estaba a su alcance. Varios camiones de suministro de gas volaron por los aires causando pánico. Algunos manifestaron su fastidio por lo elevado de los precios de la comida y bebidas quemando parte del escenario y algunas torres de altavoces o volcando vehículos particulares.

Estuvieron presentes, The Chemical Brothers, Fatboy Slim, Ice Cube, Lipm Bizkit KLive, Metallica, Alanis Morrisette, Red Hot Chili Pappers, Offspring, Jamiroquai, Kid Rock, Megadeth y muchos más.

Mountain
- Mountain, la banda neoyorquina de blues y hard rock conformada por Leslie West (guitarra y voz), Felix Pappalardi (bajo y voz), Steve Knigth (teclados) y N.D. Smart (batería), apareció en el escenario del festival de Woodstock al anochecer del día sábado 16, precedido de la banda de Los Angeles, California, Canned Heat.

La presentación de Mountain no fue registrada inicialmente en la película,  esto ocurre recién con los cortes agregados en el DVD de 2009.

Ten Years After hizo su aparición en el escenario al promediar las nueve de la noche del día domingo 17, concluyendo su actuación -con I'm Going Home- a las diez con treinta minutos.

Ten Year After
El representante de Jimmy Hendrix insistió que éste fuera la atracción principal del festival y como tal le correspondiera cerrarlo sin calcular que dicho cierre sería cerca de las ocho con treinta de la mañana del día lunes 18 de agosto de 1969, hora en la que el grueso de los espectadores ya se habían marchado para ir a trabajar (el éxodo comenzó en horas de la madrugada cuando estaban tocando Crosby, Stills, Nash & Young). Para el momento en que Hendrix tocó solo quedaban cerca de 30,000 personas de las 400,000 que participaron en el concierto.

Hendrix
- Aquarius Let The Sunshine In, ambos temas son del musical Hair, escritas porJames RadoGerome Ragni, y Galt MacDermot, lanzados al mercado por el grupo mixto The 5th Dimensión en el año de 1969, alcanzando el N° 1 de la revista Billboard por seis semanas y mereciendo un disco de platino. Según la misma revista, ocupa el puesto N° 57 dentro de las mejores canciones de todos los tiempos. The 5th Dimension logró  por éste tema ser considerado el mejor grupo vocal en 1970 obteniendo un Grammy. Este tena fue el fondo musical de la publicidad del festival de Woodstock.

- El enorme campo que alguna vez perteneciera a Max Yasgur, fue vendido en partes. El área donde se encontraba el anfiteatro natural, donde se levantó el escenario principal del Festival de Woodstock, fue vendida a Alan Gerry, empresario de televisión por cable estadounidense que construyó, en dicho lugar, un auditorio para 4,800 personas.

Soundtrack:
Woodstock
Crosby, Stills, Nash & Young
(Déjà Vu)
1970

Voo Doo Chile (Slight Return)/Stepping Stone
Jimmy Hendrix
(Woodstock three days of peace and music-Twenty-fifth anniversary collection - CD 4)
1994

Blood Of The Sun
 Mountain
 (Woodstock three days of peace and music-Twenty-fifth anniversary collection - CD 1)
1994

I'm Going Home
Ten Years After
(Woodstock three days of peace and music-Twenty-fifth anniversary collection - CD 3)
1994


Me encontré con un hijo de Dios
Estaba caminando por la carretera
Y yo le pregunté, '¿A dónde vas?'
Y me dijo ...

Me voy de abajo a la granja de Yasgur,
Voy a participar en una banda de rock and roll.
Voy a acampar en la tierra.
Voy a hacer que mi alma sea libre.

Somos polvo de estrellas.
Somos de oro.
Y tenemos que meternos de nuevo al jardín.

Entonces puedo caminar a tu lado?
He venido aquí a perder el smog,
Y me siento como una pieza en medio de algo.

Bueno, tal vez es sólo la época del año,
O tal vez es el tiempo del hombre.
No sé quién soy,
Pero sabemos que la vida es para aprender.

Somos polvo de estrellas.
Somos de oro.
Y tenemos que meternos de nuevo al jardín.

En el momento en que llegamos a Woodstock,
Estábamos medio millón de hombres
Y en todas partes hubo canto y la celebración.

Y soñé que veía a los terroristas
Escopeta en el cielo,
Y ellos se convertían en mariposas
Por encima de nuestra nación.

Somos polvo de estrellas.
Mil millones de años de carbono de edad.
Somos de oro ..
Atrapados en el pacto con el diablo
Y tenemos que meternos de nuevo al jardín.

(Para una apariencia de un jardín.)
-Woodstock, Joni Mitchell-

Introducción, notas y compilación musical:
MAX MARRUFFO S.