Cook, a diferencia de Wadleigh, describe la situación en que se desarrolló el evento
desde la perspectiva de un periodista que estuvo presente en lugar, una
perspectiva muy distinta que sirve para conocer y entender lo que ocurrió
verdaderamente entre los días 15, 16, 17 (y 18) de agosto de 1969. Si “crear mitos es el trabajo de un director de
cine”, informar objetiva y desapasionadamente constituye el deber de un
hombre de prensa, nos asegura.
Para Cook, Woodstock o el
festival que se ve en la película, nunca ocurrió y por ello fracasó todo nuevo
intento de volver a repetir algo similar en los siguientes años (y luego de
leer el capítulo mencionado entendemos el por qué constituyó una farsa el
festival de Woodstock de 1999 que terminó con un desmadre bárbaro).
El mito de Woodstock fue inicialmente generado por los periódicos y
revistas de la época y Wadleigh lo amplió en su película “maquillando” todas aquellas
incomodidades a las que fueron obligados a pasar los jóvenes concurrentes para mostrarlo como el nacimiento de una nueva
forma de vida, una nueva nación -la
nación Woodstock- surgida de la lluvia y del barro, cuando en realidad se trató
de una empresa con afán de lucro que para sus organizadores hizo agua pero que
trascendió y alcanzó un significado tan solo por el deseo sincero de esos miles
de jóvenes de reunirse alrededor de la música para hacer llevadera su soledad.
Post relacionado: A 42 AÑOS DEL LEGENDARIO FESTIVAL MUSICAL DE BETHEL - WHITE LAKE
“¿Qué clase de religión es ésa? La que ofrece el sacrificio de la misa en forma de concierto, con la droga como sacramento y la música haciendo las veces de liturgia. Es una religión que promueve la salvación a través de la revolución y cuya ética consiste en un solo mandamiento: haz lo que quieras... Mesías, chamanes y profetas, los tienen en abundancia, la mayoría de ellos ejecutantes (sacerdotes del rito). En ese contexto, ser cantante o músico, aunque sea extraordinario, parece tener cada vez menos importancia. Lo que cuenta es encarnar y vomitar las virtudes justas: la rebeldía, la liberación moral y el desprecio por la autoridad. Como consecuencia, algunos de los mejores ejecutantes le han dado la espalda a la música para convertirse en cómplices de la revolución. Incluso los que no tienen nada que ver con la música pueden aspirar a la canonización del culto si poseen las virtudes mágicas en abundancia. De este modo, Charles Manson ha sido exaltado como una especie de mesías en amplios reportajes de dos publicaciones rock: Fusion y Rolling Stone.
“¿Qué clase de religión es ésa? La que ofrece el sacrificio de la misa en forma de concierto, con la droga como sacramento y la música haciendo las veces de liturgia. Es una religión que promueve la salvación a través de la revolución y cuya ética consiste en un solo mandamiento: haz lo que quieras... Mesías, chamanes y profetas, los tienen en abundancia, la mayoría de ellos ejecutantes (sacerdotes del rito). En ese contexto, ser cantante o músico, aunque sea extraordinario, parece tener cada vez menos importancia. Lo que cuenta es encarnar y vomitar las virtudes justas: la rebeldía, la liberación moral y el desprecio por la autoridad. Como consecuencia, algunos de los mejores ejecutantes le han dado la espalda a la música para convertirse en cómplices de la revolución. Incluso los que no tienen nada que ver con la música pueden aspirar a la canonización del culto si poseen las virtudes mágicas en abundancia. De este modo, Charles Manson ha sido exaltado como una especie de mesías en amplios reportajes de dos publicaciones rock: Fusion y Rolling Stone.
Lo que la congregación extrae de todo esto no es sólo la excitación producida
por el momento y la música, ni tampoco la experiencia mística fácil e ilusoria
que ofrecen las drogas, sino algo mucho más importante: una sensación de
identidad de grupo. La verdadera alegría de todo esto viene del acto de
reunirse con otros iguales a ellos y comprometerse en algo trascendental. Reunirse: esta palabra se ha convertido
últimamente en un santo y seña, un vocablo de aprobación entusiasta e
indiscriminada. ¿Es una reunión? Entonces, magnífico. ¿Sabe él lo que pasa? ¿Ha
hecho un buen contacto? Entonces es el tipo para la reunión. Es una formulación
extraña, ¿verdad? La idea tácita parece ser la de que la simple reunión —parte
con parte, cuerpo con cuerpo— es en sí misma un bien absoluto. Pero ¿estar
juntos para qué? ¿Reunirse con qué sentido?
Como consecuencia de esto —la popularidad alcanzada por el rock, sus
características de culto religioso recientemente adquiridas y el nuevo placer
desesperado de la generación por las reuniones—, los tres días de fango, drogas
y música que se llamó Woodstock tenían que suceder: Se produjo como resultado
lógico de todas las asambleas de amor, festivales y convocaciones tribales que
los precedieron. Pero fue mucho más que eso, porque le dio a la generación
entera no tanto una sensación de saber quiénes eran, sino (mucho más
importante) qué les gustaría ser. La realidad de Woodstock importó mucho menos
para todos —incluso, quizá para los que asistieron— que su símbolo. Era el
primer Congreso Eucarístico de la nueva religión rock.
Esto merece mayor atención. Porque apenas un año después del
acontecimiento, cuando la cantidad de tentativas hechas en el intervalo para
repetirlo había terminado en fracasos espectaculares y tristes descalabros, la
gente estaba perpleja ante los motivos y, los periodistas, como siempre,
buscaban explicaciones. ¿Por qué no se podía repetir el acto de Woodstock? La
razón, que sólo la murmuraban algunos, era una verdad suficientemente simple
pero, como muchas verdades, un poco desagradable de enfrentar. Simplemente, era
que Woodstock no se podía repetir porque nunca había ocurrido. Había sido un
mito.
La realidad de Woodstock tenía poco que ver con la gloriosa Exposición
Acuaria que describieron vivamente las revistas y los periódicos en ese
momento. E incluso tenía mucho menos que ver con Woodstock, la película de Michael Wadleigh, de donde todos los
jóvenes, salvo los 400,000 que asistieron, extrajeron sus impresiones. La
diferencia se debe a las limitaciones de los reportajes. Porque lo mejor que un
escritor sincero puede esperar de sí es comunicar la forma general de cualquier
acontecimiento. Éste toma lo que considera sobresaliente y desdeña (a veces
ignora) el resto. En muchas circunstancias, esto sólo es suficiente. Pues
cuando un acontecimiento ha adquirido vida a posteriori, como es el caso de
Woodstock, el escritor puede a veces ver el contorno que ha ayudado a esbozar,
coloreado y embellecido más allá del reconocimiento. Entonces empieza a desear
haber incluido unos detalles más del género que en ese momento no parecía ajustarse
al cuadro general del relato. Empieza a desear haber contado con suficiente
tiempo y oportunidad para haberse sentado a rumiar un poco el significado de
todo aquello en vez de transmitir apresuradamente sus impresiones. Y luego lo
invadirá un deseo terrible de restaurar el equilibrio, introducir de algún modo
nuevas evidencias sin que su primer testimonio se resienta. Ésta es la razón
por la cual la mayoría de las evaluaciones de Woodstock han tenido un tono un
poco más negativo que su descripción original.
Afiche original de la pelìcula |
¿Qué clase de segundos pensamientos? En primer lugar, se ha especulado
mucho sobre el hecho de que Woodstock fue gratis para los que asistieron. La
impresión que parece haber ganado popularidad es que ese maravilloso espectáculo
de un largo fin de semana lo ofrecieron los productores y ejecutantes que
aparecieron en escena como un obsequio de amor a los 400,000 mil jóvenes asistentes.
Parece ser que la única esperanza de compensación que tenían por su acto
generoso era el dinero que podían ganar con el film y el álbum de discos que
grabarían con la banda sonora. De modo que ir a ver la película y comprar el
álbum se convirtieron en acciones de caridad.
Pero lo que pasó fue esto. Habiéndoles sido negado el lugar donde se
proponían originalmente hacer el festival en la granja de Bob Dylan, en
Woodstock (Nueva York), los empresarios se lanzaron desesperadamente a buscar
un nuevo emplazamiento, un sitio que pudiera acoger a una multitud de 100,000
jóvenes y que demostrara ser seguro contra los que intentaran colarse de gorra.
La venta de las entradas por adelantado no había sido suficientemente efectiva
para garantizar la realización del festival. Necesitaban dinero para construir
la puerta. Pero, evidentemente, tuvieron suerte, pues obtuvieron las dos cosas,
un lugar nuevo y un contrato de seguridad, a través de una sola persona, Sam
Yasgur, uno de los asistentes del abogado del distrito de la ciudad de Nueva
York. Su padre, Max Yasgur, era propietario de una granja lechera en los
Catskill; ochenta acres de su terreno que incluían un anfiteatro natural y un
estanque próximo, fueron ofrecidos a la firma Woodstock Ventures a un precio
razonable. Y como cláusula del contrato con Sam Yasgur, estaban los servicios
de 300 policías neoyorquinos fuera de servicio que iban a hacer las veces de
patrulla a sueldo para cuidar la entrada y los terrenos del festival. Pero esto
último no se materializó. A última hora, el comisario de la policía de Nueva
York, Howard Leary, prohibió a sus hombres que participaran. Y los policías se
quedaron en casa.
Max y Miriam Yasgur dueños de la granja |
Cuando llegué a Woodstock, el viernes por la noche de ese fin de semana
de agosto, ya habían derribado la cerca, las estacas estaban dobladas hacia el
suelo y la pesada cadena temblaba y se agitaba peligrosamente a medida que la
multitud saltaba sobre ella. Había lloviznado sin parar durante todo el
trayecto que hice por las carreteras secundarias de Nueva Jersey y Pensilvania,
y aunque en Bethel no había llovido todavía, una mirada al cielo me confirmó
que no tardaría en hacerlo.
Lluvia en pleno festival |
La lluvia continuó, pero ni se habló de cancelar los otros tres días del
evento. Y lo que vi al día siguiente, después de casi una noche de lluvia, era
un campo de batalla. Me detuve en la colina de la finca, más o menos en el
mismo sitio donde había estado la noche anterior, y contemplé los ejércitos que
pasaban. Los que habían desafiado a los elementos en el coto del festival,
estaban saliendo en dirección a la carretera y al pueblo de Bethel con la
esperanza de conseguir alimentos y agua fresca, porque ése no era sino el
comienzo del segundo día de Woodstock y ya empezaban a agotarse sus
provisiones. En dirección contraria venía una fila larga que parecía estar
compuesta, en partes iguales, por los que habían hecho la travesía durante la
noche. En ese momento debía de haber unos 250,000 asistentes. Estuvieron llegando
durante todo el día, hasta que el sábado por la tarde el lugar estaba colmado.
Las estimaciones sobre el número de la muchedumbre difieren mucho, desde luego,
pero debió de haber alcanzado más o menos los 400,000 que afirmaban ese fin de
semana. O, como dijo alguien en ese momento por los altavoces: «Bienvenidos a la tercera gran ciudad del estado
de Nueva York. Y la única ciudad libre».
Show me the way |
Y después de eso me incorporé a la larga columna de caminantes que
pasaba frente a la oficina de Yasgur, en dirección a la carretera 17 B. Había
automóviles estacionados a ambos lados de la calzada, y, a pesar de los
esfuerzos de la policía montada del estado de Nueva York para mantener los
canales del centro libres al tráfico que continuaba circulando, las filas de
jóvenes obstruían la carretera.
Parecían refugiados. Y aunque había desde los escamosos hippies hasta
tipos pulcros, incluyendo a los veteranos empapados de la noche del viernes
tanto como los recién llegados, todos parecían constreñidos y tranquilos al
continuar avanzando con la misma actitud sonámbula. En su mayor parte, formaban
parejas o tríos, pero parecían tener muy poco de que hablar.
—¡Por favor, Dios, no más lluvia! —gritó alguien desde la orilla de la
carretera, sin dirigirse a nadie en particular.
Y luego, nada durante varios
minutos a medida que avanzaban en filas; nada, salvo el arañar de una guitarra
y los ruidos de los que despertaban en las tiendas levantadas en los campos
cercanos.
Detrás de mí un joven dijo:
—¿Viste a ese tipo que anoche corrió como un loco entre la multitud?
Y otro respondió:
—Sí, pero peor fue el que sacaron tieso. Oye, ése parecía una tabla.
Y luego, el silencio, largos tramos silenciosos a medida que la columna
continuaba avanzando. Había jóvenes madres que llevaban a sus bebés atados con
cabestrillos a la espalda. Había un joven con muletas que cojeaba valientemente
al tratar de mantener el paso de los caminantes. Y al doblar la carretera hacia
el camino de los terrenos del festival, vi incluso a un chico ciego que era
conducido por una chica en la fila que se dirigía al pueblo. El cojo, el loco,
el ciego, todos habían venido. Sin embargo, faltaba algo. Me sentí preocupado
por esa idea, incapaz de buenas a primeras de saber qué era lo que faltaba.
Y no fue hasta que me detuve en la cima de la colina, mirando las dos
columnas que pasaban sobre lo que había sido la puerta que se me ocurrió que lo
que eso era parecía ahí fuera de lugar. Todo estaba demasiado tranquilo. Ese
era el problema. Sí, y era el silencio en la carretera lo que me había
molestado durante la larga caminata. Muchos de los que marchaban junto a mí
eran recién llegados y estaban al menos tan frescos como yo. No parecían
físicamente cansados porque caminaban con buen paso, pero había una cierta
lasitud en sus ademanes que los hacía parecer alegremente abatidos. Parecía
faltarles la energía y la tendencia a comunicarse con los otros. Todos, en
mayor o menor grado, se mostraban distantes.
Y el extraño silencio persistió durante el largo fin de semana de
Woodstock, otorgándole una especie de carácter contenido a lo que debió de
parecer, a quienes leían los diarios y veían la televisión, una orgía
desenfrenada y primitiva. No hubo nada de ese estilo. Desde luego, aplaudieron
y ovacionaron a los Sly, a los Rolling Stones (SIC), a los Who y a los Jefferson
Airplane (entre otros), pero todo eso parecía más bien tener algo que ver con
la psicología de masas, la liberación de tensiones, y así sucesivamente, que
con la verdadera apreciación de la música. Entre la mejor música de todo el festival
estuvo la que tocó Santana, el grupo latino de rock de San Francisco, el sábado
por la tarde, pero ésta solo recibió aplausos dispersos. Lo que faltaba, pues,
era la sensación de intercambio abierto entre extraños, entre los jóvenes que
se reunían y disfrutaban su tiempo. Y eso era lo que se esperaba de Woodstock,
¿no es cierto?
Vamos hombre,
sonríele a tu hermano.
Que todos se reúnan,
se traten y se amen ahora
mismo.
Pero
aunque parezca extraño, no hubo muchas sonrisas fraternales a la vista, ni las
payasadas bonachonas que parecían caracterizar la conducta de los jóvenes de
esa misma edad cuando se reunían diez, quince o veinte años antes. Para alguien
de mi edad, un miembro de la así llamada «generación muda», constituía
una ironía peculiar encontrarse entre esta vasta multitud de jóvenes, rodeado
de semejante silencio. ¿Dónde —me pregunté— están los sonidos de la alegría?
Lo
que había dentro era droga. Desde luego, éste fue el aspecto de Woodstock que
atrajo más la atención de la prensa. Es cierto que la marihuana se fumó
abiertamente y que a veces su olor fuerte y acre parecía como una niebla
suspendida en el aire. Es cierto también —a juzgar por la cantidad (800) de
malos viajes que trataron el doctor William Abruzzi y el grupo de médicos de
Woodstock— que los jóvenes del festival consumieron mucho ácido, anfetaminas y
combinaciones psicodélicas. Como resultado de eso, algunos llegaron a creer que
el motivo por el cual Woodstock había estado tan tranquilo y pacífico era
simplemente porque la multitud estaba tan narcotizada por las drogas que era
incapaz de emitir algo más que un gemido ocasional. Y si esta impresión puede
encajar perfectamente en mi definición del rock como culto religioso, cuyo
sacramento es el consumo de drogas, no coincide lo suficiente con lo que vi
allí. Pues basándome en lo que observé en esos tres días, yo diría que las estimaciones
de la prensa, que elevó la proporción de los consumidores de drogas de uno u
otro tipo a un 90 por ciento aproximadamente, fueron terriblemente exageradas.
Claro, las drogas se conseguían, pero su precio era alto. No se olviden de que
el fin de semana de Woodstock cayó exactamente en medio de la gran escasez de
marihuana de 1969. Se dice que en el festival se vendió —y probablemente se
fumó también— una buena cantidad de orégano. Una cantidad de ácido que se distribuyó
resultó ser de calidad pésima. Una voz aconsejaba por los altavoces: «No toméis esas pastillas azules. Aquí está
ocurriendo algo increíble y tenemos que obtener lo mejor. En vez de tomar ácido
y viajar ahora, por qué no esperáis al próximo fin de semana para que
aprovechéis verdaderamente lo que está sucediendo en este momento». Y no mucho después, alguien enseñaba al
público ejercicios de respiración yoga para «hiperventilar». Y aunque nadie parece
haberlo advertido, a juzgar por la cantidad de botellas vacías y los bebedores
que vi, debieron de haber tantos chicos ebrios de vino como narcotizados con
marihuana.
La
verdad que se debe extraer entonces es que ese silencio de Woodstock no sólo
fue producto del consumo de drogas. Hubo razones más profundas. Parece que
brotó de la sensación de aislamiento que sienten muchos de la llamada «generación Woodstock». Parecía que una especie de separación, de soledad, los mantenía
alejados de sus compañeros. Quizá es por eso por lo que les gusta tanto
reunirse. Es así, al parecer, como se sienten más completos: cuando se ven
rodeados de otros como ellos, sumergidos en la multitud, perdidos en la
muchedumbre.
¿Constituye
eso una experiencia religiosa? Para algunos, sí. Envuelvan toda esa agrupación
con brillantes cintas de rock, átenla fuertemente con promesas de que lo que
está sucediendo aquí y ahora no ha sucedido nunca —que es el comienzo de la
nueva vida, de la devoción— y de allí pasarán a la visión beatífica. Para
algunos. Para otros nada de eso importaba tanto como las condiciones miserables
que se vieron forzados a soportar durante ese fin de semana y la música que no
escucharon tan bien como esperaban. Hacia el final del weekend hablé con muchos que se sentían profundamente decepcionados
por lo que habían experimentado. Pero el mito que surgió de allí era puro
culto, y quizá a muchos de los que fueron desengañados por la realidad de
Woodstock, los ganó fácilmente el mito: el sentimiento de orgullo de haber
tomado parte en algo tan grande (como todo el mundo lo decía), tan importante.
Y en cuanto a los que no asistieron —los miembros del culto del rock que por
una u otra razón no pudieron hacer acto de presencia en Bethel— no hay duda de
que consideraban Woodstock como una experiencia de naturaleza esencialmente
religiosa. Un año después del acontecimiento, el escritor Michael Putney, del National Observer, fue a ver el sitio
del festival y se encontró con peregrinos procedentes incluso de California
para visitar su santuario. Uno de ellos se puso lloroso y nostálgico (aunque
era la primera vez que le ocurría) y contemplando el campo de alfalfa de Max
Yasgur dijo en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular:
El
domingo también llovió. Y yo, habiendo dormido apenas unas pocas horas esa
mañana, me rendí vergonzosamente. Me empapé con la punzante lluvia que cayó ya
avanzada la tarde. Y cuando la música empezó de nuevo, encontré que no había un
solo lugar para sentarse, salvo en el barro, ningún lugar seco mientras
resbalaba y me salpicaba buscando dónde colarme. A pesar de que la música había
empezado de nuevo a sonar y continuaría, decidí marcharme…”
- Libro “La
generación beat - Crónica del movimiento que agitó la cultura y el arte
contemporáneo”: Bruce Cook. Traducción de Esdrás Parra. Ariel
Letras. España - Barcelona. Primera edición, octubre
2011. De venta en Crisol Libros y más.
C.C. Real Plaza Centro Cívico. Av. Garcilazo de la vega 1337, Tda. 100, Lima,
Perú.
Notas:
- “El Festival de música y arte de
Woodstock, la exposición acuariana de tres días del lago White de Bethel, Nueva
York, les ofrecerá días de paz y música sin complicaciones ni prisas…” se
anunciaba por la radio publicitando lo que sería un festival musical caótico.
- Si Woodstock fue la manifestación apoteósica de la cultura hippie, el Gathering of the Tribes for a
Human Be-In, fue la primera concentración masiva de miembros de esta
cultura. Conocido tan solo como Human
Be-In, la Reunión de las tribus por la humanidad se realizó en el Golden Gate Park de San Francisco el
día 14 de enero de 1967, y algunos
lo consideran el acto inaugural del Verano
del Amor. Se trató de una suerte de ritual de iniciación espiritual (de
tradición hindú) dirigido por los poetas beat
Allen Ginsberg y Gary Snyder, y con la participación del
gurú del ácido lisérgico Timothy Leary. La concentración se dio
inicio con un canto de Sutra y los jóvenes en forma ordenada caminado en
círculo para alejar las malas influencias y dejar despejado el campo para los
actos artísticos a llevarse a cabo por la noche. Las malas influencias que se
pretendían alejar no era otra cosa que la policía.
La música estuvo a
cargo de bandas de la ciudad como The Grateful Dead, Moby Grape, Jefferson
Airplane, Santana Band, Country Joe and the Fish, Big Brother and the Holding
Company y otros.
Se calcula que asistieron cerca de 20,000 personas.
Libro de Bruce Cook |
Participaron bandas
angelinas como Captain Beefheart, The Byrds, Canned Heat, Country Joe.
Se estima que acudieron cerca de 35,000 personas.
- En 1968, Michael Lang -uno de los responsables
de Woodstock- desarrolló el Miami Pop Festival con Jimmy
Hendrix, Frank Zappa & Mothers Of Invention, Chuck Berry, The Crazy World
of the Arthur Brown. A finales de ese
mismo año se desarrolló el Miami Pop Festival II,
con Grateful Dead, Marvin Gaye, The Turtles, Procol Harum, José Feliciano,
Steppenwolf, Flewood Mac, entre otros.
El promedio de participantes en cada uno fue de
100,000 espectadores.
- Para conmemorar los primeros 10 años del festival de Woodstock, en 1979 se llevaron a cabo diversos actos musicales en la ciudad de
Nueva York, presentando a algunos de los artistas y bandas que estuvieron presentes
en aquella ocasión, lo que desdibujó la celebración puesto que dichos actos se
hicieron competencia.
En 1994,
con ocasión de los 25 años, también
ocurrió lo mismo. La Pepsi, organizó uno en Wiston Farm. Queriéndole dar un
sentido de diversión familiar se pusieron en marcha una serie de restricciones,
como la prohibición de expendio y consumo de bebidas alcohólicas, prohibición de instalaciones de tiendas,
dentro o fuera del recinto. Allí actuaron Aerosmith, The Allman Brothers,
Metallica, The Cramberries, Green day Bob Dylan, Joe Cocker, Country Joe
McDonald, Crosby, Stills and Nash, entre otros.
En Bethel, Nueva York, lugar del original Woodstock,
se desarrolló “The Real Woodstock
Festival” con la participación de Allen Ginsberg como maestro de ceremonias.
Woodstock 99 |
Estuvieron
presentes, The Chemical Brothers, Fatboy Slim, Ice Cube, Lipm Bizkit KLive,
Metallica, Alanis Morrisette, Red Hot Chili Pappers, Offspring, Jamiroquai, Kid
Rock, Megadeth y muchos más.
Mountain |
La presentación de Mountain no fue registrada inicialmente en la película, esto ocurre recién con los cortes agregados en el DVD de 2009.
Ten Years
After hizo su aparición en el
escenario al promediar las nueve de la noche del día domingo 17, concluyendo su
actuación -con I'm Going Home- a las
diez con treinta minutos.
Ten Year After |
Hendrix |
- El enorme campo que alguna vez perteneciera a Max Yasgur, fue vendido en partes. El
área donde se encontraba el anfiteatro natural, donde se levantó el escenario
principal del Festival de Woodstock, fue vendida a Alan Gerry, empresario de televisión por cable estadounidense que
construyó, en dicho lugar, un auditorio para 4,800 personas.
Soundtrack:
Woodstock
Crosby, Stills, Nash & Young
(Déjà Vu)
1970
Voo Doo Chile (Slight Return)/Stepping Stone
Jimmy Hendrix
(Woodstock three days of peace and music-Twenty-fifth anniversary
collection - CD 4)
1994
Blood Of The Sun
Mountain
(Woodstock three days of peace
and music-Twenty-fifth anniversary collection - CD 1)
1994
I'm Going Home
Ten Years After
(Woodstock three days of peace and music-Twenty-fifth anniversary
collection - CD 3)
1994
Me encontré con un hijo de Dios
Estaba caminando por la carretera
Y yo le pregunté, '¿A dónde vas?'
Y me dijo ...
Me voy de abajo a la granja de Yasgur,
Voy a participar en una banda de rock and roll.
Voy a acampar en la tierra.
Voy a hacer que mi alma sea libre.
Somos polvo de estrellas.
Somos de oro.
Y tenemos que meternos de nuevo al jardín.
Entonces puedo caminar a tu lado?
He venido aquí a perder el smog,
Y me siento como una pieza en medio de algo.
Bueno, tal vez es sólo la época del año,
O tal vez es el tiempo del hombre.
No sé quién soy,
Pero sabemos que la vida es para aprender.
Somos polvo de estrellas.
Somos de oro.
Y tenemos que meternos de nuevo al jardín.
En el momento en que llegamos a Woodstock,
Estábamos medio millón de hombres
Y en todas partes hubo canto y la celebración.
Y soñé que veía a los terroristas
Escopeta en el cielo,
Y ellos se convertían en mariposas
Por encima de nuestra nación.
Somos polvo de estrellas.
Mil millones de años de carbono de edad.
Somos de oro ..
Atrapados en el pacto con el diablo
Y tenemos que meternos de nuevo al jardín.
(Para una apariencia de un jardín.)
-Woodstock, Joni Mitchell-